Los recuerdos de la última visita de Crystal Castles a Chile son borrosos: tras una espera cercana a los 8 minutos, Alice Glass —en ese entonces vocalista del proyecto—salía agachada desde las imperantes sombras del escenario VTR de Lollapalooza con su característica botella de Jack Daniels en mano. Cuando los primeros sonidos de Plague se escucharon en el sintetizador de Ethan Kath, la travesía con el misterio envuelto en luces dio rienda suelta. Voces distorsionadas, un gran rebote, y parafernalia en el público impulsada por un sinfín de alucinógenos, fueron algunos de los recuerdos más memorables del concierto. La botella yacía vacía en un costado del escenario, y Alice saltando de extremo a extremo impulsó una velada donde lo estético se impuso a lo musical.
Sábado 28 de marzo de 2016 y el frío azota a toda la capital. Mientras las primeras gotas comenzaban a acariciar el asfalto en las afueras del Teatro la Cúpula, y cerca de un centenar de personas desfilaba por los pasillos sin entender mucho qué ocurría, Crystal Castles con un leve retraso dio inicio a su esperado retorno, uno que tuvo como principal novedad la incorporación de Edith Frances en sustitución de la ya citada Alice Glass. Concrete inicia el set y el teatro entero estalla en gritos.
Llama la atención que desde el primer minuto es difícil apreciar la voz de su flamante vocalista; y si bien la “distorsión sonora” es algo que va en el sello del conjunto canadiense, esta vez por estar en presencia de uno de los recintos con mejor acústica —pero a la vez mayor rebote— en muchos pasajes las canciones se perdían en puntos ciegos. Algo que poco le importó al sector de cancha que en todo momento saltó y bailó al son de la banda.
Baptism inicia y las luces cegan a todos los asistentes. Da la sensación de estar ante una ráfaga de flashs que incitaban a perderse en la atmósfera sonora estando o no en una condición de poca sobriedad. La gente va y viene, los bailes y saltos se multiplican. A la par, muchos ya sofocados con el eléctrico inicio del show, prenden sus primeros cigarrillos y revisan en lapsus de silencio su celular: es menester destacar que la gran mayoría de asistentes no superaba los 24 años.
Con Kersone e Intimate podemos apreciar un poco más el desplante de Edith Frances. En todo momento se mantiene en un punto fijo del escenario, saltando con mediana euforia bajo una mirada indiferente cubierta por unos anteojos de sol: si bien fueron dos personas las que traspasaron las medidas de seguridad y lograron estar por ínfimos segundos en el escenario gobernados por el éxtasis, tanto a Edith como a Ethan poco les importó. El trance ya estaba desatado, y curiosamente una botella de Jack Daniels reposaba a los pies Frances.
El sueño ácido alcanza su clímax con Crimewave; es la mitad del concierto y cuando en los sectores más alejados de la Cúpula las “selfies” crecían exponencialmente, el trance se apoderaba de toda la cancha: no hay saltos, movimientos bruscos, ni olas por llegar cerca del escenario; todos contemplan con atención las tres personas arriba del escenario que se hacen llamar Crystal Castles. Las luces no detienen sus destellos siendo no pocos los que prefieren mirar al suelo para evitar una profunda desorientación.
Uno de los puntos más bajos fue el extenso dj set a cargo de Ethan Kath, quien es el alma mater del proyecto. Y si bien en cuanto a su calidad no hay anotaciones que hacer, sí daba la impresión que estábamos ante una fiesta de electrónica “mainstream sub 20”: mezclas que fácilmente podrían salir de las consolas de djs que encabezan festivales internacionales, y que en nada se encasillan con el espíritu de Crystal Castles original. Hacen juego las declaraciones de Alice Glass a Dazed unas semanas atrás explicando su salida del conjunto: “Me sentí como si estuviera mintiendo a mis fans a pesar de que mi manera de hablar era la expresión más honesta que tenía a mi disposición en ese momento. […] me gustaba ir al escenario y mostrar esa parte enfadada y agresiva de mí misma. Era una expresión de mi frustración y desesperación. Para mí fue una manera de comunicar lo que estaba pasando sin tener que explicar nada fuera del escenario, porque yo no quería ser vista como alguien vulnerable”.
A pesar que durante las primeras canciones Frances y Ethan parecían tomar de la mano a todo el público y llevarlo a un paraíso de distorsión sonora ácida, el inesperado dj set trancó la travesía: de miles de luces, retorno en todos los sectores, y una voz aguda y poco clara de su vocalista, pasamos a beats pronunciados que preparaban un estallido colectivo. No fueron pocos los que aprovecharon la oportunidad de ir al baño o revisar una vez más su celular.
Celestica y Not in Love se transforman en los momentos de la noche. La primera, canción reconocida ampliamente como un himno de Crystal Castles que contó con una muy correcta interpretación de Edith Frances; su voz ligeramente más aguda que su antecesora ayudó de sobremanera. La segunda es la afamada colaboración junto a Robert Smith: pizcas de oscuridad y euforia en una medida perfecta. Mientras el ruido de las botellas vacías que quedaron tiradas se apoderaban del teatro, Ethan se despide del escenario abandonado rápidamente con Edith.
Cuando el encore aún no era solicitado el conjunto entero llega al escenario. En algún punto parece haberse perdido el trance que tan bien manejan en escena, y que se ha repetido en todos sus shows en nuestro país pero que esta vez se vio más tenue, incluso débil. Femen y Untrust Us se corean con fuerza, mientras Christopher Chartrand realiza una soberbia interpretación en baterías que para muchos pasó desapaercibida. I Am Made of Chalk suena y los seguidores más acérrimos saben que es el final. Una vez terminada Edith y Ethan se van conversando sin despedirse como si recién hubiesen salido de una cita de negocios, no obstante Chartrand alza las manos en señal de respeto. Son cerca de las 00:00 hrs y el gélido clima en las afueras del Parque O’Higgins cala profundo. La lluvia ya no acaricia el asfalto y tierra, sólo se dedica a rebotar y generar charcos. Los cigarros se prenden por centenares mientras muchos miran la neblina con señal de incredulidad. “Me voy para la casa, mi vieja me está esperando en la esquina” se escuchaba una y otra vez en las afueras del teatro. La oscuridad de la madrugada recién comenzaba a aparecer.
En resumidas cuentas un concierto correcto pero que tuvo carencia de muchos ingredientes. La actitud y agresividad que tanto definió al conjunto y que no sólo fue la bandera de Alice Glass si no que de Ethan Kath, se vio ausente; los djs set impulsados por el recién citado músico rompieron el túnel lisérgico que habían generado; y la permanente distorsión sonora obligó a muchos a compenetrarse con una atmósfera que en varios pasajes no existió. Y si bien los cigarrillos, vasos de pisco, y fotos de Instagram abundaron, en contrario sensu a los pitos de marihuana, cervezas de baja gama, y manos alzadas, el público en todo momento se mostró de brazos abiertos a la banda que estaban viendo. Queda por concluir que Crystal Castles es una banda en constante estado de renovación: provocó que su principal cantante dejara la agrupación, y que el público que los fue a ver en su mayoría, apenas cumplía dos décadas.