Sue Lawley entrevistó al físico Stephen Hawking en 1992 para el programa de radio de la BBC llamado Discos de la Isla Desierta. Reproducimos fragmentos de la conversación publicada en Holy and Baby Universes and Other Essays, traducida por Paidós en 1994, cuya segunda edición apareció en julio de 2014
¿Qué le proporciona mayor placer, la física o la música?
Stephen: Confieso que el placer que me otorga la física cuando las cosas van bien es muy superior al de la música. Pero eso sólo ocurre muy pocas veces en una carrera profesional, mientras que uno puede poner un disco cuando se le antoje.
¿Y cuál sería el primer disco que pondría usted en su isla desierta?
Gloria, de Poulenc. Lo oí por primera vez en el verano pasado en Aspen, Colorado. Aspen es fundamentalmente una estación invernal, pero en el estío se desarrollan allí reuniones de físicos. A un lado del centro en donde tienen lugar hay una enorme carpa en la que celebran un festival de música. Mientras uno delibera sobre lo que sucede cuando se esfuman los agujeros negros, puede escuchar los ensayos. Es ideal: combina mis dos grandes placeres, la física y la música. Si pudiera contar con ambas en mi isla desierta no desearía que me rescatasen. Bueno, hasta que hubiera descubierto en física teórica algo sobre lo que desease informar a todo el mundo. Supongo que violaría las reglas una antena parabólica que me permitiese recibir trabajos de física por correo electrónico.
Su segundo disco.
Stephen: El Concierto para violín de Brahms. Fue el primer disco de larga duración que adquirí, en 1957, poco tiempo después de la aparición en Gran Bretaña de discos de 33 revoluciones por minuto. A mi padre le hubiera parecido un desatino inadmisible comprar un tocadiscos, pero lo convencí de que era capaz de montar las piezas, que me saldrían baratas. Como natural de Yorkshire, aquello lo sedujo. Monté el plato y el amplificador en la caja de un viejo gramófono de 78 revoluciones. De haberlo conservado, ahora tendría un gran valor.
¿Disco número tres?
Cuando estudiaba en Oxford, leí Contrapunto, una novela de Aldous Huxley. Pretendía ser un retrato de la década de los treinta y sus personajes eran numerosísimos. La mayoría eran acartonados, pero había uno que evidentemente constituía una réplica del propio Huxley. Aquel hombre mataba al jefe de los fascistas británicos, una figura inspirada en sir Oswald Mosley. Hizo saber entonces al partido lo que había hecho y puso en el gramófono los discos del Cuarteto de cuerda, opus 132 de Beethoven. Hacia la mitad del tercer movimiento llaman a la puerta y cuando abre, lo matan los fascistas.
Es en realidad una novela muy mala, pero Huxley acertó al elegir la música. De saber que estaba en camino una enorme ola que anegaría mi isla desierta, escucharía el tercer movimiento de ese cuarteto.
Vamos a detenernos en ese momento de su existencia – cuando le anunciaron a Hawking equivocadamente que sólo le quedaban dos años de vida -, Stephen, y escuchar su siguiente disco.
La Walkyria, primer acto. Otro de los primeros discos de larga duración, con Melchior y Lehmann. Grabado antes de la guerra en 78 revoluciones y reproducido como lp al comienzo de los sesenta. Después de que me diagnosticaron en 1963 la esclerosis lateral amiotrófica, me volqué en Wagner. Yo escribo V-A-R-G-N-E-R para que se aproxime a la pronunciación adecuada.
Escuchemos más música.
Los Beatles, Please, please to me. Necesitaba un cierto alivio tras mis cuatro primeras versiones de música seria. Al igual que muchos otros, acogí a Los Beatles como un soplo de aire fresco en la escena más bien rancia y enfermiza de la música popular. Solía escuchar los cuarenta principales de Radio Luxemburgo los domingos por la noche.
Más música.
Mozart ha sido siempre uno de mis favoritos. Compuso una cantidad increíble de música. A principio de este año, con ocasión de cumplir los cincuenta, me regalaron sus obras completas en discos compactos, más de doscientas horas de audición. Todavía estoy con ello. Una de sus obras más grandes es el Réquiem. Mozart murió antes de concluirlo y lo terminó uno de sus alumnos a partir de los fragmentos que había dejado. El introito que estamos a punto de escuchar es la única parte totalmente compuesta y orquestada por Mozart.
Escuchemos el disco número siete.
Stephen: Me gusta mucho la ópera. Pensé en elegir mis ocho discos con fragmentos operísticos que fuesen de Gluck y Mozart, pasando por Wagner, hasta llegar a Verdi y Puccini. Pero al final opté sólo por dos. Uno tenía que ser Wagner y luego resolví que el otro fuese Puccini. Turandot es con mucho su mejor ópera, pero también murió antes de concluirla. El fragmento que he escogido es el relato que hace Turandot de la violación y rapto por los mongoles de una princesa de la antigua China. Como venganza, Turandot hará a sus pretendientes tres preguntas. Si no pueden responder, serán ejecutados.
Y ahora, el último disco.
Tendrá que pronunciarlo usted. Mi sintetizador de voz es norteamericano y se estrella con el francés. Se trata de canción de Edith Piaf: Je neregretteiren. Esa frase compendia mi vida.
Y si sólo pudiera contar con uno de los ocho discos, ¿cuál elegiría?
Tendría que ser el Réquiem de Mozart. Sería capaz de escucharlo hasta que se agotaran las pilas de mi minicasete.
Fuente: BBC y E-Consult