Eran las 21 horas cuando se podía percibir una atmósfera de impaciencia, esa que está acompañada con un humo particular de un Movistar Arena que pareciera ser el recinto preciso para la cantidad de gente que se aglomeró esa noche. Las conversaciones de ansiedad se hacían escuchar entre un monto de gente que estaba a la espera de uno más de los tantos conciertos que está dejando este año 2017.
La fanaticada chilena siempre exigiendo lo que se ofreció, hacía notar que solo querían ver a Incubus sobre el escenario. Ni siquiera había pasado un minuto y la hora seguía estampada en las nueve de la noche, y fue ahí donde hicieron su entrada ensordecedora, algo descomunal, no típico de cualquier show en el Movistar, pareciera que el grito estaba al lado de cada oído de cada espectador que levantaba la punta de sus pies para poder apreciar como los californianos se instalaban en sus metros cuadrados de alfombra clásica.
“Love in a Time of Suverillance” abrió la jornada, uno de los últimos temas del disco que da la excusa para que la banda este de gira por Sudamérica. Es ideal esta canción para comenzar, acelerando latidos entre letras que contemplan el mundo actual de la tecnología y la vigilancia en base a datos personales. Así, la escena se derivó rápidamente al 2001, en los tiempos de Morning View, “Warning” fue la encargada de representar al disco, la cual dio un salto inmediato a “Nimble Bastard” segunda canción en representar 8.
Los himnos que los convirtieron en unos pesos pesados del rock alternativo se hicieron notar, y como ya es costumbre en cualquier banda, fueron los más coreados por la fanaticada local, la cual a estas alturas del show ya se encontraba en un estado de disfrute incomparable a cualquier otra experiencia que no sea musical. “Anna Molly” recordó una etapa en donde Incubus estaba en su mayor auge en su historia musical, con un Brandon Boyd en conexión, al igual que sus compañeros; entre el micrófono, su boca y su mano, se veía una rosa que le daba un sutil detalle al cuadro. Le siguió “Glitterbomb” también de la nueva placa y ya quedaba claro de que la noche no era para un espectador cualquiera, sino que, para un fanático de la banda, y se entendía que el disco nuevo sería tocado a cabalidad.
Una gran sorpresa dio la interpretación de un clásico como el de “Wish you were here” pero con un final distinto, está vez para deleite de la público, terminó con los versos iniciales de la canción homónima de los simbólicos de Pink Floyd, un gusto que se dio la banda y una buena experiencia que le dio a su público que pareció no emocionarse con tal gesto. “State of art” abrió un espacio sonoro distinto a lo anterior, algo más pop o para algunos más experimental, pero al fin y al cabo algo ligeramente distinto a lo ya acostumbrado, lo bueno es que le dio la transición a más infaltables como “Pardon Me” y “Echo”.
Algunos han señalado que este nuevo disco es un reencuentro del sonido que le cae mejor a la banda, y puede ser verdad, pero otra verdad es que las cosas en vivo son distintas a como se percibe en un disco, digital o físico, si bien la calidad sonora y musical de Incubus está, la puesta en escena hace que las cosas sean completamente diferentes, porque al final de cuentas eso es por lo que se está pagando, más allá de las ganas de conocer a tu grupo favorito o algo similar.
Momento insigne de la noche, fue el hecho de sacarse una simple polera, lo ensordecedor era más potente que cuando recién comenzó el show o que los gritos de emoción por poder escuchar una canción favorita, podría quedar en duda para algunos si es que se estaba percibiendo la música o a un frontman con una buena aceptación social, pero eso es lo de menos, no demos por excluyente lo que puede ser complementario. Los siguientes momentos de la noche se lo llevaron sin duda las canciones emblemáticas de la banda.
Los clásicos fueron necesarios como también las canciones del nuevo disco, que no tienen nada que envidiar a los grandes track que los pusieron en las radios. “Nice To Know You” hacía volver a los 2000’, en donde Incubus ya tenía un álbum antecesor bajo el brazo: el Make Yourself del siglo pasado (1999)), y así se retrocedió un año para revivir “Drive” de una forma más que satisfactoria.
Un simple encore se hizo presenciar, un pequeño gesto de despido por la banda, un apagón de las luces del escenario y una encendida casi planificada de la ‘linterna’ de los celulares, generaron la imagen propicia para que los banda se volviera a instalar para terminar con “Aqueous Transmission” de una forma que saciaba todos los ánimos.
Una veintena de canciones se hizo escuchar en un show que duro casi las dos horas. Así sin más, la banda se escapa de un escenario que sigue siendo observador por algunos que aún desean alguna señal, algún regalo o que simplemente ocurra un acercamiento o alguna visual que le permita contar una anécdota en el futuro.