El terror es subjetivo. Aquello que se introduce en las entrañas de una persona puede ser el deleite cómico de otra. Es por esto que rara vez se puede establecer un consenso al momento de determinar si una cinta de terror tiene el impacto que el público o los medios aseguran. “Suspiria.” no escapa de la polémica al momento de ser juzgada. Siendo un remake del clásico setentero de Dario Argento, tenía sobre su espalda tanto la presión de ser una magnífica cinta, como de hacerle justicia a su exagerado y colorido punto de referencia.
Quién hubiera pensado que cuando Luca Guadagnino nos deleitaba con el amor adolescente de “Llámame por Tu Nombre” el año pasado, estaría palpando terreno para traer una de las producciones más perturbadoras y atrevidas del año. Los duraznos italianos han caído lejos del árbol, y han sido remplazados por prótesis y baile. En su particular visión es que esta novedosa entrega encuentra su lugar, una recontextualización de un argumento tenebroso y abismal.
En las calles de Berlín aterriza Susie Bannion (Dakota Johnson), una bailarina estadounidense, quien quiere entrar a la academia de danza Tanz. Entendiendo poco a poco el como las paredes de la academia ocultan una historia oscura y maligna. Con estos puntos establecidos, “Suspiria” muestra un completo entendimiento del entorno en que se desenvuelve. Tomándose lo suficientemente en serio, no teme deslumbrar con sus elementos más cheesys. Todo el elenco brinda de completa potencia al conjunto de personajes, desbordando carisma, dejándose exagerar aún cuando el argumento exija tomar sus puntos con completa seriedad.
Tal como la cinta original se nutria de los tropos de la época, Guadagnino toma los estereotipos setenteros para dar vuelta su hipnótico ritmo. Acercamientos exagerados, diálogos sin sentido, cortes cómicos y una serie de puntos que en las manos equivocadas podrían haber terminado en un completo desastre. Requiere valor para atreverse a dar con esta mezcla de seriedad y ridiculez, y que el resultado de la ecuación sea una impresionantemente perturbadora película justifica cada decisión tomada en la concepción.
Muchos elementos del argumento quedan deliberadamente confusos durante su entrega. El director no espera que el espectador comprenda plenamente qué está ocurriendo mientras ve la cinta, sino más bien dejar una impresión tan grande que este tenga que volver para entenderla a plenitud. El uso de efectos prácticos y maquillaje vuelven una serie de secuencias en pesadillas cinemáticas. En una escena en particular Dakota Johnson estará bailando mientras un evento ocurre en paralelo, tan horrorífico que quien escribe pensó en voltear la mirada ante lo gráfico de las imágenes.
Es normal pensar que “Suspiria” puede simplemente ser de mal gusto, un intento por ser tan extraña que no quede otra opción que amarla. Pero mentiría si pensara que no hay un propósito detrás de cada decisión creativa. Desde el uso de color, el exquisito movimiento de la cámara, hasta el carismático desarrollo de las protagonistas, el filme grita identidad con todo el aire de sus pulmones.
Dakota Johnson, quien se ha hecho un nombre por participar en la ahora terminada trilogía de “50 Sombras de Grey” demuestra el como su rango dramático va más allá de lo que un drama romántico barato pueda entregar. Su técnica y movimiento vibran en pantalla, consumen cada escena en que toman protagonismo, y dejan a quien mire estos pasos con un frío en la piel. Muchas veces su personaje podrá resultar vacío, especialmente al considerar lo tremendo de los eventos de la película, no obstante, la actriz pone todos los puntos necesarios en su actuación para elevar el trabajo creativo.
Junto a ella, Tilda Swinton se da el importante trabajo de interpretar a tres personajes en toda la cinta. Y su participación no solo es lo suficientemente seca como para no acaparar el elenco, sino que si no sabes qué personajes interpreta, difícilmente lo notarás en una primera visita. Todo el resto de actrices nutre de pasión al argumento, por pequeño que sea su momento en pantalla, existe con una necesidad, y la cumple con bella intención.
El ritmo puede ser medianamente impar, especialmente al comienzo. Sino se tiene el contexto de la original, hay muchos elementos sobre los cuales es difícil sentirse completamente abordo una vez la cinta empieza a mostrar sus garras. Durante gran parte del primer acto hay cierto desapego entre la protagonista y el espectador, como si la distancia entre la butaca y la pantalla no fuera lo suficientemente cercana. No obstante una vez llegando al segundo acto, la calidad y caos de los eventos compran la pasión por querer saber cuál será la resolución de tales secuencias.
La delirante visión de Thom Yorke
El líder de Radiohead pone sus dedos sobre la banda sonora del filme y manufactura preciosos ritmos sobre los cuales se mueve el argumento. Incluso con su tono melancólico, da la talla para una película que más que triste, es una locura de efectos visuales, interpretaciones exageradas y diálogos frenéticos. La dispar emoción entre la música y los eventos en pantalla solo hace más satisfactorio el como estos dos calzan uno junto al otro.
Los pulsos magnéticos de cuerdas y sonidos experimentales envuelven la narrativa en composiciones tan hermosa que resulta un sacrilegio que hayan sido ignoradas por los votantes de la temporada de premios. Siguiendo el ejemplo de Johnny Greenwood, el compositor británico se abre camino en el séptimo arte con una bomba. Melodías fracturadas, rotas en esencia, tenebrosas en la práctica.
Consenso: Escalofríos en la piel
Es un cliché desgastado el aseverar que ciertas películas “no son para todos”, pero “Suspiria” es un trabajo psicodélico que difícilmente complacerá a cada espectador que experience su montaña rusa de emociones. Perturbadora en el papel, oscura en su ejecución. Un filme limítrofe a la angustia y horror, sincronizado con los sentidos del espectador atento que esté dispuesto a dejarse llevar ante sus uñas. El último trabajo del director italiano recorrerá sutilmente las mentes de quienes hayan decidido ignorarlo, pero empezará a escalar lentamente en el consciente colectivo hasta convertirse en un clásico inescapable.
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