El sol no terminaba de tostar peligrosamente la piel de los miles de asistentes que esperaban con ansiedad la presentación del quinteto de reggae/rock psicodélico Sticky Fingers, cuando puntales salieron al escenario Freddy Crabs (teclados, sintetizadores y coros), Beacker Best (Bateria), Seamus Coyle (guitarra), Paddy Cornwall (bajo y coros) y Dylan Frost (voz principal y guitarra) para saldar la deuda que durante mucho tiempo venían acumulando con su fanaticada chilena, mientras de fondo aparecía la imagen de un curioso crossover entre los australianos y el popular personaje Condorito, dejando en claro las intenciones de su visita.
Como uno de los platos principales del festival Colors Night Lights: Summer Edition, el conjunto de Sydney se mostró ansioso y emocionado de comprobar lo que a estas alturas parecía un mito respecto a su popularidad en Chile. Sin mayores preámbulos dieron el vamos de su show con la lisérgica “Land Of Pleasure” (Land Of Pleasure, 2014), con la que el público simplemente explotó entre cánticos, calor y marihuana.
Tras tocar la nostálgica y estética “Sad Songs” (Westway, 2016), se dió por cerrado el calentamiento y el quinteto se aventuró con una verdadera bomba sonora, detonada gracias al sólido bajo de Cornwall y la línea melódica que da vida a “Gold Snafu” (Land Of Pleasure, 2014), el tema con el que finalmente los Sticky pudieron entrar en confianza. A esas alturas el calor dentro de la masa de gente era superior a los casi 30 grados que se sentían en el aire, pero todo eso pasó desapercibido entre la energía desatada por los tracks que el grupo lanzaba sin piedad, como los novedosos “Loose Ends” o “Cool & Calm”, o los ya consolidados “Flight 101” y “Everybody`s Talkin` Bout It” (Westway, 2016).
El debut de Sticky Fingers en Chile no solo llega como anillo al dedo para la banda, que se encuentra a solo días de lanzar de su cuarto LP “Yours To Keep”, sí no que también para su propia fanaticada, que pudo comprobar en primera persona el calibre sonoro, artístico, performático y técnico del conjunto indie, que con más de una década de actividad musical, pudo dar cátedra de cómo cumplir con las altísimas expectativas que les llegaban desde -literalmente- el otro extremo del planeta.
En la batería Beaker Best supo mantener al filo el inagotable vaivén energético que supone el setlist de la banda, que se paseaba entre beats acelerados y melodías hipnóticas. En tanto, el ya mencionado sólido trabajo de Paddy Cornwall en el bajo sostenía el viaje sonoro repartido entre las ambientaciones exóticas de Freddy Crabs y las sucias pero morfinómanas armonías de Seamus Coyle en su guitarra. Obviamente, gran parte de la atención se la llevó el polémico Dylan Frost, quien con su voladisimo registro vocal pudo surfear sin problemas las diversas potencias que suponen sus canciones a nivel interpretativo, dominando con habilidad y cierta arrogancia el escenario. Pura energía los StiFi.
Entre medio vinieron más y más cortes de indie rock con espíritu pop, dejando sonrisas imborrables entre los asistentes. “Bootleg Rascal” (Caress Your Soul, 2013), “One By One” o “Liquorlip Loaded Gun” (Westway, 2016) pasaron llenos de gloria antes del final falso más esperado de la tarde.
La melodía de Crabs en los teclados dio la inequívoca señal de que el show llegaba casi a su fin, pero no sin antes interpretar la vibrante “Australia Street”, que a la banda le valió gran parte del reconocimiento internacional que hoy poseen y que todo el Velódromo Nacional coreó emocionadamente entre la humareda de un montón de drogas que circulaban sin disimulo dentro de la cancha.
Luego de esto, una no muy sutil pausa para el encore que comenzó con el melancólico single “Cyclone”, en un impecable dúo de guitarras entre Frost y Coyle, que culminó con la relajada “Kiss The Breeze” (Caress Your Soul, 2013). Una vez todos adentro, la banda inició su despedida con las psicotrópicas “Freddy Crabs” y “How To Fly” (Westway, 2016), para cerrar con la tajante canción que cierra el álbum con el que comenzaron el show: “Lazerhead” (Land Of Pleasure, 2014).
Pese a tocar ininterrumpidamente durante una hora y media, la ansiedad todavía podía más y no tardaron en escucharse las peticiones y exigencias por otra canción, pero ya era demasiado tarde. Los Sticky Fingers se despedían satisfechos y contentos de sus nuevos amigos sudamericanos, con la implícita promesa de volver más temprano que tarde a darnos ese bien cultivado reggae rock con brisa marina y sabor a cerveza lager.