Seguimos repasando clásicos llenos de la maravillosa psicodelia donde retratar todas esas grandes obras que comprenden entre la década de los 60 y los 70. Muchos discos con los que hemos crecido y como buena nostalgia nos da, cada vez que lo volvemos a escuchar.
Para el día de hoy cogeremos nuestra máquina del tiempo particular para transportarnos al pasado, al año 1967 para ser exactos. Ese fue un año que daría comienzo una de las bandas prolíferas de la época. Al igual que la anterior entrada que criticábamos “In Search Of Space” de los también británicos Hawkwind, se suma hoy el primer álbum de estudio de Pink Floyd. Ambas innovadoras en el nuevo sonido que traían para esos años, sólo que la banda de Syd Barret y los suyos, cogería mucho más peso y reconocimiento.
El mítico frontman de la banda sería quién compusiera todas las canciones de este primer trabajo llamado “The Piper At The Gates Of Dawn”. Su avanzado estilo, la experimentación de su sonido y la combinación de distintos géneros dejaría tras de sí un largo bagaje para todas las formaciones venideras.
La aportación de Barret es esencial en los comienzos de Pink Floyd. En este primer disco se encarga de componer el solo 8 de las 11 canciones que contiene “The Piper At The Gates Of Dawn”, siendo los cortes “Pow R. Toc H”, “Take Up Thy Stethoscope And Walk” y la gran “Interstellar Overdrive”, las que ayudarán a componer Rick Wright, Roger Waters y Nick Mason.
Con el tiempo se convirtió en un problema para la banda pero de lo que no hay duda es de que sin él, dudo mucho que Pink Floyd se viera de igual manera. Syd Barret es la creación de este coloso de la psicodelia, llevó al mundo del rock al revés y le dio todas las vueltas que el creía necesario, la demencia era su mejor virtud. Tristemente su mundo cada vez se iba deteriorando más y más, al mismo tiempo un género como el psych rock empezaba a tomar conciencia de sí mismo, siendo Pink Floyd uno de los primeros en portar esa bandera.
El sello EMI les había ofrecido su primer contrato de grabación en 1967. Esto se convirtió en un arma de doble filo ya que la discográfica tenía grandes esperanzas en la banda londinense gracias a su popularidad que iba creciendo cada vez más. El problema a todo esto es que el sello les daba unas pautas a seguir que ellos mismos jamás aceptaron, un contrato de 5 años que acabó con los propios Pink Floyd pagando su tiempo de ensayo en los estudios.
Capitaneando la escena psicodélica del underground naciente, Pink Floyd se desmarcaba en aquel verano del amor en 1967. En los mismos estudios de Abbey Road se grababan dos discos que a la postre serían de mucho peso dentro de la escena. Tanto este primer disco de Pink Floyd como la joya de la corona de los escarabajos de Liverpool llamada “Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band”. El resultado de ambos estaba totalmente en desacuerdo, mientras los Beatles ejercían un control total en el estudio, eran Pink Floyd los que lo usaban para perderse en él mismo, en especial Syd Barret, quién con el exceso de drogas y alcohol, acabaría su periplo en la banda al año siguiente, justo antes de la salida del segundo disco de estudio de la banda.
Dejando anécdotas a un lado y explicando grosso modo los orígenes de Pink Floyd, entremos en materia en lo que fue un punto de inflexión mayúsculo para la música en general como fue el inolvidable y siempre añorado “The Piper At The Gates Of Dawn”. Canciones como “Astronomy Domine” o “Interstellar Overdrive” fueron pioneras a la hora de capturar esos freakouts improvisados, siendo todo un espectáculo en los directos de la mítica formación, sobre todo en una forma más concisa. Luego hay otras como “Lucifer Sam”, “Bike” o “The Gnome” que se encargaron de dividir la diferencia entre las canciones pop más extravagantes, llevándolo a un punto más trenzado para los innumerables actos venideros.
Lo que ya en 1980, con la llegada de “The Wall”, se mostraban unos Pink Floyd más estériles, fue en este comienzo de 1967, dónde su primer viaje gozaba de emoción siendo ellos los primeros creedores de que cualquier cosa sería posible. “Matilda Mother” es probablemente el primer paso de la banda hacia una naturaleza mucho más psicodélica. El órgano y las letras son simples. A veces vienen saturadas del eco, el bajo es asombroso aquí, las guitarras suenan como los encantadores de serpientes, sin duda estamos ante uno de los puntos más destacados del álbum.
Los relojes que suenan en el principio de “Bike” , tramo final del disco, se huele desde lejos a la enigmática “Time”, un tema que a la postre se convertiría en buque insignia para la banda. Una paranoia de canción que la convierte en puro sabor de estos primeros Pink Floyd. “Interstellar Overdrive” es orgásmica la primera creación cósmica del universo floydiano. Nunca antes una canción había reflejado de manera cristalina el mundo de las drogas pero el simple hecho de escucharla, la consumas o no, es simplemente excelente. Lo justo para sumergirte en la atmósfera paranoica de este cuarteto demencial londinense.
Podría pegarme horas y horas en una extensa reseña piropeando este disco por todas y cada una de sus virtudes, pero una cosa es leer estas palabras y otra muy diferente escucharlo. “The Piper At The Gates Of Dawn” muestra los inicios de los inolvidables Pink Floyd. Sedientos y con mucho apetito dejaban perplejos a todo el planeta con esta celebración banal. Es una pena que en su mayoría de seguidores que tiene la banda se hayan acostumbrado a todos los discos posteriores y más premiados que tuvo la banda después de aquel “The Dark Side Of The Moon” en adelante, pero los inicios de la veterana formación de Londres contenían auténticas joyas de la psicodelia, joyas como esta, todo un DISCO RECOMENDADO.