El camino de Courtney Barnett para llegar a Fauna Primavera fue meteórico pero merecido. De pasar de hacerlas como guitarrista en bares de poca capacidad, junto a una banda en su natal Australia, a pararse sobre el escenario Heineken tuvieron que pasar dos EP’s y un duración igual aplaudido por la crítica como por los fans que le seguían el paso.
Respetando la puntualidad con que se venía desarrollando la jornada, a las 16:15 salió con sus brazos agitándose más lo de su banda, una iluminada Courtney Barnett, como estando segura de que todos venían a pasarlo bien.
El inicio fue decidor. Su Telecaster enchufada y amplificada a más no poder electrificó todo el recinto, y, al sentirse cómoda dentro de los páramos ruidosos, agarró la confianza para cantar sus primeros versos y empezar a narrar su propia historia dentro de este festival.
Barnett tiene una frase apropiada a su estilo cuando se le pregunta cómo describiría sus presentaciones en vivo: “Un show honesto, y con algunas cuerdas rotas”. Faltó poco para la segunda parte si se toma en cuenta la energía con que tocó las diez canciones que constituyeron su presentación.
“Elevator Operator” sonó cuando decidió empezar a sacar los singles de su LP debut del año pasado, Sometimes i sit and think, and some times i just sit, que sigue la ruta rocknrollera más primitiva y árida. Guitarra, bajo y batería. Nada más. Eso basta para Barnett y su público, que se dividía entre los que bailaban a un costado y los que, con sus ojos pegados y piernas marcando el ritmo, miraban alucinados el amorío fugaz de la australiana con su guitarra. Fugaz porque después de acabar la canción, cambió de instrumento, pero también a las seis cuerdas, para iniciar con extractos rockeros, esta vez con matices de blues, en “Small Poppies”.
La performance de “Dead Fox” derrochó todo el potencial de narradora de historias y sensaciones. Su figura recortaba la transmisión del video oficial de la canción en las pantallas gigantes en la parte posterior del escenario. El momento se vivió como si Barnett fuera contando la historia que se desenvolvía en detrás suyo, mientras su guitarra y voz se mezclaba con imágenes de animales humanizados sometiendo a las personas en carreteras y ciudades.
“Depreston” sonó menos distorsionada pero igual de entretenida. Repitió el juego visual y musical al emitir recorridos en auto por la ciudad australiana, a la que llama deprimente pero en un tono cálido y nostálgico.
Cuando suena el coro de “Pedestrian at Best”, no puede ser más evidente que todos la están pasando bien. Mientras el público salta y canta esas frases icónicas e ingeniosas, Courtney los observa haciendo paso a su mirada entre su cabellera que cubre casi todo su rostro, pero no tapa su sonrisa y la satisfacción del momento.
Durante el show hubo breves y pocas intervenciones de la australiana con el público, solo limitadas a saludos escuetos, la presentación de la banda y su despedida. Después de meter mano a la canción que puso miradas y oídos en su figura cuando iniciaba su carrera en los circuitos de su país, “Avant Gardener”, decidió cerrar su show algo de su última cosecha. “Nobody Really Cares if You Don’t Go To The Party” marca el final de su debut en Chile, uno que cumplió con tapar oídos, mientras baja del escenario para entregar personalmente el setlist a una afortunada fanática de la primera fila y transitar respondiendo al saludo de las manos que se estiran para al final, firmar una ilustración de la portada de su disco que, ansioso, le entrega un asistente.
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