A veces queda la sensación que Garbage fue una de esas bandas que, en países como Chile, en plena fiebre noventera, sólo se redujeron a nichos específicos, a autodenominados grupos “alternativos”, casi a una eventual cultura under. Y no. La verdad es que su música se escuchó en radios todo el tiempo, que sus discos posaron brillantes durante años en las primeras filas de las desaparecidas Ferias del Disco, y que sus canciones rebotaron en series y cine norteamericano tanto como en programas de TV y fiestas de colegio.
En ese mismo auge, sus composiciones, fruto del trabajo de tres productores brillantes y una voz sueca distintiva, retumbaron en habitaciones de adolescentes locales con el volumen a tope, cuando las radios dedicaban el domingo a repasar los temas de la semana, “los más pedidos”, los más explotados de una parrilla que absorbía con voluntad inusual cada hit que desembarcaba del Reino Unido.
Afuera de esas piezas repletas de posters (que se conseguían a través de revistas), los bajos de “Stupid Girl” se podían escuchar aún detrás de puertas y pestillos, incluso si los hermanos menores de esos adolescentes se detenían afuera curiosos y extrañados de tanta melancolía festiva.
El tiempo pasó y, probablemente, esos púberes de la nueva democracia crecieron y dejaron de escuchar grunge, britpop o Garbage, y quizás optaron por otra propuesta radial, o simplemente viraron el timón a otra parte. De cualquier modo, los retumbes de “Stupid Girl”, o de “Milk”, no pasaron desapercibido para quienes los oyeron al pasar a la espera de su propia adolescencia. Sin duda ese traspaso generacional ocurrió. Y el catálogo de Garbage siguió sonando fresco aún después de su apogeo.
Con el cambio de milenio también cambiaron las modas. Y el repertorio noventero completo pasó a otra categoría, a otros espacios, y quizás ahí sí que Garbage fue parte de un nicho, cuando en pleno microclima Axé y Tecno, por lo menos aquí, sus canciones propusieron otro tipo de regocijo.
Para esos ex hermanos menores que literalmente crecieron y formaron el oído con bandas como Garbage, el grupo de Shirley Manson, Butch Vig, Duke Erikson y Steve Marker significó la oportunidad de bailar en una discoteca. Porque eran canciones sabidas, coreadas, propias de un adn común, de un traspaso familiar donde no cabía vergüenza, sólo goce.
Por eso la reunión de este 14 de diciembre en el Teatro Coliseo de Santiago, además de un anhelo y de una compulsiva posibilidad de nostalgia, también es la concreción de un eslabón perdido. “Strange Little Birds” (2016) tiene mucho que ver con “Garbage” (1995), sonora y temáticamente. Ambos discos se parecen y conversan a pesar de sus 20 años de distancia, tal como lo harían dos hermanos que, en épocas distintas, escucharon a Garbage por primera vez.