El decimocuarto álbum de estudio de los dominadores de los sintetizadores, Depeche Mode, comienza con el líder Dave Gahan declarando que aún “no hemos evolucionado”. Es la primera de muchas advertencias que Gahan publica sobre lo que resulta ser un esfuerzo más que particular y compasivo en la carrera de la banda. Sobre solemnes acordes de piano y un electro groove, que indica la cadencia de una marcha de protesta, el frontman lamenta cómo “no sentimos nada en el interior” ya que “rastreamos todo con satélites” y “vemos morir a los hombres en tiempo real”. En el segundo track:, “Where’s the Revolution?”, la voz comienza a pedir una rebelión, reprendiendo a la audiencia. En su barítono de garganta dorada, Gahan nos recuerda que hemos estado enojados, abusados, manipulados y amenazados por el terror y los gobiernos.
Aparentemente, el principal letrista y compositor Martin Gore ya no se contenta con enfocar toda su atención en la búsqueda espiritual que ha definido la música de Depeche Mode por más de 30 años. Durante ese tiempo, pocos artistas han retratado tan ingeniosamente el diálogo interno entre la redención y la indulgencia. En los 90 con el Violator, Gore básicamente había inventado su propia sintaxis para la condición humana como una lucha purgativa entre placeres pecaminosos y un anhelo por una paz más elevada. Y Gahan, con su capacidad de invertir la urgencia, el alma y una sensación de cansancio libertino en temas como el sadomasoquismo y el amor torturado, nunca ha fallado en traducir el malestar inquieto de Gore a la multitud que llena estadios para conectarse con él. Gahan convierte la desesperación en atractivo sexual como ningún otro. Pero esta vez, tiene la tarea de levantar la vista de sus sábanas satinadas, manchadas de remordimiento, y hacernos creer que una estrella de rock envejecida realmente se preocupa por los disturbios civiles.
Gahan ofrece la dirección del estado del mundo por tres canciones seguidas antes de volver a las obsesiones vagas de la banda. Más tarde, en “Poorman”, que se refiere conscientemente al escandaloso gorgoteo electrónico del Violator que golpeó con “Policy of Truth”, Gore y Gahan arriesgan despreocuparse por la ironía en las letras. Pero Depeche Mode entrega himnos con tanta habilidad que la sinceridad apenas importa. Una canción como “Where’s the Revolution” te hace sentir como cantando en respuesta a los titulares de hoy. Depeche Mode sigue haciendo música universal, del tamaño de un estadio, lo suficientemente flexible como para caber a través del marco de la puerta de su habitación, como si hubiera sido concebida teniendo en cuenta su vida.
En “Cover Me”, el inquietante toque de guitarra te permite cerrar los ojos e imaginarte bajo las luces. Pero pareciera que Spirit carece del ambiente del material más atmosférico de Depeche. Si solo el productor y mezclador James Ford hubiera despeinado un poco los sonidos, Spirit podría haber afirmado mejor su lugar en el cuerpo de trabajo de Depeche Mode.
La directriz de Gore sobre el activismo y sobre abrir tu corazón para que guíe tu conciencia es lo predominante en este ábum. Para el término, Spirit ha llegado a abarcar la política, pero está impulsado por el mismo eros que ha impulsado la música de la banda desde el primer día, por eso es tan convincente a pesar de su cambio radical en el tenor. Tanto para la banda como para el público, ese cambio no pudo haber llegado en un mejor momento.