Llevo semanas escuchando “Sép7imo Día”, el último disco de Soda Stereo, y cada vez que lo hago, aunque improvise alguna ruta específica (ir por las canciones históricas, los mash-ups, las tomas inéditas), irremediablemente el recorrido se quiebra en el track 12, “Luna Roja”, a la mitad del álbum. No importa desde qué dirección venga: cuando aterrizo en la pista de 2:38 termino siempre en otro rumbo. A veces aparezco sin voluntad en el punto de arranque, o definitivamente fuera del disco. En esas circunstancias la sensación se vuelve ambivalente: una impresión de sosiego (de “obra terminada”) me empuja a la salida como si el track fuese un epílogo, o un portal fantasmal que conecta las esquinas distintas de una misma biblioteca. Y entonces me sorprendo escuchando -con las canciones de “Sép7imo Día” todavía en el reproductor- bandas de shoegaze de los noventa, o alguna aparición de Blur en los días en que Soda Stereo se esfumaba. Después de un rato, reparo en que pasó de nuevo: “Luna Roja” me expulsó de “Sép7imo Día”.
La mayoría de las canciones pertenecen al repertorio callejero. La gran mayoría son vitalicias en la radiofonía local y emblemas de las discotecas de América Latina. El disco lo conforman 22 pistas que han sido definidas malamente como “remixes”; entre ellas, varias tomas inéditas, líneas de voces que quedaron en segunda línea y versiones alternativas para clásicos de la Sodamanía. Los mencionados mash ups, quizás lo más grasoso de este músculo, sirven de atractivo y permiten imaginar, a meses de distancia, cómo será el debut en Chile del otro “Sép7imo Día”, el espectáculo que el Cirque Du Soleil desarrolló sobre la historia y música de la banda de Gustavo Cerati, bien sabemos, la figura central del montaje.
La primera parte del disco avanza a la velocidad de un medley, con pistas que van reduciendo viejos himnos en apenas segundos de gloria. Es un disco de editor: el número especial de una revista de rock sobre algún ídolo. Alberti, Bossio y Adrián Taverna, productor con pasado laboral ligado a Cerati, manipularon los multitracks en pro de nuevas versiones y en 22 intentos lograron varios aciertos. Frente al auditor, en ese ejercicio, muchas versiones resultarán realmente frescas. Prófugos, En Remolinos, Planeador, Persiana Americana , Un Millón de Años Luz, Crema de Estrellas, Cuando Pase el Temblor, Hombre al Agua, Sueles Dejarme Solo (casi todas pegadas en el tracklist) funcionan como los vagones de un tren post-nostálgico que en vez de viajeros transporta a lánguidos seres melancólicos, todos conscientes de la maldición que llevan consigo: esa certeza triste que Gustavo Cerati está muerto y que aún así deben salir los lunes a trabajar, con el cadáver del ídolo encima y el hedor del recuerdo.
Este es un álbum para sodamaniacos abstinentes y otros tantos exiliados políticos del rock argentino: hordas de sudacas festivos condenados a la lealtad tautológica de carátulas alguna vez rupturistas, devenidas en adornos de ferias libres y otros enclaves patrimoniales. Los que conocen algún fanático de Soda Stereo saben de lo que escribo.
“Sép7imo Día” ya no fue el Anthology de The Beatles, que más que un “disco de remixes” fue un registro exhaustivo del paso por el estudio de los cuatro de Liverpool, con intimidad y mística de ensayo y error incluida. Lo del dúo sobreviviente es mucho más anecdótico y plástico, apenas un frugelé o una bolsa de frugelés en un supermercado: muy sabrosos, coloridos, plásticos y aparentemente desechables como nos hizo creer Soda Stereo hasta que no estuvieron más, y esos vagones nostálgicos se repletaron con millones de desahuciados musicales.
A modo de memoria selectiva, aquí descansan canciones que prefiero conservar como sus versiones definitivas. Yo elijo esta dosmilera “Cuando Pase el Temblor” y el cuadro a cuadro de la garganta de Cerati desgarrándose al son de la danza andina. O “Luna Roja”, que en el shock eléctrico termina siempre botándome del tren, al borde de la estampida ferroviaria, mirando los vagones irse con sus toneladas de ánimas a bordo.