Con la llegada del excelente To The Bone (2017), su quinto lanzamiento solista, el arquitecto musical Steven Wilson emprendió una nueva apuesta artística. Balanceando su densidad conceptual y dinamismo musical, el ex líder de Porcupine Tree ofreció su material más accesible a la fecha, motivado por el pop progresivo de su juventud. Con esto consiguió forjar un satisfactorio y transformativo camino para su carrera solista, pese a las reservaciones de sus seguidores más conservadores.
Dicho camino continúa ahora con su oferta más reciente. Parte de un colosal proyecto audiovisual que representa uno de sus mayores riesgos artísticos, The Future Bites es un trabajo decididamente incendiario. Los novedosos elementos sonoros de su álbum anterior son amplificados en una dimensión maximalista, con un propulsivo énfasis rítmico influenciado por la esencia del disco y el dance.
El enigmático Wilson empuja sus composiciones en una dirección más agresiva, mientras contempla la relación de la sociedad con el consumismo, a menudo con resultados impactantes y pertinentes. Sin embargo, decisiones creativas poco acertadas producen un desequilibrio en la secuencia de estos nueve temas. En el proceso, The Future Bites tiende a colapsar ante el peso de su excesiva sátira.
“La nueva dirección musical del ex Porcupine Tree proporciona momentos de melancólica preciosidad”
“Somos el ser, el ser que se ama a sí mismo”, profesa el coro de voces de “Self”, la canción que introduce el imaginario social del disco; la gente que describe, poseída por su necesidad de proyectar, aparentar, ostentar. Esta adictiva carga de funk ligero da paso inmediato a la frágil belleza atmosférica de “King Ghost”, un escalofriante y laberíntico número conducido por el frío falsete del músico.
La pieza central y declaración de principios de este proyecto radica en “Personal Shopper”, un divisivo número épico de casi diez minutos que inyecta desesperante adrenalina con su sentido de urgencia. A través de largas listas de objetos materiales que rayan en lo innecesario, el intérprete ilustra la peligrosa práctica con la que buscamos saciar deseos superficiales en tiempo récord sin considerar el impacto social y ambiental. Coros que recuerdan a ABBA y un interludio narrado por nadie más que Elton John dotan un toque de show a la energía distópica de esta brillante composición.
Con frecuencia, la nueva dirección musical del ex Porcupine Tree proporciona momentos de melancólica preciosidad. La dulce guitarra pop de “12 Things I Forgot” se acerca con satisfacción al terreno transformativo de Tears for Fears y Talk Talk. El ciclo culmina con “Count of Unease” manifestándose como un eco encapsulado de la desconexión que nos deja sintiendo el ruido de la vida moderna. “Siempre fuera, siempre fuera de mi mente”, declara Wilson con el desconcierto de una víctima del capitalismo tardío.
“Existe una visión consistente, pero no se transmite del todo bien al álbum”
Wilson, quien dedica gran importancia a las líricas como canal comunicativo nos brinda escritos intencionalmente poco pulidos buscando provocar radical reflexión. Pero pese a que el lenguaje empleado estimula la atmósfera violenta del elepé, la mitad del tiempo esta crudeza socava su objetivo. Basta con recordar la línea de “Self” sobre “entretener como un puto payaso”. Su finalidad es generar una imagen grotesca, pero en lugar de eso, suena poco ingeniosa para un compositor de su estatura.
Este problema se evidencia también en “Follower” y “Eminent Sleaze”. La primera composición busca levantar un ataque a la cultura de influencers de la red social, pero lejos de entregar una postura detallada con argumentos, retumba en la demonización impulsiva. La segunda retrata con fealdad el complejo mesiánico del hombre de negocios, pero su estilo rudimentario raya en lo ordinario. Poco ayuda que Wilson parece estar en autopiloto musical durante ambos momentos.
Se podría argumentar que el artista ha alcanzado su propio Everything Now, el bien intencionado pero forzado intento de Arcade Fire por articular comentario social en torno al consumismo. En esta oportunidad, se logran evadir los puntos muertos creativos que plagaron al conjunto canadiense, pero sin embargo su desarrollo conceptual roza los mismos territorios, manejando su tema de estudio con torpeza y carencia de tacto. Queda claro que existe una visión consistente sobre los daños del sistema regente, pero esta no se transmite del todo bien al álbum.
Con todo considerado, The Future Bites representa un ligero desvío en el camino artístico de Steven Wilson. Esto no es para nada algo malo; este laborioso proyecto conlleva algunas de sus composiciones más satisfactorias y conmovedoras. Pero hasta los grandes de su calibre pueden sufrir de visión borrosa. En un intento por ofrecer una ácida parodia del parasítico capitalismo que permea nuestras existencias, Wilson resulta más lastimado que beneficiado, su aporte resultando más “old man yells at cloud” que profeta del fin de los tiempos.