La primera imagen del concierto fue una de Pedro Lemebel como Frida Khalo, con las cejas frondosas, en la instantánea cúspide de las Yeguas del Apocalipsis. Luego se sucedieron los retratos de otros referentes culturales (Foucault, Allende, Virginia Wolf, David Bowie, Capote, Gingsberg), y seguido de eso, una secuencia en video sobre contingencia política y movilizaciones sociales y estudiantiles. También hubo portadas de diarios y revistas locales refiriéndose con homofobia a la comunidad gay, y extractos de humoristas reforzando el estereotipo. El clip levantó aplausos y pifias respectivas. Y risas en el clásico gif de Felipe Avello homenajeando a Hermógenes con H, en uno de los tantos #quépaaaso en “S.Q.P”.
Desde el inicio, Alex Anwandter dejó en claro que el lanzamiento de “Amiga” no sería sólo buena onda. “Vamos a bailar y vamos a pensar”, dijo en cierto momento de la noche. Y aunque a veces algunos fans se impacientaron y dejaron de prestarle atención cuando quiso enviar un mensaje, Álex se mantuvo incólume. Habló del canto nuevo, de la música con conciencia, de lo que significa ser artista y de cuánto lo conmovió el deseo adolescente de refundar Chile (2006, 2011).
Parte de eso vive en “Amiga”, su reciente disco, que en vivo se escuchó eléctrico, ultra bailable, pero también urbano y poético. El hecho de haber invitado a José Seves en “Cordillera” –referente y vozarrón de Inti Illimani Histórico- tuvo que ver con eso. Muchos lo conocieron esa noche en el Caupolicán y casi a la fuerza terminaron bailando al compás de ese tórax que parece infinito, incluso cuando dentro suyo retumban fraseos de electropop. El otro invitado fue Gepe.
No hubo menciones a la incipiente carrera cinematográfica del músico, pero sí un espacio destacado para visuales que acompañaron (a veces a modo de karaoke) las canciones más representativas del catálogo Anwandter, que no tuvo problemas para incluir temas de Teleradio Donoso, “esa banda que ustedes saben, que tenía antes”; esa banda que a Alex pareciera incomodar. Algunas de esas melodías fueron, paradójicamente, las cimas del recital: “Granada”, “Gran Santiago” (el momento sinceramente emotivo del show), y las explosivas “Bailar y Llorar” y “Amar en el campo”, ubicadas al inicio y al final del setlist.
Un grupo de cuerdas y otro de bronces acompañaron a la banda en ciertos pasajes del concierto, que se sostuvo en parte gracias al espesor sonoro de dos de sus aliados históricos: Nacho Aedo (qué gran músico es Nacho Aedo) y Juan Pablo Wasaff, dupla verosímil del pop chileno. Los coros de Felicia Morales (teclados) y Catalina Rojas (guitarra y voz femenina en “Todos los días” de Pedropiedra) actuaron como bálsamo de un bloque ágil que completó Francisco Rojas en guitarras y Marcelo Wilson en teclados.
Pocas veces Alex habló tanto de sí mismo en vivo, pero más relevante aún, pocas veces se le vio tan involucrado con las causas de su público, al que siempre identifica desde la disidencia sexual. “¿Hay hombres héteros esta noche aquí, aunque sea uno?”, bromeó en el pasaje más hilarante del show. Pero después de escuchar las 29 canciones del setlist, la sensación que queda es otra. Para no pocas personas, estas canciones son la banda sonora de su sexualidad amorosa, y en esa línea, Alex no sólo ha hecho el esfuerzo por transmitir esas texturas, sino también por contar la historia de su sufrimiento político, y más complejo aún, la historia social de una generación púber que desde Teleradio Donoso abraza y entiende su pluma.
El concierto del Caupolicán, el escenario mayor del pop chileno, fue el reencuentro entre esas dos contrapartes necesarias, recíprocas e indivisibles: la legión y su trovador.
