Estaba más que claro que el show sería a gran escala, que la puesta en escena sería increíble y que la performance no dejaría con gusto amargo a nadie, pero nunca pronosticaron que los iban a subir a lo más alto de la muralla para dejarlos caer en caída libre… a la resistencia.
Lo de Roger Waters no comenzó el día del show, un día antes dio una emotiva charla en Matucana 100 – rodeado de la exclusividad de los invitados ahí presentes –, donde relató el camino que vivió para ser activista político, la influencia de su familia y sus motivaciones actuales para no hacerse a un lado de los conflictos que existen a nivel mundial, pero por sobre todo conversó sobre el histórico conflicto entre Palestina e Israel. El llamado fue claro y preciso: levantar el puño y comenzar a hacer los cambios que el mundo necesita. Y exactamente ese fue el mensaje que replicó en el Estadio Nacional cuando Speak to Me y Breathe comenzaron a sonar de una manera prolija y a la vez, inquietante para el público acérrimo ahí presente.
Las melodías se estaban ejecutando cuando atrás de él, una gran pantalla se hacía con las proyecciones que nos invitaban a la psicodelia, recordando los mejores momentos de su bagaje en Pink Floyd. Pero Waters, no estaba solo en esta nueva hazaña, cerca de siete músicos y dos coristas se hacían con el ahora líder político. Las cantantes Jess Wolfe y Holly Laessig, el baterista Joey Waronker, Jon Carin, los guitarristas Dave Kilminster, Jonathan Wilson y Gus Seyffert, junto al tecladista Drew Erickson y saxofonista Ian Ritchie, hicieron de las clásicas inyecciones de The Dark Side of the Moon (1973), Animals (1997) y The Wall (1979) un recorrido de ceca de dos horas y media.
Sesenta minutos se hicieron poco para presentar la primera parte del show, que para el momento tenía a Time, Welcome to Machine y Wish you Were Here más que atravesadas en los oídos de los asistentes, que dicho sea de paso repletaban de euforia el recinto de Ñuñoa. Another Brick in the Wall resonó con la presentación de niños con overol naranjo y saco negro sobre sus cabezas, presentando una señal política más que potente; niños de rebeldía se desataron de la indumentaria para levantar el pecho y presentar sus poleras de resistencia. Puños en alto, Waters en medio de los niños y la rebeldía intacta se refleja en generaciones que hoy en día son totalmente distintas, pero que ahora parecían unirse por un mensaje en común. Un grito de unidad.
El dialogo de ideales se proyectó mientras, por veinte minutos, se preparaba el escenario para culminar el segundo tiempo del espectáculo. Dogs y Pigs le siguieron y concretaron otro de los grandes momentos de la jornada con la banda con máscaras de animales, Waters con la de cerdo, mirando al público con postura desafiante, brazos agitados y una adrenalina que la traspasaba a gritos mientras el público dirigía la mirada a un cuerpo con espalda curvilínea que reflejaba lo “cerdo” que se ha convertido el mundo, este mundo dominado por el dinero y los poderes políticos. Ahí estaba ya, el ícono de uno de los mejores trabajos de Pink Floyd, “Animals”, el cerdo volador, pidiendo por favor que sean humanos.
Si preguntan por momentos emblemáticos, fue cuando con emoción y una posterior lagrima en su mejilla, de una forma sencilla Roger Waters pidió su celular para darle play a el Derecho de Vivir en Paz de Víctor Jara, mientras la fotografía de uno de los mejores influyentes de la escena musical nacional se hacía presente entre ovación con un público quizás divido en ese momento (más divido que en otros, seamos sinceros), pero con la supremacía siempre de los gritos y aplausos de apoyo por parte de las almas ahí presente. Guarden en la memoria este recuerdo.
El lado oscuro de la luna ya hacía sobre la comodidad de los asistentes de las primeras filas, bien podrían criticar esta inoperancia que va en contra del enriquecimiento cultural, esta detención a la emoción que generar las filas para “gente importante”, pero el lado bueno es que sirven para un show como este, porque sin su inmovilidad y cuadre perfecto en sus asientos no sería posible para el resto apreciar el juego de luces que te hacía estar en frente de la caratula de uno de los mejores discos que existe en este mundo.
Puede que este sea, nuevamente, uno de los mejores espectáculos que haya pasado por Chile, sin duda uno de los mejores del año y, obviamente, uno de los mejores de la historia musical de este país. Esa noche volaron la cabeza con una violencia necesaria para comenzar a hacer revoluciones en el mundo, Roger Waters es un líder político, un activista, un músico y compositor que trasciende generaciones y culturas, algo más grande que esto, solo puede serlo Pink Floyd. Alguna vez alguien dijo que para sobrevivir en la música debes comenzar a tocar en vivo, los discos ya no venden, pero Waters está un paso más allá de eso, se reinventó la forma de presentar la música en vivo decenas de décadas están sobre él y sigue sorprendiendo al mundo con su puesta en escena. Fue sublime, apoteósico sin duda, inyecto música y psicodelia en formato de rebelión.