Se ve, se respira, se siente. Un breve paseo por alguno de sus rincones nos ilustran de los paradigmas de Woodstaco: en los que predominan el encuentro ‘humano’ entre sus comensales, y la independencia en creación, difusión y ejecución. No hay marcas, no hay pulseras electrónicas, músicos transitando en pasillos estratégicamente seleccionados para apartarlos de su audiencia, barricadas frente al escenario, ni mucho menos sectores divididos en función de un precio más elevado; es un encuentro libre con la música bajo la templada mirada de la naturaleza. Como se realizaba en décadas anteriores.
Punto esencial: si bien, hay una productora detrás del evento, y curatorías varias en sus escenarios, todas ellas surgen con el interés primario de generar un encuentro entorno a los sonidos ocultos de nuestro país, aquellos que muchas veces no se encasillan dentro del concepto de ‘mainstream’. “Es parte de nuestro festival poner protagonismo a las bandas nuevas o antiguas que tocan estilos no populares, que no se pasan en radios ni medios masivos. El under no sólo de Chile sino de Sudamérica.”, nos explica Matías Burgos, uno de los fundadores de la cita. “[…] creo que sería bueno poner el foco en la música, la cultura, lo creativo, por sobre las empresas que lo financian. Eso del ‘bebida cola stage’, creo que es algo muy penca”, agrega. Y así es. Woodstaco se ha mantenido fiel a su propio manifiesto; si bien, en años anteriores el acceso tenía el valor de un aporte voluntario con fines benéficos –alimentos no perecibles-, se entiende que el alza sostenida en el valor de su entrada obedece al aumento en calidad de servicios, artistas, y coordenadas en general. Aún así, por toda la experiencia otorgada, el precio sigue siendo más que aceptable.
Una laguna al borde de Laguna Mental
Con el cambio de casa de Woodstaco, el ex Blesstaco, fue el escenario más favorecido. Rodeado por la naturaleza, destacaba por tener a su costado izquierdo una extensa laguna (desde la que se podía disfrutar en plena agua sus presentaciones). Es más: para acceder a él, era necesario transitar por un sendero con hermosa panorámica. Sensaciones que en la noche exaltaban guiadas por un vistoso techo estelar, y las simples pero lisérgicas proyecciones del mismo. Los sonidos cuento aparte: la gran mayoría de ellos, en perfecta sincronía con la psicodelia propia del lugar. Actos como los de Holydrug Couple, Akinetón Retard o Parresía, acrecentaron el trance.
Productores locales; precios populares
Son dos noches y un día acampando. Por ende, una de las principales preocupaciones es la alimentación. Cocinillas, alimentos no perecibles, envasados o de consumo rápido pueden ser las opciones de varios, pero lo cierto es que no son necesarios. Y es que la oferta gastronómica de Woodstaco da para todo: choripanes, ñoquis, sopas, choclo, hamburguesas, comida china, sushi, entre un largo etcétera. Mejor aún, su precio oscila entre los $1.000 y $5.000. Con un presupuesto por persona de unos $12.000 para todo el festival, debería bastar. Claro, sin considerar otros artilugios disponibles como poleras, bebestibles varios, entre otros.
Otro punto para la autogestión: prácticamente todos los stands presentes en el festival, eran de la zona. Así podíamos encontrar ofertas gastronómicas propias de Curicó, Parral e incluso Villa Baviera. No hay grandes filiales presentes ofreciendo sus productos bajo una estrategia de monopolio. Variedad económica y de gran calidad.
La libertad de Micrófono Abierto
Consigna inédita para cualquier festival: vas a un escenario con instrumentos previamente instalados, te anotas en una lista de espera –que en gran parte de la jornada, se encontraba con una espera aproximada de no más de media hora- y tienes el derecho a improvisar lo que se te ocurra por unos 20 minutos. Desde acordes de tu banda favorita, hasta tus propias creaciones o simplemente recitar un poema o grito social. De 17:00 a 05:00 este escenario funcionó con una infinidad de exponentes; comunidad en su máxima expresión. Muchos artistas presentes en el festival también transitaron por Micrófono Abierto, aumentando la retroalimentación con audiencia así como la sensación de que se trataba de una fiesta de la música sin barreras.
Un nuevo lugar por descubrir
El cambio desde Curicó a Parral trajo consigo varias interrogantes. ¿Sería un lugar más grande?, ¿se extrañaría la montaña?, ¿habría un río de igual extensión a la de Teno? Todas ellas se contestaron en las primeras aproximaciones con el Camping Trapiche San Manuel. Pero más trascendental aún: nos encontramos en lo desconocido; a diferencia de Curicó, donde todos conocían los ‘atajos’ o ‘picás’ de los mejores sectores del río, acá era un misterio. Más aún: resta por conocer en su totalidad el lugar, aquellos secretos ocultos que guarda. Reencontrarse con Woodstaco es un proceso sumamente satisfactorio: encontrar puentes, desembocaduras de ríos, pequeñas lagunas, etc.
Crecimiento de los lugares de encuentro
Uno de los tópicos más explícitos de la evolución de Woodstaco es el creciente desarrollo de sus lugares de encuentro. Una nave extraterrestre perdida cerca del escenario Rock, un paseo de hongos alucinógenos al costado de Nexo, una muestra de arte experimental de tintes ‘trance’ al llegar a Micrófono Abierto –que funcionó hasta el amanecer-, lápidas repartidas en todo el camping, entre otros. Son dichas figuras las que acrecentan el factor ‘comunidad’, ‘sorpresa’, y generan encuentros e intercambios culturales. Un viaje a entender Woodstaco como un concepto, no como un mero concierto.
Entonces ¿te sumas a Woodstaco 2020?
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