Aún con el pesado paso de los años sobre este fragmento de tierra, es posible vislumbrar un conjunto de grupo con edad sobre su espalda, cuya espera sigue siendo una deuda. Algunos desaparecerán antes de siquiera barajar la idea de pasearse por este país, pero otros tarde o temprano saldarán sus cuentas. Weezer quebró sus 25 años de compromiso la noche del día de ayer en el Movistar Arena.
Con una poco más que mixta discografía, la banda recorría Sudamérica con la no despreciable cantidad de cinco álbumes de estudio publicados en los últimos cinco años. No obstante, la ventaja de contar con una suma de LPs que apunten en cualquier dirección, es que tienes la posibilidad de barajar explosivos y amados sencillos de vez en cuando. Más aún considerando que la primera pierna de su discografía recibe un culto de clásica entre las comunidades melómanas. El cuarteto estadounidense podía venir a presentar solo éxitos y descender victorioso.
Sin más que una fosforescente «W» encima del escenario, los amplificadores se preparaban para reventar en sonido. Mientras los minutos disminuían, las manos de los fanáticos de elevaban formando la icónica letra inicial del nombre de la banda entre seis dedos. Vitoreos subían y escapaban, hasta que a las 21:30 los estadounidense ingresaron sin más preparación que sus cuerpos ocultos entre las sombras. Instrumentos en mano y un impacto inmediato: «Buddy Holly».
Desde ese instante, la jornada se envolvió del increíble power pop del debut de Weezer, publicado allá en 1994. El primer álbum homónimo del grupo no solo su quizás más reconocible, sino que de los más energéticos. Una combinación ganadora cuando se desea mover un mar de rostros sobre cuatro acordes y sencillos ritmos sucios de batería. La divertida «Surf Wax America» e icónica «Undone – The Sweater Song» fueron solo ápices de un recorrido que involucró 7 de las 10 piezas que conforman su primer trabajo.
El resto de la discografía recibió un trato amable aunque olvidado. Ningún álbum original del grupo pasó de las dos canciones, siendo apenas «The Green Album» y «Make Believe» quienes siquiera ascendieron a este número. Con 13 álbumes de estudio bajo la chaqueta, es complejo brindar de igual atención a todos. En ese sentido, la banda sabiamente se acercó a sus éxitos más masivos, permitiendo que las suaves melodías de temas como «Beverly Hills», «(If You’re Wondering If I Want You To) I Want You To» y «Island in the Sun» encendieran los motores de la audiencia.
La simplicidad y carisma del cuarteto encumbró cada instante en un hito. Rivers Cuomo es una presencia colorida y mágica sobre el escenario. Entre sus juegos de guitarra, movimientos de baile y conexión con las masas, controla el trayecto del concierto con una encantadora vibración. Las otras piezas de la banda no destacaron por su presencia escénica, mas registraron con precaución su destreza instrumental. El punto cúlmine de la química musical arribó junto al encore, en que el cuarteto se reunió para interpretar en formato acapella el corte «Buddy Holly». Un instante que, quizás, habría alcanzado un mayor nivel de emocionalidad de haber sido acompañado de una mejor amplificación.
Desde el primer acorde, una incómoda mezcla de sonido empapó la amplificación de las diversas capas instrumentales. De vez en cuando sería imposible escuchar ciertas guitarras, o distinguir la voz del líder entre el mar de acordes. El innegable nexo que se formó entre la banda y sus fanáticos intensificó cualquier emocionalidad, rellenando los espacios ocupados por el ruido. No obstante, con una espera tan gigante sobre su cuerdas, es esperable un nivel de mayor preocupación por sobre la calidad del audio.
Asimismo, el listado de canciones pecó en su falta de confianza sobre el material propio. A principios de este año la banda sorprendió con un álbum de covers, sin embargo, llama la atención que con tres álbumes lanzados desde 2017 (dos de ellos, este año), hayan decidido darle tan acentuado énfasis a las reversiones. La no despreciable suma de cinco canciones fue dedicada a covers. Una decisión levemente decepcionante cuando se piensa en la historia de la banda, y en que es su primera vez en tierras nacionales en 25 años.
Cuando se espera con tanto amor y afecto a una banda como Weezer, es fácil dejar pasar las decisiones más cuestionables. Y a fin de cuenta, cuando eres una personalidad tan carismática como Rivers, puedes dejarte llevar por las listas de éxitos. Después de todo, un tercio del concierto fue dedicado a su álbum más adorado por el núcleo de los aficionados. Difícilmente habrá fanáticos insatisfechos con la muestra de afección y potencia desplegada por la banda.
El cuarteto estadounidense es una expresión de ruido y detonación. Cerrando con «Say It Ain’t So», dejaron en claro los niveles de emotividad con los que esperaban jugar. La abrasadora y estridente muestra de sonido es material suficiente para pensar que cualquier instancia de Weezer sobre el escenario es un momento para celebrar. La vívida química entre los instrumentalistas es una muestra de juventud concentrada, ilustrada en el cuerpo de adultos que aún se aventuran como si vivieran en sus 20s.
No sabemos cuantos años tendrán que pasar antes que la banda decida volver a bajar hacia el sur del planeta. Quizás en una futura oportunidad decidan barajar sus propias cartas en lugar de moverse entre composiciones ajenas. De todas formas, el explosivo espíritu vibra en las ruidosas armonías pop que caracterizan a la banda. Un debut colorido y encantador, como una prueba de ensayo que resulta demasiado bien para ser descartada. La huella noventera que sigue viva en las sencillas melodías de cuatro acordes, y múltiples niveles de rock sucio y divertido.
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