“Avancé (…) y me sumé a esa multitud que ahora caminaba arriba de las catacumbas por las que cada tarde se desplaza (…) como fardos adentro de los vagones, y que esta vez marchaba desalambrada, con sus partes juntas e individualizadas al mismo tiempo, como si al caer a un río el fardo se hubiera roto y sus ramas liberado entre los rápidos del torrente. Si en los viajes al interior del carro iban apretados y solos, al caminar conversaban unos con otros. No iban molestos. Tampoco parecía que esos diálogos se concentraran en el reclamo: trasuntaban una paz proveniente de la consternación o de la resignación, quién sabe, pero paz al fin y al cabo”. (Fernández, 2020: 17)
Sobre la marcha, es una narrativa que desafía a toda norma de la ciencia social que comprende los registros de los procesos históricos como objetivos, en otras palabras: “No se puede escribir historia sobre algo que pasó hace menos de 50 años”; es por esto que es libro de Patricio Fernández lanzado con la editorial Debate el pasado Marzo del 2020, que puedes encontrar en Megustaleer, es un relato en primera persona que pudo haber sido escrito por cualquiera de nosotras, nosotres o nosotros, es la experiencia de transitar por un contexto que nace desde la acción colectiva misma, sin mayores organizaciones imperantes, únicamente desde la emergencia de un sentimiento colectivo.
Desde la sociología siempre se habló de que nunca se pueden predecir los movimientos sociales, pero si tenemos la ecuación: Frustración Colectiva + Demandas Históricas, debemos considerar que siempre el resultado será: La organización emergente de la acción colectiva , y eso es lo que retrata el autor bajo su experiencia en el pasado 18 de octubre del 2019.
La elocuencia de Patricio Fernández al titular este libro como “Sobre la marcha” apela a una ambivalencia semántica respecto al significado de la acción que relata, de buenas a primeras, sobre la marcha apela a escribir un relato coherente y fehaciente sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en octubre del pasado 2019, un relato que no tiene mayores estructuras narrativas ni tampoco una estructura académica sobre el tratamiento de los hechos históricos, sino que muy por el contrario, es un texto que se va estructurando “sobre la marcha”, en el ejercicio de ir escribiendo e inmortalizando hechos en un tiempo y espacio real, en el contexto mismo en el que van ocurriendo las cosas, como una especie de diario de vida o una bitácora de un manifestante en la movilización.
Pero por otro lado, también apela a retratar los hechos que van ocurriendo en las marchas que comenzaron ese viernes 18 de octubre, donde el caos y la incertidumbre llenó el corazón de muchos, donde nadie sabía que ese viernes terminaría con el comienzo de una seguidilla de manifestaciones que ya no ponían en el centro de la discusión el alza de 30 pesos del metro de Santiago, sino que evidenció una herida profunda en todo un territorio golpeado por la precarización de la vida, la desigualdad y la desesperanza que se arrastra históricamente desde la construcción política y social de un Chile de tradición dictatorial.
Sobre la marcha muestra también a este protagonista que se relaciona con una generación que no tiene miedo a nada, una generación que irónicamente es la que menos teme a la muerte, porque es la generación con más ganas de morir. Para no caer en malos entendidos, según estimaciones realizadas por la Pontificia Universidad Católica, para este año la tasa de mortalidad de jóvenes entre 10 a 24 años está en un 12 %, lo que evidentemente muestra que la salud mental en Chile es un problema de políticas públicas y una responsabilidad estatal que nunca nadie quiso tomar.
Estamos peor, pero estamos mejor: Un análisis sobre la visibilización de las problemáticas de la salud mental
A lo largo de esta narrativa, Fernández nos presenta de forma descriptiva que “sobre la marcha” también implica la resignificación del habitar el territorio desde un colectivo, el habitar un contexto en el que reina la decadencia de las jerarquías burocráticas y de poder. También describe esta nueva forma de interacción social desde el liderazgo de la acción colectiva y no desde hegemonías ni individualidades, reconoce e identifica que en la sociedad movilizada existe una nueva forma de contrato social que irrumpe con los pactos de poder que protegen a la élite política. Pero también dedica capítulos a la comprensión de las demandas históricas que hoy generan una identidad colectiva que permite conectar con una otredad y reestructurar las formas en que comprendemos y actuamos en función de un contrato social, por lo que la descripción de la lucha contra la vulnerabilidad y el sueño por la dignidad se transforman en nuevas formas de accionar un nuevo pacto social. Es por esto que, una de las demandas que se transforma en un tópico relevante dentro del relato es la visibilización de las demandas sobre salud mental.
Al reconocer que la acción colectiva que dio vida a ese sublime 18-O está motivada por un sentimiento de frustración colectiva, también significa que esa frustración siempre estuvo presente en el campo individual, lo que indiscutiblemente permite la efervescencia de un proceso colectivo de identificación del otro como un símil, y no como una otredad externa, y eso es lo que refleja de forma respetuosa, pero también bastante sorpresiva por parte de este narrador.
Durante todo el proceso de movilización social, entre todas las consignas que emergían, todas de distinto carácter, con distintas demandas y también con diversas experiencias, es que comienzan a aparecer consignas que visibilizan los problemas más profundos que yacen desde las entrañas de un territorio dañado y apesadumbrado, un colectivo que clama por un poco de acceso a tratamientos salud mental, como por ejemplo: “No era depresión, era capitalismo”, “Esta es la rabia que quisieron aplacar con Fluoxetina”, “No era depresión, era represión”, “Vencimos a la sertralina”, entre los que más se destacan.
Esta variable casi interaccionista que propone el autor, la que sin mayores ambiciones demuestra que las demandas que emergen desde la propia sociedad, están en función de la precarización de la vida en la sociedad el exitismo. Demandas que ya no caen únicamente en la lucha de clase o en las luchas por el reconocimiento, sino que se transforma en una especie de llamado de auxilio, pero también invita a reflexionar respecto a las responsabilidades de las autoridades y todas, quienes tienen algún grado de responsabilidad en la mercantilización del acceso a la salud mental. Estas consignas reflejan a una sociedad que está en total desamparo frente a una institucionalidad que privilegia la explotación de laboral en favor del rendimiento y el aumento de ganancias particulares, que la calidad de vida de la ciudadanía.
La propuesta de atender estas consignas dentro del relato, también apunta a un ejercicio político de hacer visible todo lo que los medios se han esforzado en caricaturizar, ocultar y mofar, es decir, generar una tipo de contra-información que emerge desde la ciudanía, desde la población movilizada y no desde los medios de información hegemónicos, y desde esta arista, permite reflexionar respecto a nuestra relación personal con este tópico de las demandas sociales que apelan a las problemáticas de la salud mental en Chile.
A su vez, la consideración de las consignas por mejoras en la salud mental como una nueva variable en las demandas históricas de un país que recién le está tomando el peso a que los padecimientos psicológicos necesitan la misma atención que cualquier afección física, es que transforma la atención a estas demandas a un ejercicio político de visibilización, el cual evidenciar que la población que padece estas afecciones es lo suficientemente grande como para identificar que en el colectivo manifestante, existe otro que sufre en silencio igual que otro, en la identificación de que en esa individualidad se articulan nuevas formas de interacción social en medio de un proceso de reivindicación colectiva, dónde los “desadaptados”, en esta lucha, también son considerados, donde los mal llamados “locos”, ahora somos parte de algo más grande, que es esa frustración colectiva de reconocer que existe un país entero, y con mayor responsabilidad las autoridades, excluyeron a una población completa por estigmatizar a las enfermedades del tipo psicológico.
Quizás el “Estamos mejor” apela a eso, a encontrarnos y reconocernos en la sociedad del exitismo, donde las licencias por stress son mal vistas, donde la depresión es una “decisión” y no una afección, donde el dolor, el miedo y la incapacidad de llevar una vida plena se debe mantener en hermetismo extremo. Quizás sí, en esencia “estamos mejor”, pero estamos mejor porque no estamos solos, somos muchos, somos millones a lo largo y ancho del territorio que están en estos grupos, somos millones los que venimos de abajo en todos los sentidos, pero ojo, vamos por los de arriba y no nos tirita la pera. Hemos vivido con ansiedad y depresión, ya nada nos afecta, nada nos da miedo, hemos aprendido a vivir con el miedo y el dolor.
Es por esta razón, y muchas otras, que “Sobre la marcha” es un texto que nos invita a revivir esos momentos de mayor convocatoria de marchas, donde la cotidianidad de muchos de nosotros estaba en la calle, en las marchas, en los cacerolazos, en las organizaciones territoriales y políticas. Es un texto que busca retratar, desde la experiencia personal, la emergencia de una frustración colectiva que proviene de todos lados, pero que en realidad son los mismos. Es un texto que busca visibilizar las demandas que emergieron desde la población manifestante, tales como la mercantilización de la educación, de transporte, de salud, feministas, políticas, y todo tipo de precarización de la vida. Es un texto que nos permite reflexionar desde nuestra casa, pero con el corazón en las distintas “Plazas de la Dignidad” del territorio, es un libro que nos permite recordar que no somos pocos, sino que somos millones los que exigimos dignidad, que buscamos que nuestros gritos se transformen en acciones y que los ojos perdidos brillen por siempre en la memoria colectiva.