La propuesta era curiosa: Dead Kennedys, aquella banda que se presentaba frecuentemente en ‘boliches de mala muerte’ de San Francisco a fines de los 70s tenía un estadio abierto a capacidad completa a sus pies. Eran las 17:30, el día iniciaba su paulatino apogeo mientras los cuatro integrantes del colectivo que redefinió el punk se subían al escenario ante los tenaces aullidos del público.
Abren con Forwad to Death ante una tibia respuesta del reducto que honra la memoria de Julio Martínez; a la par se escuchan varios problemas en sonido, su vocalista incesante hace gesto a la mesa de sonido y sus técnicos sin respuesta alguna. Terminan incómodos ante lo que Ron “Skip” Greer piden caballerosamente “un momento por favor”: afilan sus instrumentos, saldan cuentas con los ingenieros y se aprontan para seguir.
Kill The Poor es antecedida de un mensaje social: “podemos vivir en un mundo mejor”, desatando aplausos cerrados. La energía derrochada arriba del escenario es envidiable, Greer salta de un lado a otro mientras las filas traseras permanecen inmóviles. Los comentarios generalizados dicen que es el “momento de descanso” de la maratónica jornada, un pensamiento que rápido desaparecía.
Se escucha un arsenal de hits, sólo comparables a los entregados por The Offspring unas horas más tarde. Arriba del Monster Stage se ven joviales: el actual periplo que llevan a cabo ha elegido con pinzas los lugares donde tocar; no han visitado todos los continentes ni mucho menos todos los festivales que llegan en forma de contrato, se dan el tiempo para estudiar cada plaza y eso queda corroborado en el constante diálogo del ex vocalista de Wynona Ryders con su audiencia. Palabras en español van y vienen, y los gestos físicos aparecen en cada canción.
Tiempo para la historia también: la agrupación presenta sus integrantes uno por uno con desnivelados aplausos; es el momento en que su extensa historia encuentra un refugio existencial con sus seguidores. Pocos sabían quién era East Bay Ray o Klaus Floride, algo que si quiera sorprendió a ellos mismos. Dieron a entender que los que los veían eran jóvenes en su mayoría, algo que incluso los motiva a seguir adelante como lo han dicho en innumerables entrevistas.
Too Drunk to Fuck se convierte en uno de los puntos altos; “Skip” saltó al público, entregó su micrófono, y corrió por entremedio de las rejas. La gente alza sus manos de forma automática y los círculos de mosh dan rienda suelta. Una suicide femme a mitad de cancha sonríe irónicamente; sabe que la canción narra una de las tantas historias de su vida que se repite cada fin de semana, mueve los brazos en señal de aprobación. Al final, extenuado y jadeando a viva voz, Greer dice estar “demasiado viejo” insinuando que es preferible “Daft Punk” antes que “rock punk”.
Cuando los primeros acordes de California Uber Allies se escuchan la gente reacciona de inmediato; abucheo y gritos de “nazis conchesumadres” inundan la cancha, ante un enfático mensaje de “fuck off” se escucha por parte de los norteamericanos. La canción fue gestada en 1979 y hace referencia al himno alemán imperante durante el tercer Reich; una provocación directa a la raza que alguna vez se asumió como superior. La algarabía está intacta mientras un niño que no superaba los diez años le dice con alegría a su padre “he visto todos los rockstars”.
Abruptamente la banda queda en silencio y Greer apunta con su micrófono al cielo, mira fijamente a la galería norte y se queda ahí por unos segundos, contemplando lo que significa ser un Dead Kennedy, el mensaje social que lleva consigo y su descarnada visión de Norteamérica. Los técnicos en el segundo escenario dispuesto trabajan a toda máquina ante la inminente llegada de Messhughah, varios asistentes se retiran del espectáculo aplaudiendo en la agonía.
Dos clásicos que no dejaron a nadie indiferente para el cierre: Holiday in Cambodia y Viva Las Vegas. Más allá de hablar de la euforia que se sintió en todos los rincones del Estadio parece más pertinente citar lo estrictamente musical. La batería de D.H Peligro suena en perfecta sincronía con las cuerdas de Bay Ray, mientras el bajo de Klaus Flouride se transforma en un techo sonoro, el compás a seguir; no olvidemos que las primeras observaciones que realizó la prensa de ellos era su combinado estilo entre punk y surf rock, desatando curiosamente ‘sensaciones radiales’ pese a su controvertido estilo.
Son cerca de las 18:20 y la banda se despide, un aplauso multitudinario distinto al que recibieron las otras siete bandas presentes: en él hay reconocimiento a la trayectoria, una consciencia de que se estaba ante verdaderas leyendas que fueron capaces de entregar una visión social mucho más amplia que la de centenares de bandas punk, y que el solo hecho de verlas era ya un privilegio. El calor comienza a dar tregua y las filas se mueven. Muchos se posicionan para The Offspring mientras otros asisten a la brutalidad desatada por Meshuggah. La gente se ve sonriente, saben que desfilaron leyendas ante sus ojos y en un perfecto estado. “Puedo morir tranquilo” dice un orgulloso fan con su polera de Give me Convenience or Give me Death cuando las pantallas indican que unos suecos llegaron a desatar el caos.
Entrar a hacer una comparación con los Dead Kennedys de antaño y su formación actual parece ser una misión odiosa; Jello Biafra es y será la voz del punk, incluso por sobre figuras como Sid Vicious y Joe Strummer, siendo verdaderamente imposible reemplazarlo.
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