En mediados de los 90s la presencia del rock en lo mainstream transicionaba desde las agresivas y melancólicas narrativas del grunge, hasta la nueva invasión británica de pop nostálgico. Estados Unidos era un adolescente con problemas de identidad, y mientras poco a poco actos de pop punk y nu metal se preparaban para golpear los televisores de la juventud de MTV, un cuarteto de inadaptados guardaba un listado de baladas explosivas bajo su primer -y no último- álbum homónimo.
Liderados por el excéntrico y caótico Rivers Cuomo, Weezer encarnaban el rostro más extravagante de un pseudo-movimiento que alguien titularía como “geek rock” en algún momento. Y no es como que su presencia buscara ahuyentar dichas etiquetas. A diferencia del cliché del rockero: grosero y mal-oliente, Weezer era ese grupete patético y sincero que aún creía en la forma más bruta del amor y la juventud.
Todo lo que rodea al álbum azul es un disfraz de estilos. Diez cortes del más sencillo pop camuflados bajos toneladas de distorsión y ruido. Una muralla de sonido que, si estás lo suficientemente atento, entrevé esas dulces melodías de cuatro acordes, armonías de voces y melancólicas líricas. Una bomba de neutrones de hormonas y dulzura.
El corte introductorio “My Name Is Jonas” tienta al público entre dulces arpegio de guitarra en un ritmo de tres cuartos. Mas las explosivas guitarras no pierden tiempo y en meros instantes mutan a una balaba cargada de ruido. Los instrumentos de cuerda congenian en las mismas notas, creando una unísona armonía de dolor y potencia. Una sucia batería quiebra la burbuja de emoción con cálidos golpes a tambores y bombos. “Los trabajadores van a casa” alcanza el instante más emotivo del tema. Tan solo la primera canción y ya estás en lágrimas. Un extrovertido punteo de guitarras extiende los volúmenes y la canción termina camuflándose entre armónicos. Pura y completa excitación.
La química entre el elenco de instrumentalistas es sólida y palpable. Matt Sharp le dedicaría sus mejores arcos vocales a esta era del grupo. Cada cuerda y nota está en su lugar. Incluso las fugas de humanidad en las ruidosas mezclas de guitarras y las voces fuera de rango parecen fríamente calculadas. Es un producto de honestidad entre un grupo de chicos que tenían el poder en sus manos para contagiar su colorida visión en términos de música pop.
No todos los grupos tienen la oportunidad de golpear desde el primer instante con sus sencillos más exitosos. Si bien Weezer se aventuraría en “Pinkerton” (1996) con un trabajo más atrevido y sombrío, la atracción radial del debut ilustraría el rostro de la música pop de mediados de los 90. “Buddy Holly” es un himno de introversión y autenticidad. Una romántica balada marcada con agresivos tonos de guitarras. Sintetizadores sosteniendo las melodías de compás en compás, mientras la adolescente voz de Cuomo hipnotiza con versos sobre matones y amores para toda la vida. El solo de guitarra del líder es posiblemente una de las piezas instrumentales más prominentes que se extenderían en un corte de power pop.
Otro sencillo como “Undone – The Swater Song” expresaría la dulce mezcla entre melancolía y entretención que el sentido de indentificación impregnado en cada nota del debut. Aún cuando no todos los cortes hayan transitado por los parlantes de las radios, hay meros respiros de emoción. “Surf Wax America” es una cómica y divertida canción sobre las ventajas de surfear por sobre medios de movilización tradicionales. Su estribillo pegajozo bien podría ser un himno del verano. Una carta de amor al océano pacífico. Incluso una canción como “No One Else” que parodiza una relación tóxico en que el narrador no quiere que su novia se ría ante los chistes de ningún otro hombre, vibra en estos coloridos tonos. Hay un motivo por el que, a pesar de tener 25 años sobre su espalda, el debut sigue siendo el álbum más prominente en los setlists del cuarteto.
Aún cuando el núcleo del álbum sean melodías hipnóticas y radiales, la composición de Rivers Cuomo se permite ilustrar un rostro más oscuro, aquel que exploraría con aún más detalle en “Pinkerton” (1996). “Say It Ain’t So” es una demoledora balada sobre el fallido matrimonio de sus padres y la enfermedad del alcoholismo. En el estribillo Rivers rima “heartbreaker” con “lifetaker”, una violenta droga que carcome corazones y destruye vidas. La demoledora melodía principal de guitarra seguirá siendo en las próximas décadas uno de los puntos más altos de la carrera de la banda. En diversas variaciones de cuerdas, el líder explora su mayor talento sobre el instrumento. Un devastador solo de guitarra que deriva en el aún más inquietante estribillo. De los mejores instantes de la década.
La agresiva mezcla es la directora. En el papel, estas canciones no son otra cosas que pegajozas melodías pop. Mas en la étapa de grabación y producción es donde la banda inyecta sus almas en sílabas de amplificadores. La producción quedó en manos de Ric Ocasek, líder del mítico grupo ochentero The Cars. La química entre las interfaces y las guitarras es la responsable de que ahora estemos ante uno de los instantes más auténticos y vívidos del siglo pasado. Si bien Cuomo es el líder tanto en voces, guitarra y composición, cada integrante da espacio para que los instrumentos respiren. El batería Patrick Wilson y la segunda guitarra Brian Bell podrían pasar a la historia como dos de los integrantes más infravalorado en algún cuarteto. Pero quién recibe más reconocimiento que quien no es más que una batalla de egos. El álbum es una bomba atómica.
La pieza final “Only in Dreams” cierra con dulzura el primer LP homónimo, mutando en un himno de épicos casi ocho minutos. Fibras de emocionalidad arrastradas ante una aniquiladora línea de bajo principal. En la química de los miembros, el corte evoluciona hasta una mezcla instrumental que solo cierra con melancolía y emoción. La canción juega con el tropo del chico que nerd que se queda con la chica, solo que en esta ecuación el protagonista despierta para darse cuenta de que sigue solo y triste. Cuomo define el álbum como “una obra para gente que prefiere ver antes que hacer”. Una melancólica y realista pieza que termina con estallidos sonoros y una muralla de ruido capaz de callar todas tus emociones reprimidas.
El debut homónimo del cuarteto californiano es una de las obras más auténticas que la humanidad estará dispuesta a componer. Es posible que pase desapercibida entre el mar de actos noventeros que acoplaron las radios a mediados de los 90s, y con una discografía más que confusa, es fácil olvidar qué fue lo que puso a Weezer sobre el mapa. No obstante, no hay cosa en la genética de la música pop que pueda borrar los perfectos 41 minutos que abren y cierran en el álbum azul. Una pieza compuesta por y para inadaptados, antes que los inadaptados tuvieran un lugar al cual llamar hogar.
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