Varias decenas de grupos de amigas, miles de millenials, turbas juveniles ansiosas y emborrachadas en adrenalina a veces inacabable, un notable grupo numeroso de fans que compraron su ticket solo por el goce de escuchar a la banda, todos ellos juntos más ese amplió espectro de incógnitos y ajenos, agolparon el Itaú Stage para ver el despliegue de Mumford & Sons en Santiago.
Terminado el show de Noel Gallagher, con el público a su favor y cansado de una dosis de melancolía británica, la opción fue el compacto de Marcus Mumford, Winston Marshall, Ben Lovett y Ted Dwane, que no en vano han sido etiquetados como banda Folk rock o Indie folk; conceptos que el pópulo ha hecho suyos, celebrándolos en radios y soundtracks de series de televisión . Si lo anterior (lo de Noel y el fantasma permanente de Oasis) fue una muestra de guitarras elétricas y teclados armónicos en la afamada tradición del pop inglés, lo de M&S fue una construcción desordena calculadamente, milimétricamente.
A un inicio explosivo y bailable y dinámico, que inauguró la velada justo cuando la noche oscureció la elipse, se sumó un espacio generoso para un bloque de cuerdas que evocó el temple de una fogata íntima pero pública, muy pública. Porque durante los más de ochenta minutos del grupo en vivo, el show aglutinó casi la totalidad de la capacidad del Parque, casi al instante de su transformación en discoteca. Y entre esa inmensidad, muchos curiosos del grupo. Ignotos absolutos pero entusiastas de la música por vocación, muchos que sin tararear acompañaron el repertorio. Y por supuesto los impacientes que no aguantaron tanta emotividad y partieron antes que el show terminara, casi alérgicos a la savia nueva que alrededor de M&S se concretó.
Mumford &Sons apeló a las vértebras que renueve entre su audiencia; la dulzura y la mezcla de rabia y energía que a su vez sostiene sus letras. Regalaron hits y se dejaron querer: el piño que los esperó gozó con un setlist para entendidos. El resto contuvo y cuando vio acercase el fin, partió al Vtr Stage, donde cerraría la velada Die Antwoord. Fueron los que no soportaron. Los que se rindieron en el esfuerzo.
A ratos pareció una alegoría del sur de Estados Unidos, en otros una actualización de la música campesina apurada por la coyuntura histórica. Esas imágenes y esos paisajes ilustraron la ocasión.. Pero también las armonías más propias del índie.
El cover de The Kinks, You Really got me, una versión soft y sobretodo limpia y estudiosamente desordenada, sirvió de quiebre dramático para marcar el último tramo del concierto, que otra vez se dejó caer al ritmo rápido de las cuerdas. Se bailaron las canciones comprometidas con el estilo, como si todo se hubiese transformado en granja. Levantando los pies y corriendo en círculo enganchados del brazo de la pareja. Otros se abrazaron como embriagados de cidra de manzana y vestidos con jardineras.
Quizás aquellos que definen a M&S como una boyband estilosa y camuflada, encontraron motivos de sobra para defender su tesis. No pocos clichés de lo boyband se vio en escena. La seducción permanente de Marcus Mumford es un juego constante durante el recital. Y ante todo, un bálsamo con el que sus canciones se colan entre la multitud que no les pierde la pista ni el ritmo.
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