Es difícil hablar con franqueza sobre la adolescencia. Un periodo gris y emocional, que resulta en la búsqueda constante de la madurez y de encontrarse con la versión definitiva de uno mismo. Esto es todo lo que define al sofomoro del duo británico Let’s Eat Grandma. Una agrupación formada por dos chicas que con suerte alcanzan la mayoría de edad, pero que poseen en su narrativa toda la honestidad necesaria para hablar de madurez disfrazándola de futuros distópicos de ciencia ficción y movimientos espaciales.
El nombre de la banda es un juego de palabras. La falta de una coma precisa lee el nombre como “Vamos a comernos a la abuela”. Y así como la definición del grupo, el trabajo creativo de cada composición es un juego entre lo real y lo visual. Ocultándose en un synth-pop adolescente, a simple vista el disco no es más que un jugueteo progresivo de sintetizadores y baterías electricas. Pero ordenadas de forma correcta y con una excelsa producción a sus pies, el LP muestra sus verdaderos dientes.
El pop experimental del álbum envuelve cada composición de una atmósfera interestelar. La transición entre dulces armonías de teclados explota más temprano que tarde en sucios arreglos de guitarra. “Hot Pink” rompe el hielo con la dócil voz de sus creativas. Eventualmente esta ternura queda atrapada en psicodélicas e irreverentes mezclas electrónicas. Mientras la narrativa utiliza el rosa como un confuso sinónimo de inocencia. Cuando crecemos se nos niega nuestra identidad, y junto a ello, el uso de ciertos colores.
Para Rosa Walton y Jenny Wollingworth el amor es una metáfora de consumismo y personalidad. El como cambiamos por alguien más (“It’s Not Just Me”), como abrimos nuestras inseguridades (“Falling Into You”). Todo empaquetado con una vibra adolescente. Inocente hasta cierto nivel, pero legítimamente madura. El tono virginal de las progresiones le otorga un suave condimento. Mientras que las adictivas melodías se aseguran que el espectador quiera volver a revivir cada experiencia oculta dentro de una canción.
Parte del territorio que el duo cubre es completamente conocido. Los potentes bajos electrónicos no difieren de éxitos formulados mundiales. Mas la magnífica producción de la artista SOPHIE no deja que el disco siquiera roce en lo común. De repente los cortes se extenderán en compases psicodélicos. Explosivos en barreras de sonidos. Armados para hipnotizar.
Las armonías se deslizan entre un pop electrónico y sintético, y el melancólico ritmo de un indie de guitarras. El ritmo de vals de “Snakes & Ladders” marcha junto a sucios pulsos de guitarra. La visión de la felicidad a través del consumismo y el trabajo interesado. La perspectiva de una par de jóvenes ingresando a un mundo hostil de oscuras responsabilidades. Cada progresión surge para desembocar en sonidos extraterrestres hasta que el bajo consume cada instante de música en el corte.
A pesar del tono alegremente bailable de diversos temas, hay un sensación melancólica impregnada en la piel de sus músicos. Los últimos cortes: “Ava” y “Donnie Darko”, se extienden en segmentos instrumentales hipnóticamente ácidos. Temas para bailar y disfrutar en oscuras noches de adolescencia. El álbum redefine la feminidad a través de crudas líricas. Narraciones sobre futuros inamovibles visualizados por un duo de jóvenes brillantes. El ritmo monótono de los cortes a ratos puede resultar abrumador, aún más considerando que explora términos masivamente populares. No obstante, la genialidad de las composiciones funciona tal cual viaje, digno de explorarse repetidas veces, hasta quedar inmerso en un universo inescapable.
Quien habría de pensar que sería un par de adolescentes las que brindaría de madurez al pop sintético. Y a su paso definirían géneros, tanto musicales como humanos. Aún cuando existe un largo camino por recorrer, en su segunda publicación el duo británico establece los pilares que las llevarán por un brillante y exquisito futuro. La psicodélica y adictiva producción nos hace reconsiderar el como se componen estilos musicales. Un par de teclas, cuerdas y experiencias juveniles son toda la receta que dos chicas brindaron en su cocina musical. Madura, inocente e hipnóticamente ácida.
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