El paisaje musical está repleto de himnos; algunos más populares que otros según las tendencias, época y glamour. Clásicos como “Bohemian Rhapsody” o “Smells Like Teen Spirit” pueden no ser nuestros favoritos, pero son inmediatamente reconocibles por casi cualquier oído dada su inmensa popularidad. Y existe otra especie de hitos musicales igualmente reconocibles, aquellos que no ligamos a un autor sino a una experiencia: la música de videojuegos.
Quizá la palabra clave al rememorar un clásico sea “nostalgia”, un término que contiene a sagas consagradas y la huella que estas dejaron en nuestra infancia. Nintendo brilla en aquel escenario, pues es una de las compañías más exitosas e innovadoras en la corta historia de los videojuegos: cambiaron no solo las reglas del gameplay, sino que se percataron de lo importante de la identidad de los mismos. Parte esencial de aquel sentido de identidad es la banda sonora; es innegable que sin la música que les acompaña, aquellos hitos ochenteros no calarían tan profundo en la memoria colectiva como lo han hecho durante generaciones. Y hay un nombre responsable, quien compuso algunos de los himnos más representativos del universo de los videojuegos: Koji Kondo.
El artista japonés llegó el año ‘83 a Nintendo, luego de postular al cargo de compositor músical para la NES; el trabajo de su vida, pues hasta el día de hoy esta sigue siendo la única compañía por la que ha trabajado. Al ser contratado, de partida cimentó su legado con los que son de seguro sus trabajos más reconocibles: “Super Mario Bros.” y “The Legend Of Zelda”. Un compositor sin experiencia, quien se vería limitado a trabajar con las reducidas posibilidades que ofrecía el canal de audio de la Nintendo Entertainment System.
Estas primeras obras son ejemplos notables de cómo Kondo piensa las bandas sonoras: estuvo desde el comienzo en el desarrollo técnico de estos trabajos, y trató de replicar las sensaciones que la jugabilidad, personajes e historia representaban. El mejor ejemplo es su composición para el nivel “1-1” de “Super Mario Bros.”: una etapa introductoria al universo del héroe italiano, donde de manera sencilla se nos presentan las mecánicas del juego en un espacio colorido e intrigante. Kondo supo ir más allá de lo que se requería, y compuso una obra cuyas limitaciones técnicas la enriquecen, pues logró capturar y emitir las sensaciones apropiadas con una inocente sencillez y gracia: el himno de los videojuegos nació en 8-bits.
Koji Kondo seguiría progresando al paso de las siguientes generaciones de consolas, pues con la Super Nintendo tendría más herramientas para dirigir su orquesta digital. El “Overworld Theme” original de “The Legend Of Zelda” se encuentra en un bello limbo, pues los cambios en su sucesor “A Link To The Past” le cargan de un nuevo aura. La mejora de su sonido en la SNES entrega una obra más fiel a las primeras intenciones de Kondo, mientras conserva la huella de su origen en sintetizadores primitivos. Un lenguaje que suele evocar a la cinematografía, pues el sonido sumerge al oyente en una narrativa épica digna de un score filmográfico.
El tiempo le favorece al darle la posibilidad de expresar con eficacia sus referencias principales: Jazz, City Pop, y Música Latina. En las primeras consolas 3D de Nintendo –N64 y Gamecube– se amplían las posibilidades de universos y situaciones para los protagonistas, cuya consecuencia inmediata es la extensión del registro musical de estos ambientes. “Dire, Dire Docks” es quizá la expresión culmine de un universo subacuático, con pacíficas cadencias y reflexivo tiempo lento; “Delfino Plaza” incita a la exploración con alegre ánimo, y se apropia de la ligereza festiva que acompaña a “Super Mario Sunshine”. Por su parte, “Gerudo Valley” cambia el árido cliché desértico por una alegre melancolía a paso de Flamenco, mientras “Great Fairy’s Fountain” encuentra quizá su mejor versión en “Ocarina Of Time”, sin saturarse de arreglos, en un código que aún evoca el lenguaje particular de los videojuegos.
Y clásicos tiene de sobra, siempre con una sofisticada representación del estado y espacio que debe emular. Aquel es su fuerte: poder estudiar y entender el propósito de una obra, no conformándose con la entrega de una olvidable música de fondo genérica, sino que complementando la experiencia con composiciones que se sostienen en sí mismas. Envolvente y cautivador: se tejen recuerdos en clave digital.
Recordar su legado es imperante, pues nombres como el de Koji Kondo parecen solo ser vigentes en el anonimato: omisión mientras no pertenezcan a los estándares de la industria musical. Obras que no son álbumes con hits en los charts, sino composiciones de falso anonimato que sucumben al peso total de la obra y no a la labor de un individuo. Kondo: el silente Orfeo del gigante nipón, cuyas composiciones han aportado a la fundación de Nintendo como uno de los nombres más importantes en su rubro.
La definición de un género; emblema en la génesis del glamour, y videojuegos en clave sonora.