Pasa siempre: lo aparentemente simple nunca es tal. Y con las canciones de Mac DeMarco el fenómeno encuentra un ejemplo tácito. Los juegos de cuerdas, de voces, de ritmos, de percusiones, tan sutiles y precisos, nunca están ahí al azar. Un orden superior los organiza y distribuye (obvio), pero a su vez se esconde (no tan obvio), y en su ausencia parece estar ahí más que presente. Primero como testigo de la obra. Luego, como ministro de fe de la soberanía cancionera.
Mac DeMarco, a estas alturas un príncipe popular del indie, conecta con un público diverso, descatalogado de cualquier cliché socioeconómico como pocas ocurre, rodeado de trivia propia y mitos en su estilo. Como la conexión con los fans chilenos vía Facebook, o su pasado de conejo de pruebas de laboratorios farmacéuticos. Verdades o mentiras que entrelazan un correlato sonoro tan optimista como psicotrópico.
Repertorio sobra: álbumes en formato tradicional, modelo EP’s , canciones por encargo y lo que venga. En el universo DeMarco, el medio es el mensaje y el mensaje a veces es confuso y seguro y de pronto tranquilo y endorfínico.
Será la tercera vez del canadiense en Chile. Primero estuvo en 2014 y luego en el Primavera Fauna 2015. Casi un año después, aterriza en Blondie para realizar un concierto de viernes, con la excusa de presentar Another One aunque el disco está más que escuchado.
Sé de fans que lo esperan con ansias, que no conformes con verlo en Chile en tocatas pretéritas pretenden repetir la experiencia. Quieren, en el fondo, volver a sentir su voz en cualquier formato: cantando, agradeciendo, hueviando o gritando. Se diría que son marcoadictos y que gracias al músico hoy acumulan colillas y cajetillas con orgullo. Mac DeMarco, a su modo, le saca brillo a una identidad de la que público se apodera, pensando en que es suya y que es la más simple del mundo. Y no.