“Traten de no sobre-pensar este”. Junto a ese mensaje fue que el viernes pasado Eminem publicó su décimo álbum, sin contarle a nadie, sin previo aviso. Luego de uno de los mayores fiascos de la música popular reciente en “Revival” (2017), el rapero estadounidense se vio abrumado en críticas. La débil producción, accidentada lírica, y torpe interpretación del oriundo de Detroit le valió encontrarse en uno de los puntos más bajos de su historia. Y en unos cuantos meses de -aparente- reflexión, decidió regresar con un nuevo trabajo: una respuesta a todas las críticas y “haters”.
Hace varios años que Slim Shady ha estado alejado del punto de creatividad y brillantez que tuvo a principios de su carrera. Con trabajos que han sido tan divisorios, como arriesgados. Siendo él mismo quien ha reconocido que no siempre ha estado en la cúspide de sus habilidades. No obstante, sí ha logrado mantenerse en la palestra del espectáculo mediante pegajozos sencillos. Lo que vuelve lamentable que al ingresar a “Kamikaze” (2018) el principal punto que resalte sea la falta de originalidad en la producción del artista.
Si bien, durante el álbum se hace constante lírica sobre la enorme influencia que tiene en la escena actual, su sonido no hace más que imitar las populares bases de trap contemporáneas –“Not Alike” siendo el mejor ejemplo-. En algún sentido, hasta pareciera que esta decisión es paródica. Como si Eminem quisiera decir: “puedo hacer esto mejor que todos ustedes”. Mas no deja de ser una corta imitación de algo que ya es masivamente popular.
La armonía y producción es considerablemente mejor a la accidentada mezcla que estuvo presente en “Revival” (2017). Y por lo mismo gran parte de los cortes mantienen un entorno entretenido. Lo suficiente como para animar una fiesta, o mantener cercanos a todos los fanáticos que lo han seguido durante años. Asimismo su narrativa toma una evolución positiva, viendo a un Marshall Mathers rabioso y sin tapujos. Y es que en esa furia es que Em saca lo mejor de sí para rimar y versar como corresponde.
Lamentablemente, mucho de lo que Eminem enmienda, queda reducido por los constantes lamentos sobre el fallido recibimiento de su trabajo anterior. En “The Ringer” Mathers entra diciendo “quiero golpear al mundo en la puta cara ahora”, y si bien su ira se ve reflejada en un fluido desplante de versos, su narrativa queda simplificada a “no tienes derecho a criticarme porque soy mejor que tú”. Sacando a relucir una serie de artistas de la escena de Hip Hop y como cada uno de ellos no “está a su altura”.
El ego es un tópico que se ha explorado constantemente en la escena musical. Teniendo excelentes resultados como la fenomenal “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” (2010). Sin embargo, Eminem queda tan atrás en la innovación, que su búsqueda por establecer un título como Dios del Rap no es más legítima que la palabra del artista al respecto. Cuando se presume tanto sobre un logro, este pierde potencia, ya que en lugar de demostrarlo con verdadero trabajo y progreso, queda en alardeo puro.
Cortes como “Greatest” descartan de plano la humildad catalogando a Mathers como el mejor rapero en existencia. Al nivel de parodiar canciones como “Humble” de Kendrick Lamar. Quizás en una travesía por mostrarse por encima de lo que universalmente se considera como “lo mejor”. Pero ¿qué es lo que ofrece el artista que sea tan innovador en esta producción? Mientras más vueltas se dan sobre ella, más preguntas surgen respecto a qué está haciendo Eminem actualmente por producir una revolución en la industria musical.
Hay instantes en el rapero estadounidense se desvía de su batalla de ego para hablar de forma íntima. “Normal” y “Stepping Stone” ven a un Marshall vulnerable. Quien desea estar en una relación normal y alejarse de la toxicidad que rodea a su vida. Pero es triste pensar que los momentos más personales sean puntos apartes en una producción como esta. En donde la cabeza del artista está tan inflada que los segmentos que deberían ser emotivos, se ven afectados por el resto de la narrativa compositiva.
A principios del milenio, su figura polémica y confrontacional era objeto de admiración. Pero con el paso del tiempo, no deja de ser menos anticuado pensar que para hacer rap se tiene que emplear una narrativa misógina y homofóbica. El corte más infame del álbum: “Fall”, llega al punto de burlarse de Tyler, the Creator por haberse abierto respecto a su diversidad sexual mediante el fantástico “Flower Boy” (2017). Y mientras Marshall comenta que “para criticarme debes ser al menos tan bueno como yo”, sus trabajos no consiguen mayor relevancia, cuando sus contemporáneos revolucionan al género y la industria. Se ha argumentado que no hay motivo por el cual alarmarse ya que Eminem siempre ha sido así. Pero ese es justamente el problema: que siempre ha sido así.
En el mismo tema, el compositor nombra a una serie de artistas en su búsqueda por atacar a todos quienes han hablado mal de él. Lo cual con el paso de los días ha desencadenado una serie de cortes sobre quién es más y mejor. Pero la batalla de ego, por lo bajo, es un irritante desplante de todo aquello que esperábamos que hubiera desaparecido hace varios periodos. Y la reducida evolución del rapero pareciera que incluso está haciendo retroceder a la escena actual.
Dentro de todo, el trabajo no roza en lo terrible. Pero queda corto ante un progreso que pudo haber llegado mucho más lejos, de no de no haberse limitado a sí mismo a intentar demostrar algo que tendría que quedar claro mediante el mero desplante de talento. El veloz movimiento oral de Em es algo de lo que se ha vanagloriado tanto que ya no es refrescante, y vivir de ese tipo de habilidades no vuelve producciones como “Kamikaze” (2018) más interesantes.
El corte que le da nombre al álbum es probablemente la pieza más destacable. Con una base divertida, y un hilarante Slim Shady burlándose de sus propias desgracias. Allí logra hilar una idea que dista del egocentrista narrador que se aparece por todo el álbum. Y si hubiera logrado mantener un conjunto de piezas entretenidas y versátiles como esta en toda la duración del LP, ahora podríamos estar conversando sobre un resultado al menos decente.
Hay un par de buenas ideas que mejor desarrolladas pudieron manufacturar una sólida pieza de trabajo. Sin embargo, persistir en hacer lo que por años no ha funcionado, e insistir en un título de deidad que con cada LP se desinfla más y más, evitan que el rapero alcance el máximo de su potencial. Aún cuando tiene buenas ideas, e incluso se podría debatir que el concepto del álbum es -por lo menos- atractivo. Es necesario acompañar los planes con creatividad, versatilidad, y un movimiento narrativo coherente.
El resultado de este álbum no es más que el berrinche de un adulto no siendo capaz de aceptar que hay un sector de la población que no disfruta de su música. Eminem ya ha sido objeto de crítica antes, pero la constante insistencia por demostrar que es el mejor en lo que hace, sin dar más pruebas que una serie de lamentos al respecto, solo entierran su carrera musical aún más. Hay diversos elementos artísticos de los cuales el estadounidense podría agarrarse para producir un trabajo mejor pulido. Pero mientras esté atascado en un pasado que ya no existe, difícilmente superará la extinción.
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