Quizás existen pocas formas de realizar un debut que lleva 20 años de espera. Aquellos 20 años se condensaron en un solo lugar, 20 años de ansiedad, de sueños intangibles que se deslizaron a través de nuestra piel. Sigur Rós debutó para condensar sus sensibilidades en una travesía supernatural. Sigur Rós se insertó como irreal.
Las premisas al show del Movistar Arena eran inquietantes. Un escenario impecable y apagado, podíamos ver una estructura de metal en perspectiva que serviría como medio para las luces que ser deslizarían hasta nuestras retinas. El recinto se iba completando con una rapidez incesante, cada rincón se ocupaba con incertidumbre, y la cancha general se expandía con una mezcla de angustia premeditada y excitación.
Jón þór Birgisson aka Jónsi, Georg Hólm aka Goggi y Orri Páll Dýrason aka …. Orri evocaban su presencia desde las 9 pm, la espera se sentía intensa, ya que no fue hasta las 9.15 pm que el trío islandés pisó el ágil escenario. Aquel instante se insertaba como el primer encuentro con los gritos chilenos, primera eufórica presencia que nos encontró estupefactos, aquella instancia era irreal.
La apertura al viaje sensorial fue un tema nuevo que se remonta al 2016, titulado “Á” esta canción nos introdujo la dulzura y la desesperación que logran evocar los islandeses en su experiencia presencial, tema conducido por un minuto solo por Orri. Las visuales comenzaron pregnantes desde un comienzo, algo así como formaciones rocosas digitales en blanco y negro aparecieron de la mano de “Á”, una cascada de formaciones asimétricas que envolvían y absorbían. Un tímido Jónsi apreció acompañado de la euforia terrenal, quien no cesó en tomar su guitarra deslizando sus dedos para proponer dulzura y esbozar las primeras líneas en islandés.
“Ekki Múkk” continuó la travesía intangible, extraído del “Valtari” este tema divisaba aullidos desesperados de Birgisson al encuentro de un país desconocido, quien además comenzaba a tocar su “Bird” con su sello persona: un arco de cello. “Glósóli” le sucedió. Aquí la soledad se refugió en Islandia abriendo el paso a un crescendo del caos que culmina en explosiones fortuitas de desesperada transmisión.
Con “E-Bow” el escenario se transforma. Con este tema del “( )” el escenario se eleva progresivamente hasta que toda la audiencia de la cancha los pudiera divisar. Una jugada a favor del público sereno. Hacia el quinto tema de la noche aparece “Dauðalagið” traducida como The Death Song, la séptima composición sin título del “( )“, el cual se ve bañado de un fondo con tintes azules, contrastado de verticales y horizontales amarillas neón que provenían de estas estructuras luminosas. Con una sincronía exacta destellaban luces por detrás del trío, destellos de flash al mismo tiempo que la explosión sonora.
Hacia la mitad del show “Óveður” flotaba por entremedio de cada asistente, mientras destellaba la sombra de Jónsi hasta el techo del recinto. Atravesado por un sintetizador salvaje se sentían las teclas como destellos eléctricos a medida que las luces nos penetraban en su perspectiva y que también se absorbían como sombras en la pantalla final. “Sæglópur” por su parte nos hace entrar en una galaxia en explosión, un colapso de cuerpos celestes sensibles que se reflejaban hasta el infinito de aquella experiencia inagotable.
“Ný Batterí” se aproximaba como una tensión eléctrica mientras que las lucen ascendían por los pilares verticales en medida en que la voz de Jónsi penetraba en la piel ya bañada en lágrimas de un público sereno y atónito. “Festival” contrasta con visuales rojas y gritos perspicaces, mientras la pantalla se teñía de carmín en un mapeo digital de los rostros de los islandeses. Aquellas líneas trazaban un mapa rojo hacia la inmortalidad de “Festival”.
Entre visuales rojas llegamos a una luz puntual de tintes azules en “Kveikur“, el tema número trece de tal velada. Esta composición ya nos adelantaba el final de un sinfín de momentos sensoriales. Rasgaban nuestras entrañas, se adentraban en nuestras sensaciones e indagaban en el inconsciente de los chilenos.
En penúltimo tema “Varða” fue rojo, nada más que rojo. Un atardecer carmín que integraba las pulsiones más agresivas de los anonadados afectados. Fue luego de este acontecimiento que el encore se hace presente. Jónsi deja el escenario antes que todos para volver unos tres minutos después. La vuelta fue quizás más emocional para los islandeses, quienes aparecieron ante un movistar estrellado en su totalidad en medida en que los asistentes destellaron las linternas de sus aparatos electrónicos. Un Movistar estrellado bajo Sigur Rós.
“Popplagið” aconteció como el cierre inquebrantable. Con iluminación austera y un final explosivo se insertan agresivos y ansiosos, recorren cada milímetro del recinto como si aquel fuera familiar, como si aquel nos abrazara. El fulminante final colapsó en imágenes glitch y colores saturados, imágenes que se aceleraban y rompieron de golpe la inmortalidad vivida.
Sigur Rós se despidió con la mano en el pecho y aplausos desde ellos hacia los 11 mil chilenos presentes. La audiencia en medida que su euforia e insistencia era tal, lograron que la banda volviera dos veces más al escenario a despedirse; fueron tres despedidas. Sigur Rós no quería partir de aquel acontecimiento que se instalaba como huella en cada uno de los presentes aquel 24 de Noviembre del 2017.
El debut fue de calibres escalofriantes. Destella como una dulce serenata de dos horas, sin importar atrasos. Destella como un acontecimiento que despierta en nosotros una apertura hacia un vacío emocional, el cual se vive en aquella última mirada. Un debut completamente orgánico que logra trascender con cualquier barrera de lenguaje. Falsettos nativos que contrastaban con una instrumentación de oscuridad intrínseca, una oscuridad que sobrevolaba el recinto. Sigur Rós apareció como un gran destello de luz en toda aquella opacidad, logrando una emocionalidad atractiva y penetrante. Múltiples dimensiones de sueños intangibles que atraviesan nuestras sensibilidades. Sigur Rós se vivió como un sueño que trasciende la materia.