Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono, eviten que el perro ladre dándole un hueso sabroso.
Silencien los pianos y con un sordo timbal, saquen el ataúd, permitan a los dolientes venir.
Que los aviones con sus gemidos nos sobrevuelen garabateando en el cielo el mensaje:
“Él ha muerto”.
Pongan un crespón alrededor de los cuellos blancos de las palomas.
Permitan a los policías usar guantes negros de algodón.
W.H. Aden
Él ha muerto. Fueron poco más de cuatro años de espera, de un luto no declarado, de una incógnita permanente que a varios nos hizo preguntar de tanto en tanto “¿algún día despertará?; ¿qué pasará después?; ¿será el mismo?”.
Para muchos Gustavo Cerati se había ido mucho antes del paro respiratorio de este 4 de septiembre de 2014. Pero para otros ese arte, esa poesía que a tantos retrató, que identificó por lo menos a cinco generaciones seguidas de latinoamericanos, no podía terminar de esa manera.
Esa fuente de ideas había quedado atrapada en un profundo sueño, un final injusto para una mente tan brillante. Varios albergábamos la romántica esperanza de que tendría una recuperación milagrosa, de esas de película, un sentimiento que Gustavo Cordera resumió tan perfectamente en su Facebook: “No puedo parar de llorar , había un resquicio de esperanza que hoy se va con vos,que estás volviendo al mar cantando y cambiando. Buen viaje amigo y gracias por habernos regalado tanto arte”.
Ya la espera terminó. Pese a que era previsible un final así, su deceso igual tomó desprevenido a varios. Queda ahora ese sentimiento de vacío, esa “grieta en el corazón” como nos cantaba en #ElTemblor, ese sentimiento tan difícil de explicar.
Para muchos, los próximos días y noches se parecerán demasiado, parafraseando a #Crimen, uno de sus sencillos más populares. Las nubes estarán más cerca del suelo y las lágrimas se asomarán como una lluvia intensa. Pues nada ahora podrá ser como antes.