Experimentar es una de las opciones más atrayentes que una agrupación musical puede ofrecer. Traer algo nuevo a la mesa que nunca se haya realizado, y dejar una marca en la memoria colectiva. En ese sentido, desde sus inicios que Animal Collective se ha estado moviendo dentro de sonidos vanguardistas. Luego de entregar un potente debut en “Spirit They’re Gone, Spirit They’ve Vanished” (2000), siguieron con una de las producciones más problemáticas de los últimos años: “Danse Manatee” (2000). Un álbum tan extrañamente realizado, que hay quienes lo consideran lo peor que se haya hecho en las últimas dos décadas, como el disco más importante del siglo 21.
No es fácil hacer algo que sea complejo de absorber, y el grupo está consciente de ello. Por años siguieron una línea de pop psicodélico y experimental que los llevó hasta el exitoso e increíble “Merriweather Post Pavilion” (2009). Sin embargo, con este lanzamiento el cuarteto ha vuelto junto a sus tormentosos inicios. “Tangerine Reef” es un álbum complejo, inaccesible y pesado. Trece cortes ambientales de baja producción, y alta presencia de sintetizadores y guitarras procesadas. “Hair Cutter” es lo más semejante a un pop psicodélico tradicional que el álbum expone. Y el que esté incluido como introducción da la sensación que todo irá viento en popa, aunque cada canción realmente sea más enrevesada que la anterior.
El hilo conductor hace que la producción sea en sí una genial experiencia ambiental, o yendo más lejos, una vivencia visual -considerando que el álbum viene junto a un filme experimental-. No obstante, lo que a ratos es atrevido, en otros momento es sencillo y sucio. El trabajo de montaje vuelve cada pieza instrumental en un viaje aterrador, cercano a como sonaría una pesadilla sonora. Cortes como “Airpipe (To a New Transition)” suenan interminablemente y empiezan a consumir a su auditor a medida que avanza en ellos.
Existe una delgada línea entre la genialidad y la pretensión, y hay instantes en que este disco es ambas. Es realmente difícil comprender si hay un propósito narrativo en las complejas murallas sonoras de este LP. Pues muchas de estas armonías parecieran solo estás hiladas una al lado de la otra par generar un impacto, más que un mensaje. Irónicamente, cuando se acerca a producciones como esta es inevitable pensar en otros discos como “Metal Music Machine” de Lou Reed. Un álbum tan inaccesible y falto de coherencia, que la gente que lo compró pensó que su reproductor se había echado a perder. Hay instantes de verdadera brillantez en el último trabajo del cuarteto estadounidense, pero lo enrevesado de las melodías vuelve la experiencia de escuchar el disco de forma conjunta, en una carga sobre los hombros.
No me cabe duda que una porción de la población encontrará legítima entretención en moverse entre alucinógenos y caer en los brazos de este álbum. No obstante, es engañoso el admitir si dentro de esta producción hay algo más que una intención por impactar. Quizás acompañado de un psicodélico show, o de las magníficas visuales con las que álbum fue liberado, pueda encontrarse belleza más allá del dolor. Lamentablemente, por ahora hay otros elementos de la discografía de Animal Collective que son tanto más divertidos, como atrevidos.
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