De alguna forma hay juventud en la propuesta de Future Islands. Aunque todos los miembros hayan superado la barrera de los 40 y su look no se asemeje a The Drums (más bien parecen personas comunes y corrientes) o tengan la frescura de Cosmo Pyke, la banda de sur de Estados Unidos se las arregla para llamar la atención y ser interesantes con un sonido que homenajea a los 80 y una energía digna de un grupo que sabe que las fama les llegó ya bien entrada su carrera.
Samuel T. Herring debe ser uno de los frontman más carismáticos que ha salido de Estados Unidos durante la última década. Su impresionante capacidad para difuminar la barrera entre la intensidad y emoción durante la hora y media que está sobre el escenario no deja a nadie indiferente.
El bajista, tecladista y baterista se habían subido minutos antes de la hora pactada para probar sus instrumentos e intercambiar gestos con la mesa de sonido. Parecen saltarse la solemnidad esperada de un show de cierre porque en realidad saben que ellos tres no son la sorpresa, por eso Herring es el único que no los acompaña. Una conjetura que puede parece fácil o de un juicio pobre, pero que durante la extensión del show se ubiquen los tres varios metros detrás su vocalista, no haya interacción entre ninguno y que miren al suelo por largo rato no hace más que solventar la premisa. Su labor, ciertamente, es impecable. La totalidad de la banda suena compacta y no hay diferencia entre la estructura que las canciones mantienen en los discos con lo que acá muestra, salvo la excepción ineludible de mencionar de Herring, que aporta fraseos guturales improvisados que sorprenden en cada ocasión.
La entrega se premia. No es mucho lo que se pueda decir del comportamiento de Herring que no se haya visto antes en sus presentaciones en vivo por el resto del mundo o en ese citado hasta al hartazgo momento en Letterman. Lo que vimos en Fauna Otoño no fue muy distinto a lo que se puede ver en Youtube, pero no hay dudas que lo que hace es honesto. Eso hace que no parezca forzado ni una mera rutina como performance, y que el público lo valore y aplauda y celebre como no se vio durante todo el día.
Seasons, era de esperar, se transformó en el punto más alto de la presentación. La magia y encanto de la canción, con su letra, melodía e instrumentación que apela a la nostalgia y a mantener colgado esperando a una persona, debe ser uno de los momentos más memorables del año en escenario chilenos. La celebración no se hizo esperar, y los aplausos y gritos casi hicieron volar el techo del Espacio Riesco, frente a un Herring que se emocionaba profundamente y parecía derramar un par de lágrimas por la escena que ahí se dibujó. Jugaba de local a miles de kilómetros de donde partieron.
Se tira al suelo, se golpea el pecho y la frente con tanta fuerza que uno no sabe si lo que se alcanza a escuchar es el golpe amplificado por el micrófono o no. Su energía desborda desde el primer minuto, y al terminar el show lo hace envuelto en litros de sudor y llega al punto de hasta irradiar vapor. Llega el momento en que el show parece haberse acabado y la banda se retira del escenario en un pausa que confunde a muchos y que se interrumpe repentinamente cuando muchos ya se están yendo con Vireo’s Eye. “You can dance one last time, motherfuckers”, una última vez que como el resto de la otras, combinó baile y emoción.