El acontecimiento que es en sí mismo The Brian Jonestown Massacre, infestado de cigarros y alcohol como poco, finalmente ocurrió en esta tierra de melómanos. La autenticidad de lo que hoy son siete integrantes se hace potente en show que consideramos corto, teniendo en cuenta las más de doscientas canciones que albergan, pero queda como una deuda saldada. El brillante monstruo creador que es Anton Newcombe, que ya no necesita introducción, conduce a los chilenos por las veredas obsesivas que destellan a Rolling Stones y a ratos se diluyen en su propio sonido esencial del que fuimos presentes. La droga esta vez son ellos mismos con más de dos décadas de desempeño musical que ha perdido su fecha, devolviéndonos ese espíritu que traían los sesenta con encanto y desesperación.
La cita fue exactamente a las 5 con 15 minutos y la locación como ya sabemos Fauna Primavera; un Joel Gion que llegaba justo a tiempo para comenzar y un Anton que hasta ese minuto se mostraba como imperturbable y completamente de blanco. “Geezers” del And This Is Our Music lanzado hace exactamente trece años, comienza el viaje por la nostalgia que nos deja perdidos en el ambiente atemporal del psych y el acontecimiento sesentero con atisbos country que no pasan desapercibidos en su doce cuerdas.
Se encontraron quince destellos que recuperan los 16 larga duración que acumula en conjunro, volcando el infalible “Who” a terreno nacional. Se desprende del brillante “Take It From The Man!” partícipe del trío majestuoso del 96, el esencial para el movimiento psych actual y definitivamente la cúspide drogadicta y plenamente auténtica. Las tangentes sesenteras, los Stones y la rasposa y medio inyectada voz de Anton crean el homenaje de corte psych garage. Otro importante hito se manifiesta con “Nevertheless”, caracterizado por su calibre relajado que hace que los fanáticos indie y rock clásico lleguen a un punto intermedio en el 2001.
“Days Weeks and Moths”, “Pish” y el clásico de todos los tiempos perdidos “Anemone”; ésta última del “Their Satanic Majesties’ Second Request” también del “golden trio” evoca un sinfín de sentimientos al sólo recitar “I, I think I know how I feel…”. Nos recuerda a esa época en la existencia de BJM donde eran imparables, las peleas eran un deleite rutinario y la capacidad de Anton de crear era una fuente inagotable, tanto así que por esos años Capital Records casi lo obliga a parar de producir esa cantidad inimaginable de material. Un “Anemone” que desata esa habilidad que poseen de matar a sus propios ídolos para purificar su sonido inigualable.
El último bloque de nostalgia se ve interrumpido por un Anton que no soporta la imperfección, no logrando empezar su décimo cuarto tema debido a un imprevisto con el amplificador y el técnico a cargo, que mantenía la difícil misión, que terminó por ser fallida, de complacer el maniaco multi instrumentalista. Su ira se desata y la banda lo toma con calma, quizás esto era un episodio menor en comparación al de aquellos años noventa. La furia de la velada culmina con “Yeah Yeah” del “My Bloody Undergroud”, bajo el sello del propio líder: A Records, creando algo más avant-garde volviendo al shoegaze del “Methodrone”. Así se atisba el cierre, placentero pero agridulce, un líder ofuscado y decepcionado, un “tambourine man” que destroza uno de sus panderos, y un público extasiado de esta experiencia atemporal.
La conclusión de un show de este peso y con calidad de debut no puede ser no emocional; crean un ambiente sólido que sólo pudo ser quebrantado- una vez más en la historia- por el genio de Newcombe, que hace que su descontento culmine la velada sin una despedida a los fans. Una banda que ha estado religiosamente presente en las páginas de la historia y que se ha llevado parte significante de la vida y personalidad de Anton, el cual además produce los mismos álbumes, comprendiendo una habilidad para crear que lo ha superado.
La espera fue larga y la batalla se hizo desmesurada, evocan a una paleta de referentes que nos dejan perdidos en esta atemporalidad maniática y casi desquiciada reviviendo lo que queda de ellos mismo y del psych sesentero. Acontecimientos de este calibre no merecen catálogos típicos de prensa, se desmitifican a verlos en vivo, no queda más que desligarse de aquellos catálogos de géneros musicales para formar un esquema personal y de sentimientos individuales; en esta misma clave los fanáticos de los veteranos BJM albergan en su memoria una tarde repleta de autenticidad y tangentes anestésicos.