Androginia en escena, al ritmo del pop-rock y blues al que LP nos invita. En esta edición de lollapalooza vivimos un homenaje de culto, con una puesta en escena sencilla y dinámica que nos lleva a un punto de encuentro de épocas y estilos; David Bowie, Leonard Cohen, Joni Mitchell, solo por nombrar alguno de los nombres que inspiran su música. Una tarde vibrante y emotiva, llena de himnos que sacudieron a la audiencia del VTR Stage.
Apenas comienza la presentación y ya nos sorprende con su presencia: LP entra de sombrero, bandana y un sencillo atuendo que remite al rock and roll del siglo pasado. Comienza con “When We Touch”, de su último larga duración, y se impone de inmediato ese ánimo que se tomó el resto de la jornada: lento, grandioso y envolvente, donde independiente del sentido de la canción estamos sumidos en una constante sensación de triunfo.
Mientras avanza el show se evidencian las pistas que esconde en su desplante, de modo tanto musical como performático. De género neutral, se mueve entre el amplio espectro con un aplomo tal que le permite entregar una camaleónica presentación, con voz y movimientos que se mezclan entre Janis Joplin y Robert Plant. Y es a este último al que le rinde tributo con el cover a “Dazed and Confused” de Led Zeppellin, una interpretación que nos transporta a una zona de inquietud y oscuridad, de riff endemoniado y gritos devastadores. Un impulso que añade nuevas notas al show, con un ánimo algo más oscuro, de pop corrompido por un rock endemoniado. Añade una nueva capa a una propuesta compleja: fusión de generos en una bella e íntima presentación.
Durante prácticamente todo el show LP tuvo un manejo total del público, demostrando su enorme capacidad performática. Gradualmente comienza a jugar e interactuar más con nosotros, pidiendo aplausos al beat o que seamos la voz de su coro. Silbido tras silbido, avanzamos en el setlist hasta llegar al clímax, con un “Lost On You” que todos los presentes esperaban con ansias, en un himno que todos corearon con celular en mano.
Pelo al aire y el tambaleante volúmen del micrófono, en un debut tan grandioso como el alma de su sonido. Una artista cuya historia y nombre es sinónimo de persistencia, dejando atrás su carrera de ghost-writer para escribir al fin el legado de su nombre. Una propuesta de legados, con un show del que es imposible escapar: entre ukelele y guitarras sobre escenario sacudido, desde el que su voz se eyecta en la misma dirección que lo hace su música, hacia el temblor magnifico de una audiencia en éxtasis.