Por Constanza Suárez
Tus pies sienten la arena. Parece como si la luna iluminara todo, corre brisa costera. Una fogata con tus amigos, riendo. Así se siente cuando Jack Johnson comienza a tocar su guitarra para entonar una de sus canciones más emblemáticas. No, no es la playa. Es el Espacio Riesco, pero las luces de colores y la voz del hawaiano, logran transportarte a ese escenario calmo. De pronto, te sientes como un playero casual.
Comienza a sonar «If I had eyes«, y el público se enciende. Las almas se juntan y todos corean al mismo ritmo. Veinteañeros en su mayoría, pero también padres con sus hijos pequeños moviendo sus cuerpos, forman parte de aquel vasto espectro de quienes escuchan a Jack Johnson.
La travesía musical empieza tranquila, nada descollante. Incluso empaquetado: desde el mismo Jack, pasando por el público y la interpretación. Vestido con pantalones largos y una camisa abrochada hasta el cuello, Johnson tímido termina «Flake» con una impecable calidad vocal, hábil con la guitarra pero carente de intrépida emoción. La gente también carece de euforia por su ídolo. Al parecer la fiesta comenzó pero aún falta para animarse a más.
Hasta la quinta canción, «Upside down«, donde los ánimos subieron considerablemente y los asistentes se movían encendiendo lo más íntimo que cada uno esconde en sí. Y Jack Johnson se saca la camisa, y en polera logra soltarse y quienes escuchan también. A la hora de «Sitting, waiting, wishing» los niveles de euforia proliferan, no es para menos ya que es sin duda una de las canciones más emblemáticas del hawaiano.
Pasa por un cover de Led Zeppelin, su conocida «You and Your heart«, luego «Good People«, entona el himno que preparó –en su estilo-en protesta a la elección de Donald Trump. «My mind is for sale«, luego «No other way«, «Breakdown«, una romántica capsula con «I got you«. Continúa «Big sur, Belle» –donde en tonos de bossa-nova mezclado con un estudiado español deleitó-, y llegó «Banana Pancakes«, donde la fiesta a la orilla de la playa se desató desligada del frío, con emoción y por fin se escucharon gritos, cantos desgarrados y locura. De hecho, el pianista Zach Gill –quien hasta ese momento había otorgado emoción y excentricidad a la reunión- terminó de prender el Espacio Riesco con un atrevido acto. Hizo un solo de acordeón para de después lanzarse al tranquilo público, donde lo tomaron y lo transportaron unos centímetros, hasta que los guardias lo rescataran. Simplemente Zach, fue uno de los mejores apoyos de Jack. Y el rey de la jornada.
Los ánimos preservaron hasta «Shot reverse shot«, donde las ganas de bailar emergieron en cada asistente. Combinada con «I wanna be your boyfriend» de los Ramones, y a un ritmo más rápido que de la versión envasada, este fue uno de los momentos álgidos de la noche, donde la energía irrumpió y el rock suave del estadounidense tomó muchísima más fuerza. Y es que Jack Johnson parece solo ser un activista que vive en la playa, recogiendo basura, tocando guitarra acústica, mirando el mar. Pero no.
Las tres canciones que le siguieron a su enérgica interpretación no perdieron las ganas que había encendido. «Wasting time«, «Bubble Toes» y «MudFootball» fueron entonadas ya fuera de todo el paquete que las primeras canciones encarcelaron. Hubo conversación, en inglés y en español, fue un comienzo tímido pero de pronto se convirtió en una conversación intima. Y de golpe, sin previo aviso ni mesura, Jack Johnson y su banda dan las gracias y dejan sus instrumentos. Al vacío.
Todos gritan, pifean, corean. Más que cuando el mismo Johnson interpretaba. Le piden que vuelva. Pasa el rato y solo ordenan arriba. Algunas almas pierden la fe y abandonan el escenario, otros más testarudos siguen rogándole a Jack Johnson para que retorne.
Y de la mano de su guitarra acústica, sale de nuevo al escenario. Solitario en la pista elige cuatro canciones de alargue: «Do you remember«, la cómica «Willie got me stoned and stole all my money«, «Angel» y luego de escuchar múltiples peticiones, cierra la noche con «Better together«, da el paso final a una noche llena de emociones dispersas.
Jack Johnson dio lo que pudo y un poco más. Toco ukelele-que le habían regalado en Chile-, habló en español, se reía cuando le daba la gana- incluso mientras cantaba-, conversó, mando saludos a la fundación Punta de lobos y le agradeció al surfista chileno Ramón Navarro. Decoró el escenario con luces hechas de plástico recogido de las playas de Hawaii y una red de pescar que encontró en Chile. Recordó las clásicas e hizo funcionar las nuevas.
En casi dos horas de concierto, Jack Johnson no solo encantó con su música sino que también con su simple personalidad y show, que a pesar que lo incluía a él, su guitarra acústica y eléctrica, el pianista, la batería y el bajista, le sacó un provecho máximo. Sacó a relucir su estupenda calidad vocal, buen tiempo, interpretación de instrumentos a gran nivel. Un gran acontecimiento inagotable.
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