En Loreto siempre están pasando cosas interesantes, llamativas y divertidas con la música local. Particularmente, en los últimos meses también eso a estado pasando con el rock chileno. No necesariamente ese rock nacional -medio obsoleto- que se jacta de los litros de cerveza que puede beber y la cantidad de personas con las que se puede acostar, la escena viene evolucionando hace un buen rato.
Hay cierta sofisticación en el rock chileno que las nuevas generaciones van gestando, sin necesariamente ser parte de esa extraña e insufrible camada de “banditas millenial” que le cantan al abajismo socio-económico. Tampoco hablamos de aquella sofisticación “vitacuresca” que nos golpeó con sorpresa y algo de escepticismo hace algunos años. Señoras y señores, tenemos rock del bueno, ruidoso y el headbanging natural. No forzado, no caricaturezco.
El pasado viernes en Loreto llegaron dos ejemplares de esto que estamos planteando. Partiendo por los nuevos de la clase: Pirámides. Un grupo que llegó de invitado, pero que jugó de local. Se lucieron con un sonido fresco, energético y no tan cliché como se podría temer. De hecho el show se hizo corto para lo que pudieron habernos dado. El público no fue indiferente (como suele ser con todo lo nuevo) y unos 15 minutos extra no hubiesen estado demás.
Da gusto de escuchar en vivo a Pirámides y es imperante seguir su ritmo. Su acontecer por la pequeña pero insistente escena santiaguina debe continuar, porque hay algo se escucha ahí que no se alimenta de lo que todos intentan hacer con el rock.
Pero a lo que vinimos. El explosivo trío porteño que por esas mismas fechas terminaba de abrir para DIIV en la Blondie, nos escupió en cerca de una hora, todas las razones por las que hoy se posicionan como uno de los mejores exponentes, no solo del rock, sino de toda la música que está sonando en nuestro país.
Adelaida podría sonar perfectamente en cualquier radio o ser la banda sonora de muchas historias de rebeldes sin causa. El grupo liderado por Jurel Sónico, suda espíritu grunge, pero sin necesariamente contagiar toda su propuesta sonora asentada en el shoegaze esquizofrénico y “punketa”.
Pero en vivo son otra cosa. Con un repertorio dominado por su más reciente producción “Paraíso” (2017), los autores de “Huracán” no dejaron en ningún segundo de azotarnos la cabeza con aquella guitarra saturada de efectos, ese bajo distorsionado que nos golpea el estómago y una batería que nos invitaba al mosh canción tras canción. Todo eso, sin mencionar el impecable nivel que como conjunto logran y los desesperados gritos melódicos que terminan por cerrar las características que marcan el sello personal de Adelaida.