Un expectante piano de cola sumergido en lo azul del escenario, es la premisa de lo que fue más allá de un prometedor show, sino una singularidad evocada nostálgicamente. El Teatro Nescafé de las Artes recepcionó a la compositora Hiromi Uehara en solitario, gracias al Ciclo Santiago Fusión, en una presentación que pone en juego la experiencia musical del tiempo.
Una reverencia de gratitud, y no cesó en comenzar su enérgica introducción, en donde lo corporal se hace presente, de pie en el piano, involucra todo su cuerpo en el acto empapado de frenetismo. La aceleración y melancolía se hacen presentes en lo que fue el segundo tema, el cual se compone de quiebres desatados de una bella ira, que despliega a través de lo que la misma Hiromi llamó más tarde su mejor amigo. Continua “Seeker”, que tarareado por la misma, nos demuestra la facilidad de lo complejo en una balada. Un descanso, pero a la vez un intrincado pasaje, en donde el tiempo pareciera no pasar, una detención espacial jazzera que sólo tan delicadeza compositiva es capaz de lograr.
“Haze” aparece a continuación para proporcionarnos un arrebato casi de alma, otra balada que nos interna en lo más onírico del álbum “Voices”, un grito desesperado el cual la intérprete atraviesa con serenidad, atrapándonos en lo más profundo de la melancolía. “Old castle, by the river, in the middle of a forest” fue lo que nos ofreció siguiente, una composición inspirada en una pintura sin titulo, de la cual Hiromi nos habló anoche, misma que lleva un título descriptivo de dicha inspiración. En éste, la pianista interviene en el interior de piano, jugando con diferentes intensidades para ayudarnos a recrear la obra pictórica en nuestras mentes, haciendo un vínculo lleno de sentido entre la imagen y lo musical. En este período su cuerpo se hace presente otra vez, culminando con la intensidad y energía máxima en el que desencadena lo frenético contrapuesto a los sutiles y sentimentales pasajes venideros.
Acompañado de una composición intermedia, da paso a “Viva Vegas” una pieza de tres movimientos —como la llamó la misma Hiromi— que describe cómo una representación de la colorida ciudad de Las Vegas, la cautiva por la sonoridad peculiar de la urbe. “Show City Show Girl”, “Daytime in Las Vegas” y “The Gambler” construyen la pieza, que junto con la complejidad sonora nos remontan a un perfecto soundtrack de un Las Vegas lleno de colores. Aquí nos propone en el tema central, una balada suave puesta en contrapunto con la clausura destacada por la rapidez juguetona que nos devuelve a lo siniestro de su narrativa.
La vuelta al escenario fue de la mano de un tema dedicado a la audiencia, una conexión con los receptores a través del piano: “Place to be”, donde se conectan sus sueños y explotan las expectativas en la atmósfera emocional. Con la negación del término demostrado en los interminables aplausos, no aguanta la tensión y vuelve con un exaltado y colérico cierre de dos minutos.
Lo que nos ofreció Hiromi este 4 de octubre, fue una narrativa nostálgica pero a la vez frenética construida a partir de fragmentos, un vuelco más íntimo y delicado de lo que nos podría haber ofrecido de otra manera. Instaura un vínculo con la audiencia, que llegó a ser, no un vínculo trascendental, sino meramente humano y tangible, al borde de la irrealidad encarnada en este quiebre espacio temporal llamado Solo Tour.
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