“Esa es la gracia de los Beatles… en cada disco son una apreciación distinta, una forma de encarnar la música única pero irrepetible. Desde lo saltarín hasta lo abstracto. Desde un McCartney ideal para vender accesorios tal cual Mickey Mouse, hasta uno que se atrevió a aislarse en una cabaña en los más remotos campos escoceses. Eso es ser un músico”. Son pasadas las 00:00 hrs en el bohemio Barrio Bellavista, en una mesa de plástico a bastante maltraer dos amigos se encuentran entre humos y cerveza bajo una conversación que se extendería hasta altas horas de la madrugada. Era viernes 11 de mayo, y acababan de pasar sólo algunas horas desde el lanzamiento de Tranquility Base Hotel & Casino, la sexta apuesta discográfica de Arctic Monkeys. Ellos lo debaten, lo critican y lo digieren, tal cual como lo hicimos nosotros.
Pero las redes ya reaccionaron: una amalgama entre alabanzas y escupitajos. Los más ingenuos argumentan que el conjunto de Sheffield perdió su esencia rockera, esa que creó himnos de estadios y comerciales de automóviles, para dar paso a sonidos que uno podría esperar de un ascensor. Los más acérrimos defienden la mutación, señalando que el propósito de Turner y compañía siempre es reinventarse en cada álbum, de comenzar sus planes desde cero olvidando registros anteriores. “¿Será de esos discos que hay que darle más de una vuelta? Como cualquiera de Arcade Fire…”.
Y es que la primera impresión es fuerte. Tan sólo unos segundos luego de apretar ‘play’, nos damos cuenta que Arctic Monkeys una vez más mutó en su sonido a niveles insospechados. Star Treatment es la mejor muestra de ello: elegancia, misterio, piano y guitarras afiladas a un lado. Un sonido plenamente ambientado en paisajes urbanos de Los Angeles (ciudad donde se gestó), tal como lo reconoce Turner de actuales 32 años en entrevista con Warp “… pero eso es lo que hace diferente a este álbum, que es la primera vez que empiezo a escribir y grabar de forma aislada, en casa, en Los Angeles, con una Tascam, usándola como herramienta de escritura; la combinación de eso con el piano y un par de teclados que tengo. Muchas de las voces que escuchamos en el disco vienen de tomas de cuando estaba escribiendo los demos. Cuando estás en ese momento tienes la oportunidad de capturar algo que no puedes hacer otra vez y eso sucedió en este disco, más de lo que imaginé”.
Punto aparte para las letras. Desde un primer segundo ellas nos revelan que estamos ante un registro que subraya en lo conceptual, que propone viajes hacía el espacio en una idea futurista-aleatoria. Por lo demás, se nota un trabajo poético mucho más desarrollado en su principal gestor, Alex Turner. Canciones como American Sports, Batphone, Golden Trunks y The Ultracheese (ésta última, quizás, la mejor lograda) son clara muestra de ello. Una travesía que se genera con un Turner en casi completa soledad imaginándose a su amigo y compañero de banda Matt Helders, en un hotel en medio del cosmos. “Fue el pretexto perfecto para crear una historia, imaginé a Matt en un hotel, en una colonia lunar del futuro. Eso me permitió crear algunas escenas para el disco y encontrar la poesía en lugares a los que no había llegado. No había considerado la idea de contar una historia de ciencia ficción y todo lo que la rodea. No hay otro lugar adonde ir”, asegura.
Van tres canciones de este Tranquility Base Hotel & Casino y se siente el atraco que genera. Sumergidos en la idea de un viaje futurista de Matt Helders a un hotel espacial con fragancias a L.A. Puede ser la suave interacción instrumental de sus cuatro componentes principales, la introducción de sofisticados teclados importados del estudio Electro Box, pero desde un primer momento hay una sensación que no estamos ante una colección de sencillos aleatorios, sino que de un álbum propiamente tal, de aquellos que no se pueden fragmentar bajo el concepto de “sencillos”.
Siguiendo dicha lógica, es del todo acertada la idea del conjunto de no revelar ninguna canción hasta su estreno oficial. Dicho movimiento aseguró que muchos prejuicios no se presentaran antes de tiempo, y generara un “hambre” por sentarse a escuchar el disco de principio a fin, como se hacía en los viejos tiempos.
Confidentes pianos, potentes bajos, guitarras en código ‘soft’ repletan las 11 composiciones del LP. Muchos ya hablaban de la multiculturalidad de géneros en él presentes, pero lo cierto es que se tratan de canciones de los mismos Arctic Monkeys de siempre, re-diseñadas claro a su nueva faceta, una donde la experimentación no se detiene. “No es un disco lounge, ni un disco de jazz de ninguna manera, son canciones de Arctic Monkeys con piano, ¡eso es en realidad! Creo que es diferente del último álbum, pero cuando le llegas, suena a la misma banda”, sentencia Turner, que además confiesa haber encontrado un universo de posibilidad con su juguete nuevo: el piano.
Una muñeca matrioska si queremos jugar con las analogías. Es cierto eso que dices muchos especialistas –y los propios Arctic Monkeys- sobre la ruta a hallar los secretos escondidos en el registro; no hay más fórmula que reproducirlo más de una vez. Llegando a su punto cúlmine nos encontramos con el que es quizás el disco más trabajado de los británicos, lo que fue Animals para Pink Floyd, el homónimo de Velvet Underground & Nico, y Boarding House Reach de Jack White si analizamos en términos actuales. En suma y resta: es un álbum que exige la presencia activa del oyente, no conversando sobre el registro en redes sociales a cada término de canción, ni mucho menos en un viaje ocasional en algún medio de transporte. Es de esas piezas que necesitan mente en lo más alto, un caliente brebaje y un sillón de alta comodidad.
Las canciones ofrecen un hilo conductor –he ahí lo “conceptual” de sí-, que retratan esta suerte de película de ciencia ficción con Matt Helders como protagonista. Incluso, podríamos ir más allá y recordar que la banda mencionó como inspiración El Mundo Conectado de Fassbinder, filme que expone el tema de una simulación electrónica de la sociedad actual y futura del mundo, con las leyes físicas simuladas así como los personajes con supuesta conciencia e interrelaciones basadas en la lógica y sentimientos humanos.
Es ahí cuando comenzamos a entender este LP. Al momento en que esta inocente trama de un baterista en un hotel intergaláctico, se transforma –siempre ayudado por sus letras- en una sátira de la sociedad actual, de la decadencia ética, social, religiosa y cultural. Frases como “Te he reconocido por el destello de tu pantalla” o “¿Has consumido una generación tratando de resolver ese problema?”, dan cuenta de ello, de un Alex Turner en plena madurez y que ha logrado retratar dicho proceso de una manera magistral en sus proyectos. Un capítulo de Black Mirror con tintes joviales.
Entender también en todo momento que este registro si bien cuenta con el sello “Arctic Monkeys”, fue concebido desde un principio como una apuesta solista de Alex Turner. “Bueno, el álbum en cierta forma lo es. Hablo conmigo mismo intermitentemente, a través de las 11 canciones”, señala. Y claro que lo es. No hay que ser un entendido para advertir que la construcción de las canciones obedece a su mente. Inclusive, la portada del disco fue diseñada por su propia cuenta en cartón y pluma con el Apolo XI como principal inspiración. De ahí que podemos cuestionarnos párrafos anteriores. ¿Es realmente el viaje al espacio de Matt Helders o es más bien un retrato biográfico de un Alex Turner caminando entre la decadencia en unas décadas más? Las apuestas están abiertas.
Finales aplausos para Nick O’Malley. El bajo es el instrumento original de los británicos que más destaca. Líneas elegantes, hipnotizantes, que dialogan de una forma perfecta con los platillos del tantas veces citado Matt Helders, y se encuentran en una voz con tintes “Beatles” de Alex Turner. Sutileza en las 4 cuerdas que muta en melodías oscuras bailables. Culto además que muchos críticos atribuyen a figuras como David Bowie, Nick Cave, Beach Boys, Prince, Elvis Presley, entre otros.
Pueden ser cerca de las 03:00 am, esa hora en la que alguien te llama cuando esta sumergido en las drogas más elevadoras a las que podemos acceder, los bares comienzan a cerrar sus puertas, el negocio clandestino atrae a las etílicas sombras que deambulan por los lugares bohemios de una ciudad pérdida. Ustedes sentados en la misma mesa, en las mismas sillas y dialogando sus frases finales. “Son más Arctic Monkeys que nunca.”