Compartió con la generación que dio señales de cambio. Nueva York, Alemania, Michigan, fueron los lugares donde vivió el punk en CBGB, el krautrock, y la cuna que propició su desarollo, siempre con una visión mas allá. Vanguardia, actitud, comprensión súbita de las cosas, son parte de las palabras que hablan del horizonte que plasmó Iggy Pop en su camino.
69 años en el presente y la misma energía de antaño. Chile y su debut esperado durante décadas recibió a la ‘Iguana’, con gran parte de los entendidos señalando que su perfomance —y consecuente periplo— “es lo último” que haría en su carrera. Generaciones completas fueron testigos de las andanzas del oriundo de Michigan, que gracias a conceptos fundacionales abrió campos y puertas para toda la ola sementera que quería vivir en otro ambiente rockero, sumado al relajo de los excesos.
Con Post Pop Depresion, Iggy Pop anhela cambios y se junta con músicos representativos en sus respectivas bandas exigiéndoles renovación de un sonido en el cual no se quiere quedar detenido.
Él mismo ha señalado que se trata de la última placa sonora que realiza en su historia; junto al leal pulso de Josh Homme, Dean Fertita y Matt Helders, donde el camino contemplativo y lo salvaje que ha sido durante sus 17 discos es parte del reflejo de sus extensas historias de vida. El mismo Homme enfatizó que Pop era uno de los últimos sobrevivientes del espíritu rockero ‘de la vieja escuela’.
Su debut en Chile se resume en una postal. 21:35. El afilado y crudo sonido de la guitarra icónica de The Stooges con I Wanna Be Your Dog dio el primer fuego a la guerra de éxitos que el norteamericano desplegó con brutalidad, sin dejar cabeza pensante. La furia y la poderosa versión (que en vivo representa algo así como un ritual) sirvió como plato de entrada, con la ‘Iguana’ narrando un himno en plena danza de drogas, uno que traía a memoria las juergas con los hermanos Ron y Scott Asheton sumado a Danny Fields —un tipo que trabajaba para Elektra Records—, que luego darían un vuelco definitivo al ser descubiertos por quien sería el manager de los Ramones.
Sobre el escenario Pop despliega lo que uno ha visto y leído sobre él: energía avasalladora, actitud de niño y una encarnación del espíritu rockero del cual sobrevive de excelente forma. En The Stooges se detuvo en gran parte de su espectáculo a fin de repasar las canciones que marcaron una era en el rock, y en que David Bowie fue parte fundamental en labores de producción.
Tal como un menor: jugaba con la gente, se dejaba querer, corría, saltaba, hacia muecas. Se entregó total y absolutamente a su gente que lo esperó durante un tramo no menor de años. El micrófono en su jeans, escupió a los camarógrafos y los de primera fila porque sí. Y esa es la actitud del rock: que nada te importe. Condición de la cual la ‘Iguana’ ha sobrevivido, contando excesos cocainómanos, heroína y un sinfín de estupefacientes que se apoderaban de la noche bohémica en América y Europa en los setentas. Tres caballos de batalla corren al abrir su show. The Passenger y Lust for life, materia de alta naturalidad, con el recinto gritando en los caros “la, la, la, la, la, la, la la” y para posteriormente dar paso al himno que creció con Trainspotting.
De su último disco, sólo Gardenia se hizo presente. El espectáculo de Iggy Pop es algo así como un grandes éxitos sonando en vivo. La recopilación de uno de los últimos herederos de la escuela formativa del punk estaba presente en Chile. El resto, fue saludar al pasado que no ha muerto para el hombre de 69 años.
Speed, rabioso, guitarras de los dos ex compañeros en su banda de inicio y su incontrolable postura, rozaba lo más cercano a lo hecho en The Stooges en los setenta. “Dicen que la muerte te mata. Pero no es la muerte lo que te mata. Lo que te mata es el aburrimiento y la indiferencia”, afirma.
Las clínicas de desintoxicación fueron un hábito dentro de su vida. En Alemania por ejemplo, descubrió el krautrock, subgénero que sería parte fundamental de sus álbumes con un sonido más bien irreverente en contraste a lo que había formado. Bowie descubre en ese país que el exceso de droga era bastante y con su eterno compañero, viven juergas sin pestañear, incluso el británico aplicaba la dieta de leche y cocaína para sobrevivir de un ritmo muchas veces frenético.
19 canciones. El repaso fielmente seleccionado para uno de los últimos que sobrevive al rock de corte más duro. Y este no desea abrazar el cambio. A diferencia de lo que ha hecho Bob Dylan –reversionar sus canciones en otro tempo-, a Pop le importa un carajo. Salta, vuelve a escupir, se mueve como una iguana, se tira agua a sí mismo y a la audiencia. Es la figura de un hombre que va más allá de todo lo que existe en el presente. En vivo burla lo contemplativo y lo salvaje reina sobre el escenario.
Search and Destroy mostró un híbrido de fans que entendían el concepto de moshear. Iggy Pop vuelto loco mientras en la zona de cancha preferencial un circulo de fans baila al ritmo de la tensa guitarra. Saltos frenéticos, similares a quien interpretó al panderista de los Happy Mondays en 24 party Hour People.
La historia resumida en una hora y media. The Stooges, su carrera solista y pequeño guiño a lo más reciente que realizó en estudio. Resumen: una noche como una postal que esta generación no podrá olvidar. Iggy Pop detona con himnos del punk rock y éste no se detiene. No Fun cierra la función, incluyendo un bis donde las palmas llevaron el ritmo a un despojada versión de un antológico clasico de The Stooges.
Santiago de Chile vivió una de las mejores noches en lo que va del año. Abrió The Libertines y cerró Iggy Pop. Figura monumental que no le hace asco al cambio, pero que le dice adiós al descanso y pereza. Nunca se detendrá, menos en lo que quiere plasmar fuera y dentro del escenario: rock and roll.
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