Hablar de su persona es referirse a una institución de la música. Y es que si bien Anton Newcombe no es un nombre recurrente en la industria más ligada a los términos comerciales, en el nicho de la psicodelia adquiere características colosales. Fundador de The Brian Jonestown Massacre, y dueño de un sonido análogo que mezcla elementos frescos y de décadas pasadas, el productor se ha hecho conocido no sólo por ser el alma mater de uno de los proyectos emblema de los agitados años noventa, no: su actitud siempre en contra del orden establecido lo ha llevado a ser comparado en innumerables oportunidades con figuras como Noel Gallagher y Keith Moon; derivando en conflictos con sus colegas e incluso compañeros de banda (vale la pena recordar varios incidentes en vivo donde las agresiones físicas se convierten en protagonistas). Ya con 48 años a rastras físicamente se ve agotado, las canas tiñen su cabeza, y las arrugas enmascaran su rostro.
Pero es necesario un alto en este punto. El concepto “prolijo” suele desgastarse en demasía elogiando artistas que muchas veces no merecen dicho calificativo, pero que para Newcombe parece quedar en una posición de desventaja: en los 90s no solo componía y actuaba en vivo para el colectivo que honra al primer integrante del “club de los 27”, Brian Johnson, además participaba en proyectos aledaños y producía a otras bandas. Una historia llena de alucinógenos, cocaína, y juergas hasta el amanecer que el músico repasó en conversación con Jaime Meneses del portal Super45.
“Viene de las ganas de tocar música. Si alguien te dice eso, entonces la pregunta no tiene relevancia. Disfruto tocar con otras personas, la música que sea. Estar juntos en esa situación. Si quieres estar en esto para jalar cocaína todos los días, ese es tu problema. No tengo la presión que otros tienen. Mientras muchos tratan de acumular dinero y ser famosos, el ser yo mismo me ha dado mucha más confianza”, explica el guitarrista de las chasquillas prominentes sobre su hambre creativo.
Un ritmo que sorprende y que ya quisieran muchos de sus pares veinteañeros. Cuatro proyectos de estudio lo ocupan al día de hoy, algo que se podría considerar ‘relajado’ para lo que él representa: “recientemente llegué de Escocia, donde asistí a la premiere de una película a la que le hice mi primer soundtrack llamada Moon dogs. Además trabajé en remixes para Primal Scream y en dos discos para Brian Jonestown Massacre. Tengo 45 canciones en total para editar”, cuenta.
Música para paladares refinados, melodías que apuestan a pequeños aforos y sectores de la sociedad; comprender el género impulsado por Syd Barrett no es un mero ejercicio de rutina, requiere análisis y por su puesto que un estado alterado de conciencia. En resumidas cuentas un nicho reducido que Newcombe no está dispuesto a tranzar: “Te voy a dar un ejemplo real: mi abuela acumuló una gran fortuna. Mi mamá me mandó un mensaje (lo muestra), donde dice que falleció y que no la incluyó en la herencia, o sea, que yo tampoco estaba considerado. Dijo que no sabía que la odiaba tanto. Le dije que no me importaba, que tengo unas excelentes patillas (ríe). No me importa la plata ni ser masivo. Conseguir el éxito por venganza, para demostrarle algo a los demás no te hace sentir mejor. Sólo si eres un imbécil”.
La conversación entra a un clímax cuando Dig! se presenta sobre la mesa. El documental de 2004 muestra el proceso interno de Brian Jonestown Massacre, uno donde su tantas veces citado líder aparece como un absoluto dictador, alguien con quien no es grato tocar por motivo alguno. Percepciones que se resumen en su propia frase “yo soy el sello discográfico”. ¿Malestar en su persona? Newcombe responde tajantemente: “no me importa mucho lo que hayan dicho sobre mí, porque yo tenía razón”. Luego concluye sobre la polémica desatada contra los sellos discográficos: “yo sabía que era mejor ser dueño de mi música que rendirles cuentas a unos idiotas”.
La masacre que nunca llegó a Chile
Hablar de “deudas musicales con nuestro país” es una verdadera tradición en los portales que siguen los pasos de todo lo que dicta el extranjero y aparece en primera posición en su abultada bandeja de correo, pero en dichos conteos pocas veces aparecen los hombres tras Take it From the Man!, acá es necesario recordar una vez más: son de nicho reducido. Pues bien, un concierto que nunca se ha concretado en nuestro país pero que en los últimos años ha estado cerca de fichar su debut.
Factores hay muchos, pero el principal según el músico son los productores: “Tocar allá es complicado con lo de los promotores, porque se entusiasman con una banda y dejan botada a la otra. No es mi problema. Voy dónde quieran que vaya, pero de verdad”, analiza.
“Creo que algo viene para Sudamérica, espero. Pero seré honesto contigo: no quiero ir a tocar a un país donde no hay clase media y donde sólo los que tienen plata pueden ir a conciertos. Me encanta la gente y su cultura, pero odio esa mentalidad y lo he dicho abiertamente. Y no pasa sólo en tu país, en otros como Australia se da la misma situación”, concluye.
Y es algo que eventualmente ocurrirá. Hace unas semanas la productora trasandina Indiefolks publicó en su cuenta de Instagram una imagen del conjunto, adjuntando el texto “será este el año?”. Se concrete o no la premisa que debe quedar en estos momentos es otra: hay Brian Jonestown Massacre para rato.