Alejado de las polémicas que pueden desatar sus palabras, o columnas que lo citan en términos descalificadores, Cristóbal Briceño respira tranquilo. Notoriedad pública que en las últimas semanas ha llevado a su proyecto estrella, Ases Falsos, a obtener una desmesurada atención. No hay publicidad mala decía Andy Warhol, con una gran sabiduría: tan sólo hace falta ver el resultado de las elecciones estadounidenses para comprobarlo. Y si bien El Hombre Puede, los aleja de un sonido pulcro, transitando por pasajes más poperos débiles e incluso, con tintes ‘infantiles’, la prensa se rinde a sus pies. Un paradigma aceptado fuera de nuestras fronteras y que en países como México o Argentina, encuentra un refugio existencial.
Así las cosas, el compositor se sentó a conversar con el portal transandino Indiehoy. En la charla, Briceño de actuales 31 años, destaca los aspectos técnicos de la grabación de su tercer álbum como ‘Ases Falsos’, flores y protagonismo desmesurado corren por sus labios. “En cuanto a la batería, creo que encontramos a nuestro hombre. Daniel enganchó inmediatamente con nuestras obsesiones musicales y se comprometió mucho con las canciones. Tiene la soltura que siempre buscamos y nada más trabajamos en tonificarlo, en fortalecerlo atléticamente, la batería es un instrumento muy demandante a nivel físico. La producción musical, a cargo de Martín, fue otro acierto. Martín es un hombre conservador, al menos sónicamente, y creo que logró que el disco sonara a clásico. El equipo ya se conoce bien, músicos y técnicos nos queremos y nos cuidamos”, expresa.
Punto a parte: la grabación en cinta. Ella permitió que la banda lograra un sonido más sofisticado, limpio, pero carente de actitud, una que a Fother Muckers le sobraba: “La cinta logra una definición mucho más alta, más fiel que el proceso 100% digital. En ese sentido, no es un ejercicio revisionista o vintage, como algunos medios han querido ver. Por el contrario, es aumentar la nitidez, el peso, para que la experiencia auditiva sea más real. Creo que se consiguió, si bien nosotros queremos creer que fue la preparación para un siguiente disco con el que intentaremos tocar el cielo”, cuenta.
Creatividad no sólo plasmada en las mentes tras Juventud Americana; buscar ‘Cristóbal Briceño’ en alguna plataforma aleatoria, arrojará un sinfín de resultados: polémicas, entrevistas y sus proyectos, entro los cuales está Las Chaquetas Amarillas, trío con enfoque acústico que se traduce en aprobación de los paladares musicales más exigentes: “Absolutamente todo me inspira para hacer música, esa es la aburrida verdad. Pero muchas veces es escuchando música cuando me dan más ganas de participar y de hacer sentir a alguien algo tan lindo como lo que siento frente a mi radio”.
El hombre de los medios
No es necesario ser un conocedor de la escena local, para darse cuenta la ácida relación de Cristóbal Briceño con la prensa. Una que vivió su punto más álgido en las últimas semanas luego que afirmara que la igualdad de género era una ‘burrada’, desatando un sinfín de críticas, incluso por parte de periodistas abocadas al feminismo que dedicaron extensas páginas a fin de llamarlo un ‘burro’. “Evidentemente la banda se hace más popular, las polémicas hacen que más gente escuche la banda y muchos se enganchan porque les gusta lo que oyen, si tan malos no somos. También supongo que mucha gente nos abandona escandalizada por algún titular, pero creo que eso está bien, es un filtro muy sano de selección natural. No somos monedita de oro y al final uno se va quedando con los oyentes compatibles, que no quiere decir complacientes, lo que facilita una mejor relación amorosa entre canción y oyente, que al final de eso se trata. Es una pena, eso sí, el bajo nivel de las polémicas. A mí me encanta discutir, pero así no dan muchas ganas”, argumenta.
“El periodismo padece, cuando menos, tres enfermedades: la primera es el apetito desmedido por el click, ¿cierto? Hoy el periodista está demasiado consciente de la reacción inmediata de la masa y se guía por ella, en otras palabras, un ciego guía a otro ciego y juntos caen a un pozo. Segundo, al periodista promedio le cuesta mucho entender cualquier sutileza, tiene su mente y su corazón divididos en secciones tan grotescas como las de un periódico, lleno de frases efectistas como las de un periódico y, para rematar, atiborrado de anuncios comerciales, como un periódico. El periodista, como la mayoría de la gente, ya no tiene tiempo para ver, para oír o para leer serenamente. Todo es Twitter, Whatsapp, Instagram, todo lo que come es inmediato y desnutrido. No tiene interés por generar un sólo pensamiento original pero sí por adherir a las causas más gritonas. No se relaciona con la naturaleza, factor importantísimo y subestimado. No busca la consistencia. Aspira a trabajar en medios cuyos dueños son los malditos más malditos del país. En fin. Y el tercer punto, acaso el más profundo, es que el periodista ha perdido la curiosidad. Infinidad de veces me encuentro frente a un entrevistador a quién realmente no le interesa preguntarme nada, que está ahí porque su editor se lo ordenó. Y el editor lo mandó porque sí, porque es una banda de moda”, continúa.
“Pero el periodista en realidad no quiere saber nada, no quiere discutir nada de verdad. Entonces se pone a repetir como loro lo que ha oído o leído por ahí, para completar el trámite. Es muy tedioso. Yo intento trabajar en conjunto con el periodista, pues entiendo que ambos somos parte del circo. Yo necesito promocionar el disco, él necesita hacer noticias. Y lo del circo no lo digo despectivamente, me encanta un circo cuando está bien armado. Por ejemplo, cuando dicen que el parlamento es un circo, yo disiento: un circo es un espacio de amor, de disciplina, de esfuerzo y de coordinación. En este país es muy difícil levantar un circo de verdad, que estimule a grandes y chicos, que sorprenda, que haga magia. Yo gustoso de hacer mi modesto papel de payaso, pero el periodismo no da el ancho. La opinión pública, gestada por medios y comentaristas de internet en conjunto, es de una debilidad lastimosa que rompe el corazón. Esta sociedad se ha lobotomizado a sí misma. Y el periodismo, noble oficio que tanto podría influir en el fortalecimiento nacional, no escribe nunca por amor. Nunca. Hace la pega porque hay que hacerla y después al depa a ver una serie en Netflix, que mañana es otro día. No siente amor por la gracia, por el detalle delicado, por la idea sutil. Todo tiene que ser estereotipado, tosco, imbécil, pintado a brocha gorda. Porque el periodismo, y con esto termino, no escribe con amor sino con miedo. Miedo a no obtener clicks, no obtener suficientes “me gusta”, suficientes comentarios, o sea miedo a ser impopular y miedo a perder la pega. Y si en la pasada tiene que hacer el papel del escolar que sujeta al más chico para que el más grande le pegue, bueno, lo hace, pega [trabajo] es pega. Y lo peor de todo es que creo que el periodista no es culpable, porque no es la malicia lo que lo empuja, sino la inocente estupidez”, sentencia.
La próxima gran fecha del conjunto será en la Cumbre del Rock el próximo 7 de enero en el Estadio Nacional. Entradas a la venta por sistema Ticketek.