Bob Marley más que un icono musical es un emblema cultural. Un símbolo de paz y amor. De superación. De vida. El músico que hubiera cumplido 71 años el pasado 6 de febrero, Jugó un papel fundamental en representar con su imagen la cultura rastafari y darla a conocer al mundo cuando era totalmente desconocida.
El reggae era la música de los rastafaris. Hace unos setenta años, Marcus Garvey, un evangelista de aliento inflamado que predicada de una manera tan efervescente que podía separar mares si así lo quería, se paseaba durante los años 20′ profetizando la coronación de un rey negro en África que redimiría y reuniría a las tribus extraviadas y las retornaría de vuelta a casa. Está en la Biblia, en las Revelaciones, capítulo 5, entre el primer versículo y el décimo.
Cuando Haile Selassie fue coronado emperador de Etiopía en 1930, los Rastas de Jamaica le reconocieron como Ras Tafari, el único Dios verdadero de la profecía, el Rey de Reyes, el León de Judá o, simplemente, Jah. A Selassie nunca le gustó todo aquello y esquivaba todo lo relacionado con aquellas referencias. «El hombre por sobre el hombre» era su frase guía.
Los Rastas nunca pierden la esperanza de regresar al África con la que tanto sueñan. Se sienten exiliados en los confines de Babilonia que es nuestro mundo occidental. Los rastas profesan una conducta estrictamente nazarena. No beben alcohol, no comen carne, viven comunalmente y nunca mendigan ni roban.
Se fuman cerca de tres cuartos de kilo de droga a la semana. No dejan pasar un minuto sin enrolar un porro o “kaya”, como también lo denominan. Bob Marley era uno de ellos, el gran príncipe de los “Rastafaris”.
“Bob Marley jugó un rol instrumental en difundir el mensaje y la cultura rastafari al mundo”, explica Burnet Sealy, presidente de la Organización Caribeña de Rastafaris.
Bob Marley fue uno de los primeros cantantes de reggae en aceptar públicamente que adoptaba esta religión en un país donde ese colectivo era abiertamente discriminado, asegura el profesor de la Unidad de Reggae del Instituto de Estudios del Caribe de la Universidad jamaiquina de West Indies.
“Con la fama que iba ganando Bob Marley, los políticos comenzaron a utilizar el reggae y la imagen rastafari para apelar a nuevas audiencias de votantes, clase baja y clase media, lo que consecuentemente ayudó a legitimar el reggae y el rastafarismo”, afirma el mismo Sealy.
Los seguidores de este estilo de vida entienden que el “ras” (príncipe, jefe) Tafari Makonnen, nombre de Haile Selassie I antes de proclamarse emperador de Etiopía en 1930, es un dios y la máxima encarnación de poder de la religión rastafari.
“Nosotros creemos en la demanda por compensaciones (por los años de esclavitud de potencias colonizadoras europeas) y en las repatriaciones. Dado que nos sacaron de Africa, debemos regresar a nuestra tierra ancestral”. Los rastafaris creen que África es la tierra prometida y es por ello que los más de 20.000 seguidores que hay en Jamaica ansían volver a ese “paraíso”.
Un paraíso con el cual el mismo Bob soñó pero jamás se atrevió a ir a pesar de tener el dinero. No podía dejar a su gente, a su pueblo. No era justo. Quizás la leyenda musical traspaso fronteras por la enorme calidad humana que poseía y que traspasaba álbumes, conciertos. Bob tenía ese algo que ostentan los grandes como Muhammad Ali y Mahatma Gandhi; un algo que te hace inmortal.
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