Después de su ruptura en 1995, los fanáticos chilenos pensaron que toda posibilidad de un show de Slowdive en un escenario local quedaba descartada definitivamente. Durante los casi 20 años que duró su disolución, la resignación se veía como la única respuesta cuando se oía solitariamente a Souvlaki u otros de sus trabajos y la idea de escuchar algo de ello en vivo florecía.
Con el anunció de su reunión hace tres años, la esperanza de ese olvidado show volvió a florecer y cuando la noticia de un nuevo disco llegó, todos se dieron cuenta de que esto no era un volver por volver. Fauna Otoño los tuvo como primeros confirmados para encabezar el festival del primer semestre por parte de esa productora. Y la elección no podría ser más ad hoc al clima de la estación y todas las sensaciones y emotividades propias de unos cielos nublados, fríos y oscuros.
Cuando el día, muchos desempolvaron de los cajones de su adolescencia sus poleras de Souvlaki o Pygmalion de hace dos décadas para estrenarlas en la momento que esperaron desde siempre. Sin embargo, la mayoría era un público joven que nunca experimentó la escucha de sus discos a través de un disco compacto o cinta, sino a través de plataformas digitales propias de esta era. La misma era que trajo a Slowdive con un nuevo disco, cuya portada también se veía estampada en una segunda piel de todas las generaciones.
Un nuevo disco que se escucha como una continuación natural de una banda que parece nunca se separó. Que trajo nuevos seguidores y que convenció a los antiguos que lo vieron como una evolución y no como un retroceso producto de la oxidación que décadas de inactividad produce. Aplaudidos por todos, Slowdive había confirmado su estatus de banda de culto, que no vive de su currículo y las glorias pasadas.
Y cuando se subieron al escenario esos aplausos tomaron forma de recibimiento colérico.
Rachel Goswell cumplía un rol casi maternal sobre el escenario. Era la integrante que más parecía interactuar con el público y sonreía cada vez que ellos reaccionaban fervorosos a una canción emblema o los espontáneos “Rachel, weloveyou” que salían de la gente, en un contraste notorio a la frivolidad del resto de la banda. Goswell cautivaba en su performance y en su mística particular. Era la que más parece disfrutar de un show ruidoso por definición. La pérdida casi por completo de la audición en su oído izquierdo, no es ningún impedimento para girar con Slowdive, que parece ser su entorno natural donde nada puede detenerla.
Es cautivante ver a Christian Savill tocar la guitarra principal. Sin pecar de ingenuo, resulta sorprende el hecho que las finas estocadas que le realiza a su instrumento conlleven a tal cantidad de ruido y distorsión. El aleteo de una mariposa puede producir un tornado. Savill encuentra su protagonismo en “Golden Hair”, cuando parece destrozar su guitarra para obtener emoción como recompensa en un solo que saca aplausos, lágrimas y brazos en alto. Uno de los momentos más destacados del show.
“Thissongiscalled Alison”, dice Neil Halstead antes de un grito exasperado de un público que por años esperó este momento. El legendario “muro de ruido” de apertura de Souvlaki ahora impactaba el Espacio Riesco de la forma esperada. Los asistentes cantaban cada sílaba al unísono con un Halstead estoico y en una performance que se recordará por su pulcritud y delicadeza vocal.
Si bien es cierto que los temas insignes fueron los puntos altos de la noche, también lo fueron los momentos en que los instrumentos se tomaban el protagonismo. El shoegaze puede caer en el riesgo de lo derivativo, pero este no es el caso. El trance es alcanzable poniendo atención a cada detalle y cuando las guitarras se transforman en una sola es cuando la experiencia del en vivo se vuelve completa.
Queda en manifiesto que los singles de su homónimo, lanzado hace un par de semanas, encajan de manera natural en el clima que intentan construir en su show. “Star Roving” y la exquisita “Sugar ForThePill” aportan en energía y melodía respectivamente, recibidos por el público como si de clásicos se trataran y con una actitud de Slowdive que irradia seguridad y frescura en su interpretación. “No Longer Making Time” continúa en esa dinámica y es difícil de diferenciar del resto de sus canciones, tanto en la calidad como el estilo pero aun así con una identidad propia.
No hay novedades en el set-list si se compara con los shows que la banda ha realizado este año. Aun así, “Dagger” se enmarca como una rareza de la banda por su poca tendencia a aparecer en sus conciertos, pero como una canción esencial para el fanático más acérrimo.
El encore suscitó una reacción como pocas veces se ven en Chile. Aplausos coordinados y cánticos fueron el medio por el que Slowdive era alentado a volver al escenario. Después de un par de minutos donde se le expresó el afecto merecido, la banda salió a escena por última vez para entregar las dos canciones finales. “She Calls” y el clásico “40 days” culminaron de la mejor un día cargado a la emoción y saldar cuentas pendientes con un público chileno sació las ganas de Slowdive. Esas que se gestaron durante gran parte sus vidas.
“Gracias por tanto, Slowdive”, repite un asistente cerca del escenario mientras su sueño termina de hacerse realidad.