La imaginería del shoegaze de principio de los noventa vuelve rejuvenecida pero igual de difusa y dentro de esa misma nebulosa esencial en sus canciones. Todavía todo suena a blanco y negro y con esa aproximación al pop de una forma poco convencional, como si una tarde nublada de otoño estuviera encapsulada en guitarras borrosas pero monumentales y voces delicadas. Esa era la fórmula que Slowdive usó –con algunas variaciones- en sus tres primeros discos, antes de emprender rumbos distintos hace dos décadas atrás.
El segundo acto no tiene porqué ser menos que el primero. Slowdive pareciera haber aprendido mas que oxidarse mientras duró su separación, con decenas de shows desde el 2014 realizados en plena forma y una capacidad creativa sorprendente.
Con este disco, el primero en 22 años, Slowdive revisita las virtudes del shoegaze y lo mezcla con una serie de elementos compositivos que agregan frescura a la mezcla, sin caer en la sombra de repetirse a sí mismos.
Sin duda es difícil escapar a la etiqueta del género que ayudaron a consolidar en influencia y novedad, pero es difícil pensar que quieran hacerlo. Su homónimo suena como la continuación natural de una banda que pareciera nunca estuvo en un hiato, sino que sigue evolucionando hacia pasajes sonoros más complejos.
“Star Roving” y “Sugar for the Pill” fueron los singles que la banda presentó antes del lanzamiento del disco. La primera guarda estrecha relación con la imagen de Slowdive que todos conservan en su cabeza: esas guitarras que suenan como un muro y voces que navegan entre notas difusas pero distinguibles, mientras “Sugar…” transmite el dream pop al que nos acostumbró y que ha ayudado a definir una escena musical extensa y rica en los últimos años. Todo lo demás se encuentra en el espectro entre esos dos géneros; cuestión que podría llevar a pensar en una fórmula de breve alcance, pero con hipnóticos ritmos y sonidos electrónicos capaces de aportar a la suma final.
Una producción impecable que hace difícil creer que el disco se grabó bajo una dinámica en vivo. Las intervenciones de Rachel Goswell suenan tan puras y exquisitivas como hace décadas y lo de Neil Halstead sorprende con una nueva personalidad y más soltura, como en “Slomo”.
En un disco sin momentos bajos, Slowdive tiene todos los argumentos para ser parte del podio de los álbumes del año, y uno de los retornos más interesante de la década.