La historia de Whatever PeopleSay I Am, That’s What I’m Not es de las últimas donde el romanticismo y el boca a boca por la música ayudaron a formar una leyenda que esta semana cumple 15 años. Un tiempo en donde los adolescentes británicos estaban en búsqueda de canciones en las que su historia se pudiera ver reflejada. Un disco que se escucha en lenguaje rebelde, y que hizo del nombre Arctic Monkeys un sinónimo de juventud lírica y musical.
En tiempos pre-facebook, existía una primitiva red social que reinaba a partir del acceso masivo a internet por parte de una generación que creció con la idea de la inmediatez y de la comunicación sin restricciones. Gran parte de esto era Myspace, una plataforma online en la que compartir contenido y estar en contacto con personas del todo el mundo era su principal misión. Utilizada principalmente por jóvenes, sirvió como tribuna para que nuevas bandas pudieran compartir sus canciones de forma gratuita y sin sellos discográficos de por medio.
La prensa británica frecuentemente hacía eco de los nombres que alcanzaban cierta popularidad en Myspace. Así, Arctic Monkeys, una banda de la pequeña Sheffield, se convirtió en comentarios de NME y de radios locales, que los veían como los hermanos menores de grupos que nacieron a principios de década pero que ya estaban consolidados – Franz Ferdinand, The Libertines y los del otro lado del Atlántico, The Strokes –.
Lo cierto es que los monos del ártico nunca distribuyeron sus canciones a través de la web. Lo hacían entregando CD grabados artesanalmente al final de sus conciertos en bares y pequeños locales nocturnos. Los discos se fueron compartiendo de mano en mano hasta que algunos decidieron postearlo en foros y Myspace. Así se fue ampliando la fanbase que seguía cada paso y se esmeraba por conseguir nuevos demos. No solo fue una forma DIY de hacer las cosas, sino que una advertencia a los sellos grandes a partir de los cambios que las plataformas web podrían provocar a la hora de distribuir música.
La banda inició con este proceso ya en el 2003, un año después de haberse establecido como banda, y con un el bajista fundador Andy Nicholson – que en una pésima jugada dejaría la banda poco después del lanzamiento de Whatever… –, con una pequeña cantidad de demos grabados durante agosto de ese año y noviembre del 2004, en los 2Fly Studios de su ciudad natal. Estas canciones y algunas grabaciones en vivo formaron lo que sería BeneathTheBoardwalk, para algunos su verdadero disco debut.
Esparcir el nombre de los Arctic Monkeys
Esa recopilación contuvo versiones demo de ‘I Bet You Look Good On The Dancefloor’, ‘Mardy Bum’, ‘When The Sun Goes Down’ – que originalmente tenía por nombre ‘Scummy Man’ – y ‘A Certain Romance’. El mito dice que Alex Turner y compañía subían a buses públicos solo para dejar CDs por los asientos y ayudar a esparcir el nombre de los Arctic Monkeys.
Para el 2005, la popularidad y el éxito de la banda ya estaban asegurados. Pero el camino clásico tenía que ocurrir de todas formas. El sello que los firmara ya tenía prácticamente vendidos miles de discos antes de empezar a grabarlo. Ese mismo año formaron parte de Reading Festival en un escenario alejado y en plena tarde, que acabó repleto de fans que los coreabas como si los siguieran por décadas.
Domino Records los puso bajó su alero y lo que siguió fue un ciclo fructífero para ambas partes por igual. Un EP meses antes presidió el lanzamiento de Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not. El disco, que contaba con el rostro de un amigo de la banda después de una noche de tragos, vendió 360.000 copias en su primera semana, algo inédito para un debut.
Alex Turner decía “Don’t Believe the hype” antes de comenzar la canción en el video promocional de I Bet You Look Good on the Dancefloor. No había forma de no creerlo con las cifras que el disco tuvo.
Turner, de alguna forma, se convirtió en un arquetipo de poeta-bohemio-adolescente, uno que le canta a las prostitutas, los viajes en taxis a altas horas de la noche, y las relaciones amorosas que son idealizadas pero conflictivas. Todo esto expresado con su habilidad para recitar frases extensas pero con atractivo rítmico y literario, pero con guitarras punk sonando junto a una batería monstruosa pero bailable. Texto y sonido se complementan de una manera coreable y con palabras claves colocadas en el lugar perfecto para quedar en el inconsciente y nunca salir.
A partir de ahí, los Arctic Monkeys se han mantenido como hijos predilectos del mundo, siguiendo cada paso que realizan y testigos de su evolución musical. La mismo que los llevó a ser los del AM (2013), más adulto y muy distinto a su debut, pero que aún conserva las habilidad de los cuatro de Sheffield para hacer canciones icónicas que representan a una generación completa.