Un piño de 200 personas esperó paciente el arranque de Vintage Trouble en el VTR STage. En complicidad, sabían lo que venía. Impacientes vitorearon con palmas antes que el cuarteto irrumpiera en el escenario. De alguna forma expelían la energía que allí se viviría.
Ty Taylor (voz), Nalle Colt (guitarra), Rick Barrio Dill (bajo) y Richard Danielson (batería) testificaron ante la audiencia en cofradía, cada uno envuelto en un impecable traje formal, a la usanza de las bandas de los 50 y 60, a las que el cuarteto les rinde pleitesía y homenaje en todo momento. Antes de arrancar el show, el cuarteto juntó sus puños en una pequeña arenga que luego fue pública cuando Ty tomó el micrófono y comenzó a vocalizar ante los presentes. Imposible no pensar en James Brown al mirarlo. Ty tiene hasta el parecido físico, pero eso no importa, porque su timbre emula no sólo a Brown, sino a la más rica tradición de voces negras del blues y soul. Terminado el rito, comenzó la música, que desde el primer segundo tuvo una vocación aglutinadora. La primera sorpresa, la invitación de entrada, es la constatación de que Vintage Trouble, guitarra –bajo-batería, es capaz de copar los espacios con su sonido. Cuando el bombo de Danielson inauguró el recital, del primer momento se supo que no habrían tiempos muertos, ni tranquilidad ni sosiego.
Pareciera que Vintage Trouble entendió a la perfección la coyuntura del festival. Presentarse en uno de los escenarios principales, a las 13:30 horas, con el sol gobernándolo todo, no es fácil para músicos ni público. Por lo mismo, el grupo se plantó en escena con afán acogedor, en una invitación abierta al público. Dese el inicio Ty entablo juegos vocales con los asistentes, la mayoría jóvenes, que a su vez correspondieron la energía derramada vía baterías frenéticas y reefs de guitarra que se montaban sobre el incalculable legado musical del mejor Chuck Berry.
Lo de Ty fue un show aparte. El pequeño James Brown vibró como nadie: fue protagonista y se hizo parte del público literal y metafóricamente. Bailó todo. Su pelvis, fue un instrumento más de la banda: la agitó como un pandero, jugó con ella, la meneó, y fue tanto el espectáculo, que la muchachada más ágil (la más joven) le pidió la folclórica “colita”. Petición que Ty rechazó de plano. Pero su humor y compulsión no se detuvo ahí. Hiperquinético empedernido, recorrió cada centímetro de la superficie, y pasada la media hora del concierto, tuvo la osadía de escalar la torre de sonido para lanzarse como un autentico rockstar a la marea de público, que a esa altura repletaba la explanada. Se lo llevaron en andas (no pocos metros) hasta el escenario. Ty nadó sobre el público local como una piscina humana, sin nunca dejar de gesticular la mueca de risa(y placer) que le provocaba el tacto local.
Las pantallas esta vez transmitieron la presentación a ratos en un distorsionado blanco y negro, con un sutil marco que emulaba las televisiones antiguas, estilo Bolocco, que tan populares se hicieron en la larga y angosta faja. Sin embargo, el homenaje permanente de Vintage Trouble a lo viejo no alcanzó a parecer majadero, ni tampoco repetitivo. Los golpes eléctricos del cuarteto en escena alcanzaron para que el sentido alegre se difuminara a cada track ejecutado en una perfecta armonía contemporanea.
El público bailó en todo momento. Vintage Trouble logró lo que pocos logran en Lollapalooza: transversalidad, sentido del espectáculo, genética carnavalesca. Su show recordó anteriores fiestas multitudinarias como TV on the Radio en 2012 en similares condiciones climáticas y horarias. Y quizás por eso, los asistentes respondieron con bailes inspirados en épocas octogenarias: mucho paso ska, mucho movimiento de piernas a la usanza de Elvis, sabrosura a lo Aretha Franklin, pero también péndulos de caderas eróticas cuando fue necesario . Familias completas (que a las 1 de la tarde abundan en el Parque Ohiggigins) celebraron tomadas de la mano la electricidad ambiente de Vintage Trouble, hombres que nunca se despojaron de sus trajes, que en ningún momento defraudaron la tradición fiestera que llevan sobre sus venas.
En 45 minutos, el cuarteto repletó la explanada y hasta el vip estuvo relativamente habitado, más que un logro en esta coyuntura. Pero no todo fue frenesí. Canciones hermanadas con el soul clásico alcanzaron halos sexuales cuando el ocaso del show se aproximaba.
“Les faltó tiempo a los Vintage Trouble”. Esa fue la sensación que quedó después que centenares de personas agitaran sus brazos en el aire tal como Ty lo ordenara al séquito. La fiesta fue total. El recuerdo, pleno.