Los ochentas llegaron para quedarse. Desde hace un par de años que la década ha despertado una serie de elementos nostálgicos, tanto en televisión y cine, como en la música. Inmediatamente a través de una propuesta estética, el octavo álbum de estudio de Muse se asoma como una alegoría de recuerdo y electricidad. Un trabajo que, en muchos sentidos, podría ser el primer gran paso al estancamiento del trío británico.
Casi nada en “Simulation Theory” expira creatividad. Solo un diverso arreglo de cortes musicales con notorias influencias externas, pero mínimo esfuerzo puesto sobre ellas. El tono fuertemente ochentero difícilmente justifica su lugar en este trabajo. Referencias a películas populares de la década como “Los Cazafantasmas” y “Tron”, hechas en búsqueda de generar una empatía artificial, pero sin ingresar de forma orgánica en la narrativa principal.
En algunos casos el ejercicio llega a ser una reversión de mejores canciones de la misma banda, como “Propaganda”, con un dulce falsette principal y una tremenda influencia de Prince, pero asimismo, un intento por recrear éxitos como “Supermassive Black Hole”. Siempre es injusto comparar a un grupo con sus mejores composiciones, pero la octava producción de los europeas pide a gritos ser comparada, ser puesta a un lado en pro de la nostalgia. La increíblemente floja “Dig Down” no es más que un desesperado intento por rehacer el éxito de “Madness” y la lista sigue y sigue.
Contradictoriamente, un disco que recibe tanta influencia externa, juega extremadamente seguro sobre los límites de la banda. Ningún ápice de experimentación o atrevimiento por sobre lo artístico. Lo más cercano a un intento de movimiento por sobre lo superficialmente sano es “Break It to Me”, con una transición de guitarra y bajo atrevida e hipnótica. El solo de guitarra final bien podría desprenderse de un disc jockey, y configura uno de los momentos más interesantes de todo el álbum.
La eterna presencia de baladas flojas caen en la decadente cursilería. “Something Human” se mueve sobre una barata secuencia de acordes, al movimiento de un ritmo lento y aburrido. La voz de Matt Bellamy muestra todos los trucos que tiene bajo la manga, y en esa arista mantiene una narrativa consecuente y entretenida. Mas lo que sale desde sus cuerdas vocales va desde lo superficial hasta lo flácido.
En una época con crecientes políticas conservadores no es sorpresivo que más y más artistas intenten desahogar la frustración a través de sus líricas. Pero el líder no hila ningún pensamiento por sobre lo obvio. “Get Up and Fight” es la cumbre de lo fatigado. Un estribillo que cuenta “Levántate y pelea / No puedo hacer esto sin ti / Estoy perdido sin ti” no exige ningún tipo de interpretación o proceso mental. Letras poco creativas, hechas en piloto automático para apelar a la mayor cantidad de personas posibles.
El éxito más promocionado “Thought Contagion” estimula la habitación con un espacial trabajo de guitarra que alcanza su punto más entretenido a través de diversos efectos por sobre las cuerdas. La influencia cósmica de la banda se estimula bastante bien con el estilo ochentero que intentan emular. Lamentablemente, esto es a la par de una narrativa aún menos astuta. El poco cariño a las líricas cae en lo decepcionante, repitiéndose constantemente en la mayoría de los cortes. Y la adicción que confecciona la melodía se mantiene más por la constante repetición de su línea principal y constantes coros, a porque legítimamente sostenga algún tipo de creatividad.
Lo mejor que el álbum tiene para ofrecer lo introduce en los primeros instantes del mismo. “The Dark Side” y “Pressure” sostienen psicodélicas líneas de bajo, seguidas de obsesivos ritmos de batería. A través de pocas pretensiones, mantiene progresiones entretenidas y que no traicionan la esencia de la banda o su estilo. Estos instantes en ningún caso brillarían de estar mejor acompañados, pero en un contexto en que todo es tan decepcionántemente poco imaginativo, generan la luz dentro del oscuro vacío.
Poco original y falto de pasión. Eso es todo lo que define a la octava producción del trío británico. Un monumento a lo seguro y masivo, hecho a partir de todo menos un compromiso artístico. Este disco bien podría haber sido hecho por una computadora y nadie se habría dado cuenta. Un trabajo algorítmico manufacturado en base a lo conocido, cosa de entregar un resultado seguro y sobretodo aburrido.
Desde hace varios álbumes que el trío europeo viene enfrentando dificultades en su travesía por sacar buena música. Después de un olvidable “Drones” es triste pensar que tres años de respiro solo dieran como fruto un trabajo aún menos memorable. Llega un punto en que no pueden mantener un trabajo a partir de solo estética y nostalgia. Es necesario agregar algo a tu ecuación, y si tus matemáticas van a ser tan simples, mejor esperar por mejores variables.
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