Pasadas las 10 de la noche, cuando la audiencia disfrutaba sus primeros brebajes en la legendaria Blondie, Black Rebel Motorcycle Club se hizo presente para ofrecer su cuarto concierto en Chile. Atrás, en 2008, quedaba el Caupolicán; y en 2011, La Cúpula y el festival Maquinaria. Esta vez era distinto: el reducto garantizaba intimidad, transpiración y empatía. Y el grupo, un show en retrospectiva.
El trío que componen Robert Levon Been (bajo y voz), Peter Hayes (guitarra y voz) y Leah Shapiro (batería) colmó los espacios física y sonoramente. Ante un piso subterráneo que se aglutinó al borde del plató a penas tocaron sus instrumentos, los músicos derrocharon distorsión y ruido entre centenares de pieles húmedas y conocedoras de la banda.
Beat the Devil’s Tattoo y el elocuente cover de The Call, Let the Day Begin, sirvieron de impulso para el arranque de un show que recorrió su discografía en un momento crucial: la inminente aparición del octavo álbum en 18 años de historia, luego de placas como B.R.M.C. (2001), Take Them On, On Your Own (2003). Howl ( 2005). Baby 81 ( 2007). The Effects of 333 (2008). Beat The Devil´s Tattoo (2010) y Specter At The Feast (2013).
La fanaticada respondió a coro cada guiño de los estadounidenses, que a su vez se dejaron querer y palpar por las primeras filas. Siete años y varios hitos pasaron desde el último encuentro con Chile. La banda tomó un receso en 2014 cuando la bellísima Leah Shapiro (baterista estable desde 2008) fue sometida a una operación cerebral que la mantuvo alejada de la actividad. El diagnóstico fue malformación de Chiari y el reposo demoró largos meses. Levon y Hayes optaron por cancelar todos los shows en plena promoción de Specter At The Feats, esperarla y empezar de nuevo. Y la paciencia no fue en vano: en vivo, Shapiro imprime potencia y compañía desde el sillín y una brusca sensualidad rockera. Adelante suyo, Levon y Hayes comparten comandancia cuando intercalan sus voces en el repertorio, que esta vez se encaminó sobre las 19 canciones.
Uno de los quiebres del show vino de la mano de Levon, cuando tomó la guitarra acústica en un breve segmento acústico (Love Burns) que no tuvo eco en una multitud hambrienta de energía. Un detalle en apariencia irrelevante fue el juego de luces que acompañó a Black Rebel Motorcycle Club. Simple, quizás ultra austero y a veces obvio y básico, fue una constante molestia para los asistentes. Una línea recta y horizontal de focos ubicados detrás del trío (si algún lector de Cancha General sabe el nombre técnico, que me escriba) encandiló majaderamente a los presentes en cada instante catártico del show. Fue tanto así, que a la tercera canción la activación generó pifias transversales desde el público que se apostó justo frente al escenario. A la mitad del setlist los técnicos bajaron la intensidad lumínica, pero aún así algunos siguieron sufriendo. Con el tiempo no hubo otra que acostumbrarse.
Superado el impasse, el último tramo del recital se transformaba en fiesta. Lose Yourself Conscience Killer, Spread Your Love y Whatever Happened to My Rock ‘n’ Roll (Punk Song) fueron coreadas con euforia y sellaron otro capítulo de Black Rebel Motorcycle Club en Chile. La casi hora y media pasó volando entre sudor y canciones de la vilipendiada década del 00’. Varios pidieron el bis, pero el trío desapareció raudo. Cuando las luces se encendieron, el recuerdo se volvió piel pegajosa y ropa húmeda de un auténtico concierto de rock.
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