Alex Delarge era un sujeto de aspecto normal, con la vida calórica de un adolescente en su rostro y una postura que pretendía alcanzar el cielo. Se desenvolvía en la sociedad con cierta peculiaridad, siempre entonando su acento británico bajo un léxico de difícil comprensión. Un paradigma que lograba sacarlo de la ‘muralla’ social con simples melodías. En su equipo de sonido un casete: Symphonie Nr. 9 op. 125, en su mente un arcoíris infinito de catástrofes y apetitos sexuales por destapar. Bastaban unos segundos de la pieza del compositor clásico para que pupilas se dilataran y delirio onírico cobrara vida. Una escena para la historia repetida en la filmografía de Stanley Kubrick, y que bien puede resumir la constante retroalimentación entre cine-música, puente que ya contabiliza más de 60 años de vida y que será retratado en un nuevo libro de la editorial criolla La Calabaza del Diablo.
Académicos y críticos de cine chilenos, argentinos y peruanos se reunieron para analizar estas expresiones culturales, que marcaron precedente a lo largo del siglo XX, en Suban el Volumen. “Nosotros jugamos incluso con el concepto de cine-rock, como una especie de tercer lugar donde ambos se alimentan mutuamente”, explica a La Tercera, Iván Pinto, gestor y uno de los editores del libro. Agrega: “en Chile no existía un libro que elaborara esta relación, sólo acercamientos específicos y algunos dossier pero nada sobre cine y rock en habla hispana”.
Lógicamente, su foco está puesto en la contingencia nacional, así podemos encontrar referencias a Los Jaivas con Palomita Blanca, Electrodomésticos con El Chacal de Nahueltoro y una mirada retrospectiva a piezas visuales que hablan de la música en los últimos 15 años. El texto recorre subgéneros como el rockumental, la ópera rock y el biopic; se detiene en movimientos asimilados por el cine como el punk, la no wave o el metal; repasa algunas representaciones de la juventud en el cine de los años cincuenta y en las teen movies; detecta la presencia de la contracultura en el cine estadounidense y francés; para finalmente, explorar el panorama chileno y argentino.
Introduciendo visuales con temática sonora
Cortesía de Super45, puedes leer a continuación el capítulo introductorio de la obra: Tanto el rock como el cine tienen su origen en el surgimiento de la cultura de masas, uno hacia fines del siglo XIX y el otro a mediados del XX. Tienen en común el haber reflejado las in¬quietudes sociales y políticas de su tiempo, aunque también el haber producido subculturas, estilos de vida y relatos al interior de la cultura urbana de las últimas décadas, penetrando pro¬fundamente en las vidas cotidianas. Por otro lado, el estallido contracultural ocurrido en la década del sesenta parece haber dejado restos por doquier, situando un antecedente claro de sus posibilidades, aún más cuando ambos fenómenos se entrecruzaron, creando una nueva forma de arte en el momento mismo en que la palabra “arte” era cuestionada. Un cine-rock busca su lugar a lo largo de este libro desde sus más variadas formas y mutaciones.
Como formas culturales, podríamos decir, ambas no “se bastan a sí mismas” (nos referimos a una historia cerrada o purista) sino que tienen vinculaciones más profundas arraigadas en las transformaciones socioculturales, políticas e históricas. Hacia fines de la década del sesenta ambas formas culturales –el cine y el rock– eran elementos presentes a lo largo del globo y acompañaron diversos impulsos de transformación social, generando junto con ello una suerte de cosmopolitismo idílico en las cuales el cine y el rock eran artefactos culturales que transportaron “el mensaje”.
La década del sesenta sirve también para la cristalización de una cultura juvenil que encontrará cada vez más una mayor presencia a lo largo de los años siguientes, así también para el surgimiento de nuevas cinefilias, y nuevos estilos musicales y vitales que las acompañaron, que circularon y fueron re-apropiados por contextos geográficos de la más diversa índole. Subculturas y modas que van de los Teddy Boys a los Mod o los Rockers, pasando por el hippismo o el punk tienen correlatos en estilos musicales y dialogaron ampliamente con la cultura fílmica, generando un diálogo fructífero a lo largo de la segunda mitad del siglo. Al surgimiento de “los nuevos cines” de la década del sesenta que promovían una ruptura con las formas tradicionales se le puede poner en paralelo las transformaciones del rock como forma cultural (vinculado a la psicodelia o el punk) y que como relatos que al interior de la cultura oficial promovieron proyectos paralelos o más bien contraculturales con una orientación exploratoria y nihilista a su vez. En sus letras, relatos y contenidos se hacen proyectos negados en la razón ilustrada, por lo general procedentes de placeres prohibidos que en el marco de un cuestionamiento general pasaban a ser re-considerados. Hablamos de una cultura vinculada al cuerpo, a la sexualidad y a la experimentación narcótica, como pilares de una generación que reclamaba una erotización radical de la vida cotidiana.
El origen de este libro tiene por objetivo desentrañar estos nudos que están presentes entre el rock y el cine comprendidos como relaciones, cruces e intensidades, y yendo un poco más allá de las infinitas catalogaciones, citas o referencias, toda información que se puede encontrar en Wikipedia o Google. Aquí lo que nos interesa es más bien abrir una serie de flancos y puntos de partida, una entrada de múltiples perspectivas que se abra a pensar estas relaciones. ¿Cómo el cine filma al rock? Una pregunta no tan nítida: ¿hablamos de estilos de vida juveniles o de las figuras icónicas del rock? ¿De filmes inspirados directamente en relatos rockeros o de la forma en que la cultura rock aparece en distintas películas? ¿Hablamos de ficciones o documentales? ¿Y qué ocurre con los distintos géneros como los biopics, musicales o experimentaciones formales que tuvieron lugar a lo largo de las últimas décadas? ¿Y con los estilos de vida, las juventudes y subgéneros del rock? ¿Cuándo hablamos de “rock”, hablamos sólo de un estilo musical o más bien de una proliferación de subculturas específicas con tramas locales? ¿Qué ocurre con estas relaciones en contextos más periféricos y de tramas más situadas en este rincón sudamericano del planeta?
Todas estas preguntas están a la base de los artículos presentes en este libro, surgido como idea hacia el año 2010 que, a lo largo de los últimos años, ha ido creciendo hasta materializarse en lo que tienen ahora en sus manos. Todos los artículos están inscritos (escritos desde) un espíritu de doble “militancia” com¬prendida esta como una que tiene un pie en el rock y otro en el cine, encontrando un punto de comunión en estas referencias cruzadas y la forma en que el cine ha mostrado, pero también recreado y re-figurado el universo musical rockero.
Suban el volumen está dividido en cuatro partes. En la primera, Del registro a la puesta en escena, se exponen tres tipos de abordajes con que el cine representa la música, tres géneros que, pese a sus diferencias, en cierto grado se han ido contaminando y traspasado sus fronteras, al menos en cuanto a lo que respecta al momento de “escenificar” al rock y sus protagonistas. El primero, “El rockumental o el documental sobre la música pop-rock”, a cargo de Hernán Silva, consiste en un recorrido preocupado por resaltar los motivos formales y las variables estilísticas con que el cine documental se ha acercado al rock como instancia convocante, ya sea el registro de un concierto o el retrato de un músico o banda. Del cine directo, con experiencias seminales como las de los hermanos Maysles y D. A. Pennebaker sobre los Beatles, los Rolling Stones y Bob Dylan, a estilizaciones van¬guardistas como las de Julien Temple o Jonathan Demme, entre otros, se logra entender cómo el rockumental funciona como un archivo de imagen y sonido que captura al músico, al rock y el ambiente cultural que los rodea pues consigue constituir un dispositivo que encapsula la experiencia sonora y el mecanismo que lo posibilita: el registro del tiempo. En segundo lugar, está el texto “Ópera rock: antihéroes y mesías musicales”, de Álvaro García, quien explora en la angulación temporal cómo la relación cine y rock cede ante la “espacialidad” de la puesta en escena operática. Tomando una muestra de filmes que derechamente se catalogan dentro del género musical, ensaya una lectura del musical rock a partir de la temática del músico como arquetipo del rebelde caído en desgracia, la que es elaborada por narraciones que implican la exhibición de su mecanismo de puesta en escena –rock dentro del cine– adaptando como fuente discos conceptuales y obras del teatro musical como Tom¬my, Phantom of the Paradise, The Wall y Hedwig and the Angy Inch, ejemplos de una mutación genérica que sin abandonar las premisas fundadas por el musical clásico, dan lugar a lo que se ha llamado “ópera rock”. Como ensayo que cierra el capítulo, está “¡Larga vida al biopic! Avatares de un género con espíritu rockero” de Alejo Janin, centrado en películas sobre vidas de rockeros, en las cuales se ve cómo la captura de la realidad cede paso a las fuerzas de la ficción demostrando que el género define los elementos para construir una historia del rock a través de la biografía de determinados personajes y, a la inversa, el rock aporta posibilidades de reelaboración de lo que se entiende por biopic, muchas veces con base en estilemas desarrollados por otras aportaciones del cine al rock, como son el rockumental o el musical. En un arco que va del mismísimo primer filme sonoro, El cantor de jazz a propuestas posmodernas como las de Gus Van Sant y, sobre todo, Todd Haynes, el texto discute qué se entiende por biopic en un recorrido que va deshaciéndose en el camino de su impronta didáctica y ejemplificadora hasta localizarse finalmente en la sofisticación de una puesta en escena al servicio de intereses autorales y revisionistas.
La segunda parte, Juventud y contracultura, se inicia con el texto “Blackboard Jungle: rock and roll, juventud y conservadurismo en la sociedad estadounidense de los años cincuenta”. Aquí, Juan Carlos Poveda se centra en los trasvasijes entre el rock and roll, los jóvenes estadounidenses de la década del cincuenta y el cine industrial. Como síntomas de cambio, en películas como El salvaje, Semilla de maldad o Rebelde sin causa quedan detectados ciertos desajustes al American Way of Life que genera este tipo de música al introducir rítmica y temáticamente problemáticas raciales, sexuales y nuevas formas de socialización juveniles. En los años ochenta la protagonista será otra generación de jóvenes, y a partir de ella, otros sus gustos y sus representaciones en el cine; Alejandro Cozza, repasa y lee críticamente las teen movies norteamericanas de esa década. En su texto, “Forever young. Seducción y clímax de las teen movies”, a partir de una definición de ese subgénero explora las dimensiones de consumo de las películas, los valores y conductas de los jóvenes que las protagonizan, y el funcionamiento casi estandarizado de un género que también tendría un ocaso, en la era MTV. Su texto consiste en un plano general al espectro juvenil suburbano estadounidense que, de los setenta a los noventa, desborda el antes y después de aquellos filmes ochenteros que compusieron el imaginario adolescente de la década e instauraron prototipos y representaciones reconocibles hasta hoy día. Se trata de películas como Pump Up the Volume, Over the Edge, o The Breakfast Club cuyas bandas sonoras –llenas de post punk y new wave– que, más allá del acompañamiento musical, funcionan principalmente como notorio vehículo discursivo a la hora de explorar personajes y tramas juveniles. Al pensar en lo contracultural como relato y experiencia, Iván Pinto reflexiona sobre un grupo de filmes que establecen un itinerario en el ensayo “El rock por otros medios. Umbrales cinematográficos entre la contracultura y la experimentación”. En su acercamiento, el autor establece tres ejes desde los cuales revisa una parte relevante de estos umbrales contraculturales presentes en filmes como Zabriskie Point, Easy Rider, las películas de Richard Lester, Jean Eustache y Wim Wenders, en los cuales se abordan el nihilismo, la búsqueda erótica y el desarraigo.
La tercera parte del libro, Estilos radicales, explora las relaciones entre el cine y escenas musicales como el punk, el metal o la no-wave, presentes en itinerarios cinematográficos diversos. Primero, Andrés Nazarala propone en “Revolución y réquiem: el cine como testigo del estallido y el ocaso del punk” un abordaje desde cuatro ejes: los registros casi casuales del surgimiento del punk y sus pogo; los componentes políticos que lo redefinen; su trasmutación de movimiento rebelde a mercancía masiva del gran cine; y los homenajes y revivals. El texto también establece un eje espacial dividido por dos escenarios principales del punk: Estados Unidos y Gran Bretaña, en el que se suscita un efecto como el culto a la personalidad autodestructiva del punk como señal identificatoria importante que el cine trasladará a pantalla. Ya con un foco puesto en la escena punk neoyorkina del no-wave, Mónica Delgado detecta, en “Simbiosis en el margen: comunidad, nostalgia y rock en los ámbitos del No Wave Cinema”, los pasos audiovisuales y experimentales de cineastas situados en este ambiente under, que se proponía como un más allá del indie, estableciendo una consigna de disrupción, amateurismo y subversiones varias. De este movimiento abrupto y breve, que va de 1976 a 1985 y está en la base de lo que después se conoció como Cinema of Transgression, destaca su volatilidad low fi, un espíritu asocia¬tivo y temáticas duras, que abarcan tanto documentales, como Blank Generation –en el cual quedaron registrados conciertos de Patti Smith o Television– y propuestas semificcionales, como las colaboraciones entre el director Richard Kern y la artista rock Lydia Lunch. Luego, en “Cine y metal: extremos e híbridos del documental y la ficción”, José Carlos Cabrejo detecta la atracción cinematográfica multigenérica del metal, leída a través de un filtro que actualiza ciertos mitos propios de la cultura occidental (como el descenso al infierno), visible en apuestas que van desde la ficción hasta el falso documental, repasando un corpus fílmico considerable y abarcativo. Cruces que en el texto señalan un tramado compuesto por camp, cine de terror, pastiche y parodia en una desmitificación de valores propios de la alta cultura que va en consonancia de los motivos artificiosos y transgresores de la música metal.
La última parte, Escenas locales, observa réplicas del rock que se hicieron presentes en Latinoamérica, asumiendo particularidades territoriales y políticas. En el caso argentino, Luciana Calcagno y Griselda Soriano confeccionan un completo panorama en “El ritmo de tus ojos: el rock en el cine argentino de las últimas décadas”, destacando las relaciones con el rock que tuvieron películas de la postdictadura como Tango feroz, la leyenda de Tanguito (Marcelo Piñeyro, 1993), y otras que se sitúan en el marco de las reformulaciones estéticas y políticas del Nuevo Cine Argentino. Luego, el foco es Chile, y los textos funcionan como un tríptico que mapea cronológicamente las relaciones del rock con el cine chileno, desde el cine de los años sesenta, hasta la presente década. En el primer caso, Antonia Krebs y Ximena Vergara rastrean en “Otras canciones. El rock en el cine chileno de los años sesenta y setenta”, la presencia de desajustes al predominio que existió entre el cine de esa época, la música de raigambre popular, y la Nueva Canción Chilena. Aquí, películas de Álvaro Covacevich, Raúl Ruiz y Carlos Flores permiten abrir diálogos entre el cine chileno, el hippismo, y la política, en una etapa previa a la dictadura y la larga pausa que generó a nivel creativo. En ella fueron claves los ritmos rockeros-americanistas de Los Jaivas, quienes, luego de la efervescencia cultural de los años sesenta e inicios del setenta, y ya desde el exilio y en sus visitas episódicas a Chile, continuaron cultivando las relaciones entre imagen y sonidos. Partiendo justamente con ellos, Luis Valenzuela, en “Rockeros chilenos. Imágenes fugaces y puentes diversos (1980-2000)”, recorre el panorama de los años ochenta hasta el 2000, explorando otros formatos como el VHS, la televisión o el videoclip. Destacan aquí, los contrabandos audiovisuales de Teleanálisis, directores de renombre como Gonzalo Justiniano o Cristián Galaz, y cruzando la época, el aporte al rock nacional que significó la carrera de Los Prisioneros. Como episodio de cierre de esta parte y del libro, el ensayo “¡Ruido, vanguardia, desacato y subversión! Un recorrido por los rockumentales chilenos más representativos del dos mil”, de Susana Díaz, levanta una completa filmografía que va de 2004 a 2014, distinguiendo una línea clásica más retrospectiva que se apoya en materiales de archivo, entrevistas y seguimiento, para retratar los trayectos punks y al margen de la dictadura de bandas como Fiskales Ad-Hok, Electrodomésticos y Supersordo. Como interludio dentro de su propio texto, la autora, que es también documentalista, repasa sus realizaciones, finalizando su ensayo con la exploración de películas que apuestan por usos documentales menos convencionales, como el falso documental o el cine directo.
Suban el volumen. 13 ensayos sobre cine y rock es, entonces, una invitación a recorrer períodos, contextos y lugares en una variedad amplia de estilos musicales, géneros cinematográficos y subculturas juveniles rockeras, dando lugar a una exploración desprejuiciada y diversa, hecha de imágenes, sonidos y riffs de guitarra. Un cine-rock que abre como una caja de pandora zonas y puntos de vista quizás menos conocidos, buscando dar un panorama amplio a un lector con interés, ya sea por separado o en conjunto, melómano y cinéfilo. Los dejamos, pues, invitados a disfrutar de este recorrido.