“Grace Jones: Bloodlight and Bami“ no es un documental convencional; es un viaje sensorial y fragmentado que refleja la esencia misma de su protagonista. La directora Sophie Fiennes construye un retrato que oscila entre la crudeza y la gloria, revelando los muchos rostros de Grace Jones: la diva, la hija, la amante, la artista y, sobre todo, la mujer.
El título ya es poesía en sí mismo. “Bloodlight” evoca el término utilizado en los estudios de grabación en Jamaica para indicar que está activa la luz roja del micrófono, mientras que “Bami” se refiere al pan tradicional jamaicano, un símbolo terrenal y cotidiano. Este contraste encapsula perfectamente la dualidad de Jones: la estrella que brilla en el escenario internacional y la mujer que regresa a sus raíces en la isla que la vio nacer.
El documental es una obra que rehúye la narración lineal y las entrevistas explicativas. En cambio, entrelaza momentos íntimos de su vida personal con electrizantes actuaciones en vivo que hipnotizan por su intensidad visual y vocal. Canciones como “Slave to the Rhythm” y “Pull Up to the Bumper” se convierten en mantras que vibran con la energía casi visceral, mientras su imponente presencia escénica parece desafiar las leyes del tiempo.
Interview Magazine llamó a este filme “una celebración del arte y la vida” y cuando ves el documental, ya no queda duda. Entre los datos más reveladores del largometraje está su conexión con Jamaica. Vemos a Grace negociando con calma pero firmeza con productores locales, reflexionando sobre las complejidades de la familia y bailando con una libertad contagiosa en fiestas callejeras. También hay destellos de su relación con su madre y su educación religiosa, elementos que marcan las cicatrices emocionales y la fuerza espiritual que la han definido.