Es clásico, la imagen del hombre fuerte, ese que no se inmuta, que no le tiene miedo a nada ni nadie, ese hombre que no se quiebra, que no llora, que no se expresa sentimentalmente con sus cercanos, con su familia. Es arcaico, sí, estamos de acuerdo en eso, pero aún existe y no es malo para un hombre como Tom Araya, quien como una eminencia viendo a sus fieles, se dio el tiempo de mirar al público a los ojos y bañarse en lágrimas que nunca cayeron. Fue una jornada demencial que terminó con la ovación para uno de los grandes de la música que hoy día registra sus últimos gritos sobre el escenario.
La música está forjada en hitos para bandas como Slayer, y este es uno que da cierre a un ciclo de casi cuatro décadas, el escenario que preparó Pentagram, Kreator y Anthrax con descontrol se transformó en una combinación perfecta de nostalgia, celebración y tristeza.
Desde su formación en el ’81, cuando todos los miembros tenían alrededor de 20 años, la banda ha sido aclamada por ser raza pionera del trash metal que suma lo oscuro junto a elementos de punk, más líricas centradas en lo sórdido de la sociedad, canciones que hoy son tan relevantes como lo fueron en el Siglo pasado. Slayer sacó lo mejor de ese extenso catálogo para darnos una última puesta en escena que pudo dilatarse unos minutos más.
Han sido 38 años para ser exactos, y podrían hacerlo más tiempo si quisieran. Aún así, el momento para despedirse podría ser el correcto. Slayer de hoy es muy diferente al de hace algunos años, han presenciado la muerte del fundador, guitarrista y compositor Jeff Hanneman y la partida del baterista Dave Lombardo. El tiempo los ha estado alcanzando y Tom Araya lo sabe, cada vez que mira al público en busca de palabras que no salen y de silencios contemplativos que se rompen entre cánticos de celebración para la voz del trash.
La música de Slayer es de esas que te retumba hasta los huesos, te sacude los dientes, y el corazón te lo acelera a diestra y siniestra. Y solo con la música, Slayer funciona sólido sin parafernalia ostentosas de grandes edificaciones, el fanático de Slayer va por lo que importa: la música, es a ella a quien se toma en cuenta al final del día. Repentless, Payback, Raining Blood o Angel of Death son ejemplos de lo que se escuchó en aquel frenético Estadio Bicentenario.
“Muchas gracias, los voy a extrañar”
El gruñido de Araya sigue siendo visceral, es tan claro para hacerse escuchar en un estadio. Sus últimos gritos se hicieron escuchar y de seguro se mantendrán por un par de días en los tímpanos de los que vivieron la jornada. Terminó con un set de una hora y media, y con una tripleta ya clásica de “¡Viva Chile Mierda!”. Cuando todos se fueron del escenario, él se quedó ahí, primero en un extremo del escenario, luego en el otro, inmóvil, asimilando todo entre miles de fanáticos esperando que de los ojos negros cayera al menos una lágrima.