Joviales y tersos brillan los tres Soda Stereo el 1 de octubre de 1984 en la sucursal capitalina de Pumper Nic, una cadena local de comida rápida, mientras decenas de bonaerenses tragan hamburguesas y Coca Cola en un comedor que se ve a tope y con más de algún rostro intrigado por la visita de los casi anónimos Cerati, Bosio y Alberti. Era el debut de “Soda Stereo”, su primer LP, una tarjeta de presentación con la que abandonaban la comodidad del under para irrumpir en el “rock nacional” con no poca expectativa a cuesta.
Con Federico Moura como productor y sus hermanos Marceo y Julio mirando cerca, además de Daniel Melero como músico invitado, el trío buscaba una impronta sónica en 11 tracks que procuraban distanciarse de su primera etapa y de su propia prehistoria, aquella que los reducía en el boca a boca argentino como otra copia más The Police. La elección del lugar no fue al azar: algo del chillido burbujeante de las bebidas de máquina se colaba entre la melodía urgente, sabrosa y desechable de un tridente que se presentaba a la prensa como un producto desprejuiciado de pop de alto alcance, orgulloso de la estética, el diseño y la publicidad.
La presentación del disco en el Teatro Astros el 14 de diciembre de ese mismo año llamó atención, entre otros, por una muralla de televisores que amigos de la banda hicieron llegar a la producción a modo de escenografía. Un telón acorde para “Sobredosis de TV”, el single sobre la masturbación que adelantaba la Sodamanía venidera: ese fenómeno casi erótico que sacudió sin asco a tipos de persona opuestos por definición. Antes lo habían hecho “Dietético” y “Te hacen falta vitaminas” sucesivamente; todos tracks que se incrustaron en el concepto que periodistas de la época bautizaron como “rock latino”.
Un McCombo de new wave, new romantic y ska remojado en The Specials, pero también estilizado y no menos –si me permiten- “duranduranesco”. El álbum parte con la frenética “¿Por qué no puedo ser del Jet-Set?” para luego, al cuarto track, apagar la fiesta con “Trátame suavemente”, una canción de amor de Melero que Federico Moura con lucidez optó por incluir en el corte final. Pero la calma melosa se disuelve al instante con “Dietético” y “Tele-Ka” y después se hace trizas en “Ni un segundo”, una oda a la velocidad que de alguna forma vuelve a lo mismo: al elogio de la “chatarra”, entre muchas comillas.
Al minuto 23 aparece una de las canciones más plásticas de la historia de Soda: “Un misil en mi placard”, pero aquello es un simulacro, un falsa alarma, porque otra vez el volante gira y la cadencia desaparece con “El tiempo es dinero”, un tema cuya primera estrofa dice: Está tocando justo ahí / Donde no puedes elegir / Cuidado con Dorian Grey / Su espejo retrovisor / Su espíritu de kermes / Miralo de lejos / Dorian Grey”. Para el final, dos hits de segunda línea que a 33 años del debut son evidencia de una fibrosa inquietud: “Afrodisíacos” y “Mi novia tiene bíceps”, el último una prueba concreta de que el grupo estaba aquí, por ahora, más para reír que llorar.
Las crónicas cuentan que estos 11 tracks se trasmitieron con la pasión contenida de las cintas de cassette, y que animaron cuanta fiesta hubo no sólo en los límites trasandinos, sino también en livings chilenos, ecuatorianos, peruanos y colombianos. Aquel éxito continental, eso sí, demoraría un poco más, pero esta fue la primera daga que Cerati lanzó a quemarropa en una época donde el continente entero pedía con un poco de color, tal como aquellas rayas diagonales que cruzan los tres rostros de la carátula de “Soda Stereo”. La anécdota cuenta que la imagen es producto de un montaje que se hizo con las caras de los integrantes, y que aquellas líneas quedaron distribuidas así por un error de impresión. Como cuando los colores de la cajita feliz lucen desteñidos en la bandeja plástica y ya es demasiado tarde para exigir el cambio, porque del McCombo, a pesar nuestro, ya sólo quedan migas.