Por Lily Molina
Un disco más austero, más claustrofóbico, inventivo, peculiarmente bello y más inquietante que su primer trabajo. Una obra maestra en sus 44 minutos de duración, una encapsulación perfecta de todo lo que el grupo buscaba lograr. Todo en Closer es enigmático. El fúnebre arte en la portada, las letras y, sobre todo, el sonido. En el primer LP, Unknown pleasures, la música suena densa y pesada, pero en Closer apostaron por una línea distinta. El álbum fue grabado de forma tal que logra la resonancia de una capilla. El sonido es hueco y distante, con énfasis en sintetizadores extrañamente colocados. La voz de Curtis, aún más cavernosa, espeta los versos de forma lúgubre y levemente desafinada.
El tema que abre el introspectivo Closer, la abrasiva hipnótica en “Atrocity Exhibition”, inspirada en la novela de J. G. Ballard del mismo nombre, conduce al inclemente “Isolation”, anticipando el boom del synthpop, donde se ve al grupo más capaz en la interpretación y seguro en los arreglos. El tercer tema del álbum, “Passover”, da a entender que los oriundos de Salford están muy conscientes de su poder más sutil, mientras que “Colony” nos evoca los riffs pesados de Unknown Pleasures, canción que podría entregar pistas sobre el suicidio de Ian Curtis dos meses antes del lanzamiento del disco. “A cry for help, a hint of anaestesia, the sound from broken homes, we used to always meet here”. Y no fue hasta mucho más tarde, por medio del libro de la esposa, Deborah Curtis y de la película Control que se dio a conocer de manera más extensa y con trágicos detalles el empeoramiento de Curtis con la epilepsia, la prescripción de drogas que contribuyeron a la depresión y a su agitación interna.
Los orígenes de New Order pasaron de ser Warsaw, una banda de proto punk que tocaba covers de Lou Reed y con una estética no muy imponente a ser un grupo, poseedores de uno de los discos más brillantes de los 80’s. En ese entonces, la música se estaba desarrollando a un ritmo acelerado; disco a rap y hip hop; funk y reggae a música ya de todo el mundo; punk en post punk. Closer era un salto cuántico de Unknown Pleasures y no se parecía en nada a lo mencionado anteriormente.
Entonces, después de un comienzo tan auspicioso, Closer, que podría considerarse como el primer álbum gótico, realmente logra ajustarse al concepto. “Means to an End” suena como una disco lúgubre, animado por un “coro” provocador y sin ninguna palabra. “Heart and Soul” sería una colisión notable entre la atmósfera y el minimalismo. El golpe repetitivo en la batería administrado por Stephen Morris, el sintetizador y la melodía en el bajo de Peter Hook, vinculado a una de las interpretaciones más suaves de Curtis. “Heart and Soul” exclama Ian, mientras los rígidos instrumentos se entrecruzan y se retuercen. “One will burn”.
“Twenty Four Hours” pareciera que tratara de liberarse de la inminente inevitabilidad del álbum antes de que “The Eternal” y “Decades” pongan la música y al fan de vuelta al mundo de Curtis. “The Eternal”, la penúltima canción del álbum, es lo más desolador compuesto por los ingleses. Y si en comparación, “Decades” sale de un respiro relativo, las letras anularían esa idea. “We knocked on the doors of Hell’s darker chamber”, se queja Curtis. “Pushed to the limit, we dragged ourselves in”.
La banda, previo al lanzamiento de Closer, pasó por momentos realmente complicados. Durante una gira europea a comienzos de 1980, Curtis continuó con sus problemas con la epilepsia y sufrió más convulsiones. Era el momento de grabar su segundo disco, en el London’s Britania Row Studios con Martin Hannet en la producción. Por ese tiempo fue el lanzamiento del single “Licht und Blindheit” (que incluía las canciones Atmosphere y Dead Souls).
Todo parecía ir bien, pero la salud de Curtis cada vez empeoraba más. Las convulsiones fueron más intensas y frecuentes, y lo que parecía a simple vista como una excéntrica puesta en escena significó varias cancelaciones de shows y el suicidio de Ian Curtis, curiosamente tras escuchar The Idiot de Iggy Pop, un 18 de mayo de 1980.
La música de Joy Division fue una influencia realmente significativa para el rock de los 80’s. La fuerza de sus canciones consistía en rescatar el espíritu rock de grupos clásicos como The Doors, Velvet Underground o The Stooges, y combinarlo con el sonido innovador elaborado por David Bowie y Kraftwerk de los 70’s. Todo esto dentro de un estilo propio, en principio, que trataba con elementos del punk y después se convirtió en una especie de antítesis del heavy metal fusionado con sonidos sintetizados. No sería lo mismo Depeche Mode, Nine Inch Nails o Radiohead sin el tremendo legado de Joy Division.