El ruido era ensordecedor. Ante un repleto Estadio Nacional-de capacidad reducida por motivos del montaje del espectáculo mismo-, Roger Waters ejecutaba las melodías de “In The Flesh?”. Atrás de él un muro a medio construir bañado en proyecciones psicodélicas, custodiado además por figuras de poder con banderas en su cima. Tres torres de sonido que daban una calidad de audio pocas veces vista en el cono sur, y una mezcla alucinante entre teatralidad y ejecución musical. Menos de 3 minutos del inicio del espectáculo y un avión choca con la muralla, desatando en explosiones de fuegos artificiales. La gente está paralizada.
Los calificativos de la prensa se rindieron ante él, incluso catalogándolo como el “mejor espectáculo que ha pasado por la historia de Chile”. Muchos coinciden en que fue la experiencia más cercana a ser protagonista de la película de similar título, The Wall (1979). Una ola de emociones desatadas en el camino a la locura de Pink (Bob Geldorf), que aún queda en la retina de su audiencia de cerca de 60 mil personas. Más de 6 años desde dicho último reencuentro por partida doble con el ex Pink Floyd, momento idóneo para su retorno.
Hace ya varios meses que se anunció este nuevo show “Us and Them”, que a diferencia de su antecesor, concentra un set que se enfoca de mayor manera en los clásicos de los británicos tras “Umagumma” y del más reciente trabajo en solitario de Waters, “Is This the Life We Really Want? (2017). Aproximadamente, cuatro canciones de la recién mencionada placa, el resto del tiempo se va en un recorrido histórico que transita -a menos que se generen sorpresas- por The Dark Side of the Moon (1973), Animals (1977) y The Wall (1979). Dos horas y media de velada.
“(El show) es una mezcla de mi larga carrera, desde mis años con Pink Floyd hasta algunas cosas nuevas. Un 75 por ciento del concierto serán cosas antiguas y un 25 por ciento serán nuevas, pero todo estará conectado por un tema general. Será espectacular como lo han sido todas mis giras”, expresa en un comunicado de prensa Waters anterior al anuncio oficial del periplo mundial.
Un concierto que en su motivo ser, se asemeja bastante a The Wall, dialogando con ideales políticos, parafernalia y música. Incluso, una de las postales más replicadas es la de la imagen de Donald Trump en proyectada con el insulto típico del país. “Lo que se vivió, vio y oyó anoche, aparte de un Waters convertido en líder y activista sobre el escenario, fue una revisión de un patrimonio musical que se basa en notable medida , sobre todo en la segunda parte del concierto,en una idea muy elaborada del concepto de espectáculo, es decir, algo que entra por los ojos e impecablemente acompañada por el relato musical. Y si hace esos citados siete años que el impactante show giraba –tal como escribíamos en estas mismas páginas– en torno al aislamiento, el fascismo, los excesos del estrellato, la burocracia, las dictaduras o las guerras decididas siempre por los poderosos, en la nueva propuesta de Waters el trasfondo ideológico sigue estando presente”, escribe el portal La Vanguardia (España).
Tecnología de punta por lo demás, que interactúa con el aforo. Una docena de pantallas hospedan el recorrido musical. “La novedad visual tiene que ver con estas pantallas. Ya no es sólo el escenario el que muestra imágenes. En este nuevo tour existe una hilera de proyecciones que van por sobre el público que está frente a Waters y de cara a quienes están sentados en las sillas al costado, las que dan al centro de la arena. Son una serie de telones que cambian de altura y tamaño, suben y bajan hasta desaparecer completamente hacia el final del show”, enfatiza La Tercera.
En escena son siete músicos y dos coristas; los cantantes Jess Wolfe y Holly Laessig, el baterista Joey Waronker, Jon Carin, los guitarristas Dave Kilminster, Jonathan Wilson y Gus Seyffert, junto al tecladista Drew Erickson y saxofonista Ian Ritchie.
The Guardian por su parte, calificó con 5 estrellas este montaje, apelando a conceptos similares a los anteriormente expuestos, haciendo hincapié en su colosal sonido. “Ayuda que el sonido sea impecable: un sistema cuadrofónico se traduce en que la carcajada en Brain Damage se emite repentinamente desde el otro lado de la arena. Pero Jess Wolfe y Holly Laessig (coristas) fueron más que capaces de manejar el lamento de las amígdalas de The Great Gig in the Sky, y los músicos recrean y reimaginan impecablemente el sonido de la antigua banda de Waters. Sin embargo, no todo es Floyd. The Last Refugee, una de las cuatro canciones solistas más recientes, suena inquietantemente conmovedora”.
Un verdadero manifiesto de Roger Waters. Ya adentrándose en el tramo final del set aparece el característico cerdo volador, ícono de el que fue quizás el trabajo mejor logrado en lo técnico de Pink Floyd: “Animals”; a diferencia de otras oportunidades en que flotaba e incluso era destruido por el público, ahora es guiado por un dron. Minutos después una pirámide de lásers se forma en medio del reducto de turno, invitando a la reflexión y encuentro carente de prejuicios. Un mensaje en vivo que hay que ver.