Seattle es la ciudad, la que todos reconocemos por ser el nicho de uno de los más controversiales movimientos musicales de fines de siglo; el grunge. Aquel nos habla de una infusión distorsionada, un movimiento que encuentra su contexto preciso a finales de los ochenta generando la cúspide en los mismos noventa. Seattle entonces ve nacer al movimiento desde la misma escena punk de la ciudad, generando una turbia salida que más tarde se apropia del país extendiéndose mundialmente con “Nevermind” de Nirvana o “Ten” de Pearl Jam.
El movimiento en sí ha causado hasta el día de hoy revuelos, casi como una tendencia de moda que vuelve a ratos, aún así dentro del mismo desarrollo del género encontramos vínculos que creemos se tornan esenciales dentro del contexto grunge, una de ellas la amistad de los sobrevivientes de la era turbia: Chris Cornell y Eddie Vedder.
Un temprano vínculo que luego se resuelve en diferentes bandas como ya nos ha recalcado la historia, que en sí mismo es una apertura, una pequeña ventana de lo que se formaría como escena. Para esto citamos a McCready en una entrevista a la Rolling Stone:
“Eddie era de San Diego y él se sentía muy intimidado en Seattle. Chris realmente lo hizo sentirse bienvenido. Ed era súper tímido. Chris lo llevó a tomar cervezas y le contó historias”.
Hacia el año 1990, noviembre exactamente, se genera una banda –hoy considerada súper grupo- que reúne miembros tanto de Pearl Jam como de Soundgarden, Stone Gossard, Jeff Ament –ambos ex miembros de Mother Love Bone-, Mike McCready, Matt Cameron y Eddie Vedder; con esto nos referimos por supuesto a Temple Of The Dog. La agrupación se conforma como un tributo al fallecido miembro de Mother Love Bone Andrew Wood, quien a fines de los ochenta compartía departamento con Chris Cornell de hecho. Aquel tributo logra generar un solo álbum de estudio homónimo que pareciera tomar peso sólo después del éxito comercial de Soundgarden y Pearl Jam más tarde.
Dentro del mismo vínculo nos encontramos con momentos que nos hablan de la expansión de la escena autogestionada: Lollapalooza. Hacia el año 1992 ya Temple Of The Dog disuelto, tanto Soundgarden como Pearl Jam se hacen parte del segundo año del festival, el cual se desarrollaba como una gira que duraba alrededor de un mes. Éste marco se crea entonces como una gran entrada para el movimiento en sí, presentación tras presentación asientan en sí mismo en grunge y asientan aquel vínculo del nicho turbio de Seattle.
Hoy, cada acontecimiento que podemos repasar se ve quebrantado por una pérdida más en relación al movimiento, no como una generación maldita precisamente. Hoy Chris Cornell seguiría en sus 52 años y Eddie se encamina hacia los 53, la supervivencia de una era aún perdida entre los narcóticos. La bella conexión que hemos podido ver a través de los dos mil nos ha dejado rastros de presentaciones como la reunión de Temple Of The Dog del 2016 por ejemplo (aquí el link de la nostalgia). Aquella resume una melancólica pero aún así densa manifestación que marca a la generación x en sus ávidos inicios. El mismo Cornell nos ha dejado palabras al respecto:
“Es difícil no ser amargo al respecto. Perdimos buenos amigos en el proceso, y de repente te das cuenta que todo se transformó en una tendencia de moda. Nos éramos tan parte de la escena como otras bandas, nosotros no íbamos a fiestas. Pero al mismo tiempo cuando otras bandas de Seattle empezaron a tener atención y éxito estuvimos muy orgullosos de ser parte, y se sintió muy bien. Pero aparte de la gente envuelta en la escena de Seattle cuando sucedía, el resto del país y del mundo probablemente ven la escena de ahí como algo sobre Soundgarden, Pearl Jam, Nirvana y Alice In Chains, rock a base de guitarras con influencias punk de los setenta y punto. Y eso era bastante lejano de lo que sucedía”.
La quizás mágica conexión que se establece entre los músicos si bien no es la definitiva nos ayuda a levantar los cimientos de la escena, la base desde donde sus principios fueron fundados. Un movimiento que tiene que ver con la juventud turbia y las pulsiones musicales que no siempre tienen que ver con la oscuridad, la fuerza de aquellas pulsiones y cómo a través de aquellas amistades-vínculos se generan veneraciones casi celestiales. El vínculo no se ha perdido, los legados siguen aquí y quizás a pesar de las fatídicas pérdidas los noventa nos vuelven a golpear con su crudeza, con las adicciones del pasado y las perturbaciones incógnitas, la fuerza de la creación y las palabras son lo que quedan.